Club de Letras UCA (Cádiz, Jerez de la Frontera y Algeciras)
Director: Profesor de la UCA Dr. José Antonio Hernández Guerrero
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Antonio Díaz González
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lunes, 14 de octubre de 2019

Terra incognita






Pocas veces he percibido tanta conexión entre una obra y su prólogo como en esta novela de Mauro Barea, Terra incógnita. Aquí, el historiador Salvador Campos Jara, nos orienta con una extensa relación de anteriores trabajos sobre el personaje Gonzalo Guerrero, héroe épico y personaje principal de la novela. Con su extraordinario conocimiento del personaje, se pregunta también en estas letras si no servirá este texto como herramienta para conocernos mejor nosotros mismos y afirma que Terra incógnita es “una trama y documentación verdaderamente sólidas llevados con un pulso narrativo magistral”. Y es que Mauro Barea podría haber aprovechado sus extensísimos conocimientos sobre la historia de Gonzalo Guerrero para crear una buena novela plagada de datos históricos, pero en vez de eso, decide hacer vivir a sus personajes sobre emociones y vivencias nítidas, sin que el protagonismo de sus datos históricos apabulle o ensombrezca la aventura épica de sus personajes. Consigue así, no una buena, sino una magnífica e imprescindible novela con la que despertar todos nuestros sentidos.


Mauro Barea, mexicano residente ahora en Andalucía, nos describe el viaje de un andaluz que, a pesar de haber permanecido en las sombras durante siglos, renace de nuevo en nuestro imaginario mítico. Su viaje, guiado siempre por un “Destino” inevitable, se desarrolla en el siglo XVI, en plena fiebre conquistadora española. Un viaje hasta poniente hasta convertirse en renegado, náufrago, esclavo, jefe militar maya, libertador y que, curiosamente, resulta el mismo trayecto que Mauro realiza ahora hacia levante buscando literariamente al héroe en esta obra. 



Desde el principio, se percibe en su lectura un aire poético que huye de la descripción materialista y vacía. Sus párrafos están cargados de riqueza narrativa, tanto de situaciones como de términos, sin dejar a un lado un ritmo narrativo que va creciendo hasta embriagarnos. Nada más terminar el primer capítulo, el lector ya se ha visto envuelto en un misticismo maya, una atmósfera absoluta que está por encima del bien y del mal. Y uno, que presume casi siempre de su agnosticismo, duda si no será ese el verdadero espíritu de la humanidad, si no será ese ambiente de volutas de incienso tan sólido como el rocoso y sagrado relieve de sus glifos y paredes labradas, y uno comienza a dudar, también, de la artificialidad de todo aquel tsunami que, terriblemente, los arrastró desde Oriente. En Terra incógnita hay muchas referencias al Gonzalo Guerrero español, pero también, y casi con más fuerza, al andaluz, con su filosofía propia y bien definida, algo que egoístamente tengo que agradecer a Mauro Barea.



Mauro crea con esta narración un entorno, un mundo nuevo, mezcla del encuentro de las dos formas de vivir. Y no solo lo hace con la atmósfera que crea, también lo consigue con la figura del narrador. Pocas veces caemos en la cuenta de que la figura del narrador en una novela es un personaje más, otra de las creaciones del autor. Pues bien, el narrador de Terra Incógnita no es Mauro Barea, es una figura creada por él magistralmente, alguien que también se mueve, discurre y habla desde una atmósfera nueva. Casi puede oírse su entonación neutra, sin acentos, lo que le hace cobrar autoridad, tanto para describir una escaramuza indígena en la selva del Yucatán como para moverse entre hijosdalgo y castellanos rancios en una tasca española. No escribe desde México ni desde España, sino desde esa mezcla equidistante de dos filosofías antagónicas. .


Resulta curioso que, en esta orilla, se creara el concepto nuevo mundo para definir una realidad como mínimo tan antigua como la nuestra cuando, a mi entender y coincido con Mauro Barea, ese concepto debería ser aplicado al que surgió con el encuentro, al que fue conformado con la mezcla de dos culturas muy diferentes.

En Terra incógnita están muy bien descritos los intersticios de la conquista de América. Las discusiones previas a las campañas, los planteamientos, motivos personales, de honor, etc. de los hombres que se introducirían más tarde en la selva para dominar a otros pueblos. Estos hechos se narran aquí con tal naturalidad y con un realismo tan eficaz que apenas asoma, sin estorbar, el indudable y extensísimo trabajo de estudio y documentación del autor. Terra incógnita resulta una excelente herramienta para embarcarse en las carabelas, sufrir los embates de las tormentas y demás calamidades y afrontar, fondeados en alguna bahía, el nervio de ver indios entrando y saliendo de selvas interminables y exóticas, pero también para caminar entre los soldados del Mayab y sorprenderse con ellos de la llegada de las carabelas cargadas de arcabuces, caballos, mastines, cañones y tambores, y sentir con ellos la emoción y el terror de sus primeros estruendos. 

Pero no nos confundamos, de todas las virtudes de esta novela no hay ninguna que borre un ápice su facilidad de lectura, su magnífica forma de llevarnos hacia las emocionantes páginas finales, su control de la trama y su ritmo narrativo. En definitiva, como en tantas otras historias épicas, ésta es una novela en la que cada lector o lectora se va a reconocer en alguno de sus personajes y, consecuentemente, va a disfrutar con cada página. Muchas felicidades, Mauro Barea, por esta magnífica obra. 


        Antonio Díaz González

martes, 1 de octubre de 2019

¿Te estriñe la vida?



Imagen: Grito de Ignatius Farray, 


¿Te estriñe la vida?

He caído en el atrevimiento de analizar el mal ambiente en las redes sociales: los insultos, las descalificaciones, incluso las alegrías ante las desgracias ajenas o los deseos de que éstas se produzcan. Todo un muestrario de consecuencias, en definitiva, del odio al otro. Desafortunadamente, no he tardado ni media hora en recopilar un buen catálogo de insultos, pero, pensándolo bien, he decidido no mostrar nada de eso. Y no lo haré porque enseguida he meditado sobre quienes ejercen esa “libertad de expresión”. Y me he preguntado, más bien os pregunto, señoras y señores insultantes, qué es lo que os mueve a tanta mala baba. Recuerdo una escena, hace ya muchos años, poco tiempo después de la inauguración de la Ciudad de las Artes y de las Ciencias de Valencia. Estaba en la cola para comprar las entradas, rodeado de paisaje futurista y de elementos arquitectónicos muy avanzados. El interés del público fue tan grande que se formaron colas para entrar y tardamos más minutos de lo previsto, nada que no se pudiera superar con un poco de paciencia. Sin embargo, el señor que me precedía, ofuscado, no paró de decir en todo momento que “aquellas colas eran tercermundistas”. Ese es el detalle. La forma de percibir lo que nos rodea. Hace poco leí el resultado de un experimento en el que enseñaban un acuario a un grupo de occidentales por un lado y a un grupo de orientales por otro para pedirles luego un análisis de lo que habían visto. Los occidentales coincidían en analizar la jerarquía de los peces, cuáles eran los más fuertes y cuáles los más débiles. Los orientales, en cambio, hacían un planteamiento del equilibrio más complejo en todo el acuario, incluyendo paisaje, flora, colorido, etc. Curioso eso de la mirada ¿verdad? He padecido bastante de la espalda, hace algunos años sobre todo, y en los peores momentos siempre acudió a mi mente una pregunta: ¿Qué me habría pasado con esa dolencia si yo hubiera nacido unos kilómetros más al sur, al otro lado del estrecho? ¿Dónde estaría yo ahora? La mayoría de las veces no caemos en la cuenta de dónde estamos, no reflexionamos sobre nuestro paisaje social, político y cultural. Hay que exigir a nuestros representantes, sí. Y hay que exigir que nuestras instituciones funcionen con honestidad y pensando en la ciudadanía. También. Pero menospreciar nuestra democracia, echar por tierra todo lo que hemos logrado, comparar lo nuestro, nuestras instituciones, nuestro sistema sanitario, y tantas y tantas cosas de nuestra sociedad, con las de otros países tercermundistas es tener una visión muy distorsionada de la realidad. Con demasiada facilidad, cada día más, estamos llegando a valoraciones despectivas y, lo que es más grave, a la descalificación y el odio. Usamos los insultos más extremos con demasiada facilidad. Llamamos fascista y otras lindezas a cualquiera que no coincida con nuestra ideología. Hoy por una señal de tráfico mal colocada, mañana por un letrero en un ayuntamiento, pasado por cualquier pamplina en un centro de salud, y el otro por una idea política o nacionalista de un lado o del otro. ¿Qué nos está pasando? No me gustaría ser pesimista, pero el proceso de aumento del odio y el manejo de las masas a través del mismo fue magistralmente descrito por Manuel Chaves Nogales en algunos de sus libros y relatos. ¿Estamos llegando a eso mismo? Espero que no. Y repito la pregunta a los insultantes: ¿Qué es lo que os mueve a tanta mala baba? ¿Qué os ha pasado en vuestra infancia para que vuestra vida esté tan llena de acritud? ¿No hay nadie que os acaricie de vez en cuando? ¿No habéis descubierto aún la poesía de una puesta de sol o el estremecimiento ante la belleza de una flor? ¿Necesitáis acaso un buen abrazo? ¿Qué os falta para que vuestras neuronas se ocupen en tanta inquina y no de solucionar los problemas por una vía más constructiva, razonable y discreta? ¿Serán los alimentos? ¿Coméis suficiente fruta? ¿Alimentos ricos en fibra? Quizá sea eso, el estreñimiento. O quizá sea la vida, la vida misma la que se os atraganta, la que os estriñe. No os extrañe.



           Antonio Díaz González

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