martes, 4 de abril de 2017

Mi turno



La presidencia de la comunidad rotaba en periodos de un año. Cuando te tocaba te caía encima una condena, un calvario de reclamaciones injustificadas, agravios irresolubles, peleas entre vecinos por rencillas que se perdían en el tiempo y en el absurdo y problemas con el ayuntamiento que siempre se resolvían con derramas que costaba la misma vida recaudar.

Pero yo, nombrado presidente recién mudado al edificio, me dispuse a terminar con ese mal ambiente, y así lo comenté con algunos vecinos con los que me cruzaba por la escalera y me animaban en mi intento. Persona de izquierdas desde el instituto, colaborador de varias ONGs, formado en dinámicas participativas y convencido de la importancia de la educación popular, descubrí en aquel grupo a varios posibles aliados para un proyecto asambleario, movilizado a favor de los intereses colectivos, ejemplo para la ciudadanía y quizá -con el tiempo- germen de un movimiento vecinal realmente representativo.

Aquel sueño duró lo que tardó en atascarse el primer bajante de mi mandato. En la reunión del patio, cuando sugerí en tono pedagógico que no se arrojaran toallitas ni papeles a los inodoros, me vi acorralado por aquellos amables vecinos que se transformaron en fieras. La antena averiada llevó a la limpieza de la escalera y eso a la ropa tendida, a la radio a todo volumen y a las cuotas impagadas en una espiral cada vez más agresiva e incontrolada.


Me defendí como pude, como aquellos tramperos acosados por los lobos en las novelas de Jack London, y terminada precipitadamente la reunión entre discusiones y zarandeos, me refugié en casa temblando. Me alisé la ropa y empecé a tachar en el almanaque los días que me faltaban para que corriera el turno.


      Agustín Fernández Reyes

3 comentarios:

  1. Ya me imaginaba que aquello no podía terminar bien. ¡Gracias por la experiencia compartida! Un gusto leerte

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  2. Podría ser la descripción perfecta de cualquier comunidad! Como siempre lo bordas compañero!!! ������

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  3. Jejeje no bastan las buenas intenciones para domar las jaurías que todos tenemos alrededor. Algo parecido le pasó a mi Santa cuando le tocó ser "Presidenta" y nos estuvimos riendo muchísimo con los anónimos que nos metían en el buzón a los que respondíamos con carteles en los ascensores. Lo mejor, el día que lo dejas jeje

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