jueves, 15 de febrero de 2018

Es difícil creer en la palabra cuando esta no existe



Es difícil creer en la palabra cuando esta no existe

Llegó a encantarme su desvergüenza
quizás como otro de sus tantos vicios
sus borracheras y puterías
de sus holgazanerías
de sus hijos olvidados,
de las mierdas que alegraban su alma.

Quien lo escuchase
se exponía insolente a olvidar sus pesares,
a perder el tiempo por capítulos,
a fallecer ante la sonrisa burlona,
a gozar con figuras extrañas que se acomodaban ante sus ojos,
aburrirse ante su clavar de clavos,
de sus vocerías contra el gobierno,
su vasta experiencia en política internacional,
sus recetas de la medicina vegana y experimental
los magnos secretos de los párrocos,
sus vastos sermones de la norma moral.

Aún recuerdo,
al que agonizó con el consejo en la boca,
aquel que jamás procuró un céntimo de fe,
el que nunca prodigó un adiós a las estrellas,
el que permanece ahí tendido,
en la capilla ardiente,
en el jardín de rosas blancas,
mi viejo, mi Padre.



      Edgardo Benítez

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