Club de Letras UCA (Cádiz, Jerez de la Frontera y Algeciras)
Director: Profesor de la UCA Dr. José Antonio Hernández Guerrero
Coordinación del blog:
Antonio Díaz González
Ramón Luque Sánchez

Contacto y envío de textos:
clubdeletras.uca@gmail.com


martes, 31 de marzo de 2020

El semáforo




Imagen: https://mediateca.educa.madrid.org/imagen/ibai187si8x8wf9m.


Mañana tengo que ir a la farmacia, ¿necesitas algo? No, nada. No te olvides de tus pastillas de la tensión, y llévate la tarjeta sanitaria. Lleva razón, no es la primera vez que se me olvida alguna de las dos y tengo que dar explicaciones, o acordarme en el ascensor, y tener que enfrentarme a la mirada que interpela a mi cabeza y al olvido. Al bajar a la plaza entro en el espejismo de un cuadro impresionista, en la desnudez de un museo a deshoras, en un sabor con textura de delicia prohibida, temerosa por ser y estar. Dos pájaros me llaman, sé que me hablan porque escucho sus trinos cercanos, tuteándome, lo contrario que el contoneo del gato que cruza la calzada con aire aristocrático. Sin mirar. Las palmeras coquetean con el viento que las acaricia, femeninas y esbeltas, libres del ruido. La brisa viene acompañada por un sabor de mar, ambos me saludan y se entretienen conmigo en el paso de peatones, me siento reconfortado, y me quedo allí dejando que cambie dos veces el muñeco andarín. La acera solitaria hace juego con la calzada desierta. Me saca del embeleso el luminoso de la farmacia, entro en ella y no me saluda la acostumbrada sonrisa de carmín, a cambio, me enfrento al parapeto de una mascarilla blanca, inmaculada, combatiente. Doy la tarjeta sanitaria a la mano de plástico azul, como envuelta en un cristal de miedo. Pago con tarjeta de crédito. Son 25 céntimos, me apunta la voz filtrada. Nos despedimos y me vuelvo a casa obediente, tengo mis pastillas y cinco minutos de brisa frente a un semáforo. Delicia de una mañana en primavera.


               Manuel Bellido Milla


sábado, 28 de marzo de 2020

El arte de callar, de J. Antonio Hernández Guerrero


En tiempos en los que todo el mundo tiene algo que decir, en momentos en los que tantas opiniones, proclamas, panfletos, soflamas, terminan por convertirse en un murmullo informe que nos abruma y desasosiega, resulta enriquecedor encontrarse con textos que nos devuelvan la confianza en la palabra. En este caso, curiosamente, a través del silencio.






Para descargar el libro, haz clic en la imagen

viernes, 27 de marzo de 2020

Saludo y reflexión





Queridos compañeros: Estamos pasando todos por una desgraciada e inquietante situación. Ya sabemos que es nuestro deber, primero por solidaridad y después por una obligada y necesaria cuarentena, permanecer confinados en nuestras casas.

Paradójicamente es el momento de ser positivos y echar mano, más que nunca, de nuestra imaginación para soportar tan duros momentos.

Por otra parte, dado nuestro compromiso con la vida, creo que sería una buena acción por nuestra parte –Amigos de las Letras- dedicar siempre que podamos, al igual que hacíamos en nuestros encuentros, un minuto de silencio o de reflexión a las miles de víctimas de éste macabro relato y que está quedando ya y para siempre en el libro de la Historia de la Humanidad.

Un fuerte abrazo virtual para todos esperando que os encontréis bien.


                 Carmen Franco Sánchez

jueves, 26 de marzo de 2020

REUNIÓN CLUB DE LETRAS 6-3-20. CRÓNICA




Salón de Grados de Derecho, Campus Universitario de Jerez
6 de Marzo de 2020.


A las 6 de la tarde y tras las bienvenidas y saludos, iniciamos nuestra reunión con un minuto de silencio que nos permitió crear el clima adecuado para reflexionar, concentrarnos y así aprovechar al máximo nuestro breve encuentro.

A continuación se presentaron por parte de José Antonio Hernández Guerrero las últimas obras de nuestros compañeros: en narrativa “La memoria en llamas”, de Antñín Díaz, y en poesía las dos creaciones “Código de sanación a la naranja” y “Acrósticos y otras palabras discordantes” de Maritxé Abad y la publicación “Te lo he dicho con el viento” de Enrique Rojas.

(se adjunta, como elemento principal de esta reseña, la intervención íntegra del director del Club de Letras)

Los autores hicieron comentarios sobre sus obras y leyeron algunos relatos y poemas; asimismo los asistentes pudimos dirigirles varias preguntas, estableciéndose un interesante debate en el que destacó la idea de que la buena literatura, para convertirse en clásica, debe ser independiente de las circunstancias vitales y particulares del escritor en el momento de la redacción de su trabajo.

Esta presentación, ya convertida en tertulia se alargó un buen rato y finalizó con el reparto de ejemplares del texto “La escritura narrativa”, de referencia en este curso, a aquellas personas que   aun no lo tenían.

Finalmente nos despedimos siendo ya las 20,15 horas, hasta nuestro próximo encuentro.


Reseña elaborada por Agustín Fernández Reyes.



          PRESENTACIÓN EN JEREZ, 6 DE MARZO DE 2020
José Antonio Hernández Guerero


“La memoria en llamas”, de Antoñín Díaz

Los relatos literarios nos descubren lo que está oculto en cada uno de nosotros. Cuando poseen calidad, constituyen esa híbrida expresión del fondo íntimo del ser humano, de ese reducto “sagrado” en la que se encuentran el espíritu y el cuerpo, el pensamiento, la fantasía, las emociones y las sensaciones: la realidad y la ficción.

Los relatos literarios están situados en la intersección de la conciencia y del mundo. En contra de los que piensan que lo único digno de la literatura es el reino del espíritu y frente a los que opinan que, por el contrario, la literatura es el triunfo de la materia, nosotros defendemos la tesis de que la gran literatura es la revelación del “espíritu impuro”. Es decir, refleja ese ser humano que vive en un confuso universo de lucha, de triunfos y de fracasos.  Lo peculiar del ser humano es esa oscura y desgarrada región del alma en la que lucha el bien y el mal: el amor y el odio, la realidad y la ficción, la esperanza y el sueño, el pasado y el futuro, la luz y la oscuridad.

El alma, el espíritu, la mente o como queramos llamarla, es esa mezcla confusa de aspiraciones de eternidad y de impulsos ciegos que nos conducen a la muerte, es esa combinación de lo relativo y lo absoluto, de lo diabólico y lo divino

Estas afirmaciones tan elementales las confirman los relatos titulados Memoria en llamas, una invitación amable para que penetremos en el fondo de nuestras propias experiencias. La literatura es una senda imprescindible para descubrir y para explicar los múltiples sentidos de la vida humana.

En mi opinión, uno de los valores más importantes de este libro es el tino con el que el Antonio identifica las claves secretas de la escritura literaria. La claridad con la que nos explica los significados de esos comportamientos reales que, a primera vista, parecen inverosímiles. En este libro nos demuestra que él es ese observador atento que nos señala los comportamientos tan frecuentes que, mirados superficialmente, nos parecen extraños, fantásticos e irreales, pero que, para la mayoría de nosotros, carecen por sí solos de fuerza literaria.

¿Dónde reside -me pregunto- esta habilidad para construir estas obras de arte?

En primer lugar -respondo- en su decisión de permanecer sumergido en el fondo de la corriente de la vida con los sentidos abiertos para captar las resonancias emotivas de esos episodios aparentemente incomprensibles.  Y es que la vida humana es esa realidad que supera el pensamiento racional y los comportamientos convencionales. Y es que, efectivamente, la imaginación, las sensaciones y las emociones participan y, a veces de manera dominante, en el juego de la vida. Por eso -y esta es mi primera conclusión tras la lectura- este libro, que Antoñín apela a nuestra memoria emocional, no es, ni mucho menos, una colección de meras anécdotas divertidas sino una invitación amable para que penetremos en el fondo de nuestras propias experiencias y para que analicemos nuestros comportamientos normales y, quizás, nuestras reacciones extrañas.

         Este libro es sorprendente: eso es lo primero que hace el lenguaje literario: Sorprender. Os confieso que estos relatos me han sorprendido porque me han hecho pensar en la permanente contradicción y en la inquietante contrariedad de nuestras vidas cotidianas, y, además, me han servido para constatar las “cuerdas invisibles” que mueven esas sorprendente contradicciones de las experiencias diarias.

Todos estos relatos -poemas intensos- son unos acertijos que nos plantean interrogantes desde las primeras palabras, y generan unos incontenibles deseos de adivinar unos desenlaces que, en la mayoría de los casos, no coinciden con los finales de los relatos.

Este libro despierta la curiosidad: esa es otra de las funciones que ejerce el relato literario: despertar la curiosidad. Antonio Díaz hace gala de una amplia batería de procedimientos técnicos para despertar nuestra curiosidad, para mantener nuestra atención y para sugerir respuestas múltiples que, por supuesto, siempre se ven superadas. Sus enigmas nos hacen sentir y, a veces, hasta reflexionar y analizar las entrañas del pensamiento y las raíces de las emociones, pero siempre, además, nos provocan una sonrisa como expresión de nuestra complicidad con las delirantes travesuras: todos estos relatos generan una atmósfera de cordialidad y de “simpatía”.

¿Por qué -me pregunto- estas historias son interesantes?

Sus historias son interesantes porque son verosímiles, creíbles. Y es que, efectivamente, Antonio nos demuestra que conoce y aplica con notable destreza las técnicas del relato breve y, en especial, que está dotado de una singular habilidad para identificar el nervio íntimo que proporciona verosimilitud a la historia, pero es que, además, nos muestra su singular sensibilidad poética, su inagotable capacidad para hacer que “una cosa sea otra cosas” porque, efectivamente, él nos descubre que las punzadas no son como las libélulas, sino que “son libélulas” (p. 48).

Pero es que, además, sus relatos nos divierten, nos emocionan y nos hacen pensar. Cada uno de los relatos nos demuestra que él posee un gusto exquisito para condimentar los textos con una equilibrada proporción de procedimientos clásicos y de recursos actuales, como, por ejemplo, el dibujo escueto intensamente expresivo de los protagonistas, la cuidada selección de los rasgos que enmarcan cada historia y, sobre todo, la agilidad en el relato de unos episodios que, además de sorprendernos, nos divierten, nos emocionan y, como dije anteriormente, nos hacen sentir, soñar y pensar.

Fíjense, por ejemplo, en el veloz ritmo narrativo que, gracias al uso de polisíndeton, llega a ser trepidante y que nos contagia la ansiedad de Alinandito cuando, cubierta la cabeza con una bolsa de plástico, está a punto de asfixiarse y de caer desmayado.

Antonio posee una singular habilidad para manejar las emociones. A mi juicio, uno de los aciertos más valiosos de esta obra es la habilidad que exhibe Antonio Díaz para detectar y para manejar las emociones como factores determinantes de la expresividad literaria, la destreza para penetrar en el ámbito de los sentimientos, de los nuestros y de las personas que nos rodean, ese sistema de impulsos, a veces incontrolables, que motivan y explican la mayoría de nuestros comportamientos.

Y es que, efectivamente, como nos dice en la introducción del relato titulado “La bolsa de jabón Lagarto”, en el funcionamiento del cerebro podemos encontrar las claves de algunas de las asociaciones literarias más originales como, por ejemplo, “los extraños mecanismos que desatan los nudos gordianos de nuestras neuronas: un perfume, un sonido, una palabra… son llaves que nos liberan las escondidas vivencias de nuestra infancia”, p. 98).

Me permito ofrecer un consejo: que lean detenidamente el prólogo, antes de abordar los relatos y que, después, vuelvan a leerlo.







Breve preámbulo a los poemas de Maritxé Abad i Bueno y Enrique Rojas

A los poemas de Maritxé Abad i Bueno y de Enrique Rojas hago una introducción general y, después, unos comentarios a cada uno de sus libros:

El paraíso que vale la pena instalarse para escribir poemas es la intimidad ese recinto sagrado que nos obliga al respeto, al agradecimiento y al secreto. Para leerlos con gusto es necesario que seamos conscientes de que sus autores nos eligen como sus confidentes y como sus cómplices. Es necesario que tengamos en cuenta que en ellos Maritxé y Enrique han refugiado los latidos intensos de sus corazones y de sus entrañas. Por eso, para calar en todos sus sentidos, debemos -deberíamos- abstraernos de los ruidos que nos rodean. 


“Código de sanación” y “Acrósticos”, de Maritxé Abad i Bueno

         Defino los tres rasgos fundamentales

-    Densidad
-    Intensidad
-    Hondura

La densidad está determinada por la elevada cantidad de valores estéticos que encierra en cada uno de los poemas:

-    las imágenes en diferentes fórmulas gramaticales, léxicas y semánticas.
-    La abundancia de sorprendentes y originales paradojas.
-    Los oportunos paralelismos.

Con estos procedimientos nos descubre las esencias de comportamientos humanos, la médula de significados ocultos en palabras y en sonidos.

1.- Como ejemplo de estas afirmaciones, os animo para que os fijéis como, en el primer poema, titulado “Reeducación Vesical”, nos cuenta cómo cada órgano corporal posee individualidad, personalidad humana propia, pero se siente solidario con los demás, y, tras superar un accidente inoportuno, ofrecen y reclaman nuevas formas de ubicarse, y se esfuerzan generosamente para hacer posible la convivencia entre todos ellos. Y es que, hacer poesía, es identificar la dimensión humana de cada uno de nuestros miembros, de cada una de nuestras acciones y de cada uno de nuestros objetos. 

2.- Sí, esa es la razón profunda que explica cómo la palabra, el silencio, el gesto o la simple presencia del médico poseen el poder taumatúrgico de curar el cuerpo y de serenar el espíritu.

3.- Por eso, el despertar en la unidad de cuidados intensivos, es un grito de esperanza y, sobre todo, un himno de gratitud, una irreprimible canción de amor.

4.- Y la aplicación de la santa y milagrosa Morfina suscita una fervorosa oración, una ofrenda de agradecimiento. 

Renacer entre naranjos

1.- En “Al compás” el paisaje y el tiempo, el escenario y la acción resumen y condensan los contenidos fundamentales de la vida humana, la actividad y el movimiento -vita est in motu dice la filosofía medieval- y su paso, su paseo, por la tierra, por el suelo.

2.- En “Nuestro hogar” se recrea la atmósfera calidad generada por recuerdos entrañables, por vivencias íntimas y por proyectos ilusionantes de una vida compartida.

3.- Y el mar Mediterráneo –que encierra, refleja, proyecta y “regala” el rostro amado de la madre que vuelve a encender las llamas del amor, del dulce amor agradecido, de la luz que descubre los secretos de la vida, el misterio fecundo del momento presente:

Toda la luz nos circunda
nos devuelve al misterio
del presente que estalla








“Te lo he dicho con el viento”, de Enrique Rojas Guzmán

El comentario sobre su anterior libro Las huellas del agua lo empezaba con tres palabras, tres afirmaciones rotundas:

-    Sorpresa
-    Alegría
-    Esperanza

En este segundo libro, Te lo he dicho con el viento sólo mantengo la segunda –la alegría porque ya ni me ha sorprendido y la esperanza se ha disipado con la constatación de la realidad.              

El misterio de la poesía se produce cuando el poeta acierta orientando hacia la confluencia mágica sus diversas sensaciones de cada uno de sus sentidos, las resonancias emotivas y los ecos íntimos de sus entrañas corporales y mentales.
Cuando nos descubre los mensajes trascendentes que le dirigen cada uno de los seres de la naturaleza.

Enrique sabe que todos los seres de la naturaleza son seres animados. Todavía más: todos los elementos de la naturaleza el viento, el mar, el sol, la luna son seres vivientes dotados de sensaciones y de emociones, y que, por eso, sienten y padecen, y, por eso, hablan, gritan, callan y escuchan. Enrique conoce, además, ese código secreto con el que la naturaleza transcribe sus mensajes: su pronunciación, su gramática y su peculiar diccionario.

Por eso podemos afirmar que el Enrique es un intérprete o, mejor, un traductor que nos traslada las voces, los silencios, las palabras, las peticiones y las respuestas que esos elementos naturales nos dirigen.

Enrique escucha la voz de la naturaleza que resuena en sus entrañas: cierra los ojos y escucha, y, allí, conecta con esos sonidos y da un paso más importante: pide prestada esta voz a la naturaleza para interpretar y para proclamar el misterio de su amor, aprovecha las melodías y los ritmos cambiantes de los vientos, de las luces, de las nubes, de las mareas, de los soles y de las lunas, para dibujar “cielo infinito de tu boca”,

“Tus ojos son el solsticio del único cielo que adoro.
Tú eres la semilla de la tierra que piso.
Tú eres la gota del mar que se desangra cuando mi llanto.

Hay veces que apagas la luz de la noche
Y me traes el sol que me quema los labios. (P. 44)

Todo esto lo dice, nos lo cuenta, lo vive, con el propósito declarado de eternizar sus sentimientos, de volverlos inmortales:

“es una forma de eternidad, pues eterna es la persona sobre la que se escribe al quedar ahí, entre los versos, se vuelve inmortal. Es imposible que esa llama se apague, ya que, en caso de olvido, será suficiente con abrir las páginas del libro”.

Porque permaneces,
Entre verso y verso,
Cargada de vida.

Te lo he dicho con el viento…
Y más allá del amor, quiero decírtelo con el olvido”.

Y aquí, en esa promesa de eternidad y de olvido, Enrique nos explica el secreto de su poesía, el misterio de la existencia humana: la paradoja:

Esa contradicción permanente entre la presencia y la ausencia, entre el hueco vacío, a pesar de su pretensión de llenarlo, entre el vacío de palabra y la plenitud del silencio, entre su espíritu transgresor y su fidelidad a la promesa. No olvidemos que la transgresión encierra un aliciente y que la subversión posee el atractivo que despiertan las prohibiciones.

Este poemario es una manera de hacer justicia, de pagar una deuda y de mostrar gratitud.
Es un canto de “acción de gracias”, sí de gratitud, de amistad y de amor.

Al rumor de los mares, Océano inmenso de libertad.
   










miércoles, 25 de marzo de 2020

Perdonadme


Mi hermano Raúl tenía los ojos azules. Sus mandíbulas eran fuertes, sus labios gruesos y su rostro armónico y hermoso. El  torso lo tenía perfecto y las piernas y brazos tonificados, pero no en extremo. Tan guapo que sus amigos solían bromear diciendo que con un poco de rímel y maquillaje, sería hasta guapa. Era el más alto y la excepción de la familia, porque el resto, incluidos mis progenitores, pertenecíamos, sin duda alguna, a la raza caucásica mediterránea: morenos, ojos oscuros y bajitos.

Mi hermano Raúl era el más listo de todos. Mi madre decía, bastante a menudo, que era  el que aprendió antes a hablar, a andar y a restar y dividir. En el colegio era el más  educado y responsable. Todos comentaban que era apasionadamente curioso. Curiosidad que le llevó a ser el número uno de su promoción de Ciencias Físicas de la Universidad de Oxford. De casa fue el único que estudió en el extranjero, ya que en mi familia los recursos económicos estaban muy limitados. A mí me tocó trabajar en la fábrica de muebles local siendo casi adolescente  para contribuir a la economía doméstica y, a la postre, a su anglófila licenciatura.

Mi hermano Raúl no tenía complejos ni amarguras. Era divertido, zalamero, besucón y buen orador; por todo ello destacaba en su éxito social. Las mujeres y hombres se lo rifaban, todos querían estar con él. Creo que también era buen amante, porque alguna vez que he pasado la noche en su casa y él compartía cama con cualquiera de sus múltiples parejas, he creído oír algún que otro: Dios no pares, ahí, justo ahí, sigue haciendo eso… ¡qué gusto! Yo, en la soledad de mi dormitorio, pensaba en mi vida rutinaria de casa al trabajo y del trabajo a casa, solo interrumpido por el atracón de series de los días de fiesta.

Mi hermano Raúl no era presumido. Había nacido con el don de la elegancia, todo en él era natural. Tenía instinto para elegir la ropa adecuada para cada ocasión y combinar las prendas con acierto. Trajes a medida o ropa sport, reloj en la muñeca derecha y calzado cómodo, todo le sentaba bien. No necesitaba ropa extravagante ni de marca, transmitía clase y estilo. Mi armario, en cambio, era limitado, pequeño y convencional.

Mi hermano Raúl era resolutivo, de inteligencia ágil, capaz de afrontar cualquier asunto problemático con una rapidez que apabullaba. Cuando yo tenía que tomar alguna decisión, fuera importante o no, siempre acudía a su encuentro. Él no me juzgaba pero, en cierta medida, imponía su consejo. Tenía un poder de persuasión increíble. Ante cualquier dilema, escuchaba su voz, día y noche, diciéndome lo que debía hacer en cada caso.

Odiaba a mi hermano Raúl, siempre me he visualizado como un gusano a su lado. Todos en casa y, hasta yo misma, me comparaban, con la cruda y palpable realidad de que él tenía ese no sé qué que le hacía tan único y yo, yo me sentía inferior e insignificante. Desde pequeña he acudido periódicamente a la consulta de múltiples psicólogos y psiquiatras con el fin de escarbar en mi aturdida mente, descubrir mis fantasmas e intentar, al menos, superar mi animadversión y enemistad hacía él.

Bueno, lo confieso, este confinamiento por coronavirus me tiene esquizofrénica. Mi gran problema no es mi hermano Raúl; mi gran problema es, según dicen, que me lo estoy inventado todo. Soy hija única. Perdonadme.


                   Yayo Gómez


martes, 24 de marzo de 2020

La parte más pequeña



Ha pasado una semana y con la paciencia a nuestro lado, vamos viviendo los días. El confinamiento no cuesta menos que antes, sin embargo la desolación se lleva peor. La calle vacía es como una escena de las primeras películas de ciencia ficción, con el silencio tan estremecedor como el blanco y negro de la cinta, precursor de catástrofe. Ahora más que nunca hay que echar mano del optimismo, aunque ande extraviado. Por eso hemos agradecido los mensajes en el móvil, a punto de echar humo a veces; el juego peliculero con los emojis -disculpas por el plural si no es el correcto; las iniciativas a escribir en cadena que facilitan las redes sociales. De alguna manera, hemos paliado el aislamiento, hemos sabido que al otro lado de la pantalla ha habido alguien dispuesto a contestar. Y nos quedamos con los momentos agradables, con los textos más coherentes con la situación, eliminando aquellos que nos han confundido tanto.

La incertidumbre sigue revoloteando sin fecha estimada de terminación. Vivimos un presente raro, con clases virtuales -bravo por los profesores- y conversaciones a través de la pantalla, alabando estos adelantos que nos facilitan la vida en general y las horas en particular.

Cuando todo esto empezó, no pensamos o no quisimos pensar que nos sobrepasaría. Lo cierto es que, al cabo de una semana larga, vivimos pensando en el presente alejándonos no más allá del día siguiente, distrayendo la ansiedad con todo cuanto anda guardado o amontonado en casa, donde la vida continúa, donde la jornada se mueve entre las habitaciones y el paseo por el corredor. Fuera todo está quieto, excepto el viento que acaricia los cristales, que juega al escondite con el frío, que agrupa las nubes hasta ahogarlas, desviando la caída de la lluvia. El mal tiempo, lo propio en esta época, viene a propósito para unirse al confinamiento, justificando la coyuntura como si fuera un pecado venial. Tal vez por eso la gente desea que llegue el anochecer para romper a aplaudir a la hora fijada en los chats, para cantar con emoción y jalear con alegría, para regalar melodías mientras los escuchantes dan las gracias con ráfagas de luz. Por eso y más que nunca hay que agarrarse a estos momentos que ocupan, quizás, la parte más pequeña del dìa, que aportan tanta frescura como el aire que sopla, enfría y enjuaga la noche isleña.  

Ánimo y a por esta semana.




             Adelaida Bordés Benítez


(Artículo publicado en Andalucía Información)

lunes, 23 de marzo de 2020

Fiebre




Cuando tuvo conciencia de tener fiebre empezó de verdad a preocuparse. Hasta entonces sólo había atribuido las palpitaciones, el insomnio, el ligero mareo y la falta de concentración a un simple resfriado. Recién llegado de Italia, nada menos que desde Milán, cayó en la cuenta de que el riesgo asumido al asistir a aquella reunión inaplazable de empresa, donde estuvo en estrecho contacto con la jefa local del Departamento de Ingeniería, efectivamente se había concretado en el peor de los diagnósticos: se había enamorado.


              Agustín Fernández Reyes






HUBO UN HOMBRE UNA VEZ QUE NO VEÍA
A Jorge Luis Borges
Ramón Luque Sánchez

Hubo un hombre una vez que no veía,
era un hombre de letras: poeta y narrador esencialmente,
aunque también gustaba de jugar con ideas.
Y dicen que este hombre, tan sabio como el tiempo,
sufría por no ver esas palabras
que tienen alma y fuego en sus entrañas.
Me han dicho que a menudo este guardián de libros y leyendas,
aparte de cuentista él fue bibliotecario,
requería un lector que descifrara esas hermosas páginas
que llenaban con versos su memoria
y también con historias y arrebatados salmos,
de esos que se amasan con llanto y con pistolas.
Me han dicho que este hombre también necesitaba un amanuense
que pasara a papel esas Ficciones
que en sus ojos dormían y en su mente gritaban
déjanos que nos vistan papel y páginas.
Me han dicho que este hombre, tal vez lo haya leído,
levantó un universo letra a letra.
La Historia de la Eternidad plasmó en sus libros
y también, como apasionado porteño,
la Historia de la Infamia describió a navajazos.
Un Hacedor de Lunas se creía,
aunque tal vez, sin él saberlo,
era Sombra del Aire, el Aleph, único e infinito
como un Libro de Arena.




jueves, 19 de marzo de 2020

RAÍCES EN EL MAR

En estos días estaba anunciada la presentación del libro RAÍCES EN EL MAR, de nuestro compañero del Club de Letras Manuel Bellido Milla, en la Asociación de la Prensa de Cádiz. Las circunstancias mandan y esperamos que este feliz acontecimiento se pueda reprogramar con normalidad muy pronto. Mientras tanto, aquí tenéis información de la obra, incluyendo su booktrailer, al que podéis acceder haciendo clic en la imagen.


Para ver el booktrailer, haz clic en la imagen.

Raíces en el Mar aborda un periodo de la historia de España, en ocasiones presentado como una sucesión de hechos aislados que, sin embargo, estuvieron enmarcados en un contexto: el colofón de una época y de una forma de hacer política. Sucesos que preludiaron nuestra andadura a través del siglo XX, y tal vez sean los vectores de nuestro futuro. De nuestras huellas presentes dependerá.

Personajes históricos como Isaac Peral el ingeniero proyectista del primer submarino, Fermín Salvochea el Alcalde anarquista de Cádiz, Claudio López Bru el Marqués de Comillas, Pascual Cervera el Almirante, Fernando Villamil el marino, y Rodríguez Arias el Ministro; junto a otros personajes de ficción novelesca, acompañan al protagonista Benito Andújar a través de una trama de espionajes, juegos políticos e intereses económicos, que sacan a la luz dos maneras de abordar los retos del futuro, y que marcan hoy como entonces, la diferencia entre los que pierden y los que ganan la iniciativa para hacerse dueños de su propio destino.

(Fuente: Punto Rojo Libros)



miércoles, 18 de marzo de 2020

Molino Nuevo



Fuente: Fragmento MTN50. 925 (18 37) Mapa Topográfico Nacional de España. Porcuna.

La imagen no guarda la escala original 1:50.000


Es domingo y salen de excursión. Nos vamos en el ruso. Es fiesta y no hay autobús de línea —dicen a los niños—, y suben a el ruso que los espera en la puerta. También vienen los vecinos de la parte arriba, gente buena y amable. Conocidos de siempre. Llegan con otra media docena de chiquillos, y entre unos y otros, el portal de la casa parece la entrada a una escuela. La abuela resuelta como siempre, sabe poner orden entre los pequeños. —A callar, que no se despierten los vecinos— siseando con el índice en la boca.

Los niños van subiendo a el ruso ayudándose unos a otros. Las madres y la abuela con ellos, atrás, los hombres delante, en la cabina. La calle los despide desnuda por el barrido de escobas a manos femeninas. Aunque sea domingo. El día que es frío de los de diciembre, amanece azotado por un solano perezoso, y un sol aletargado. Los excursionistas comienzan a cantar cuando abandonan la carretera general, ya han dejado atrás una fronda cercana a la Huerta del Comendador, toman a la izquierda, y avanzan por el camino de Lopera hacia el Molino Nuevo. La parada es para mear, dicen los hombres.

En el camión nadie se mueve. Ni los niños ni las mujeres que, hábiles, susurrantes, han conseguido hacer callar a la docena de pequeños. El juego ahora es: ¡el primero que hable, sin chocolate! El hombre desaparece y trepa cuesta arriba por los terrones del Cerro de Moriscos. Lanza el orín al aire, y observa el gris apagado de la Cañada Mingoca. Poco más allá está la casa. No ve a nadie en la vaguada, y vuelve.

Al llegar al cortijo bajan de el ruso. Nadie toca las cajas en las que han venido sentados. Los hombres se quedan fuera. Los demás desaparecen dentro. Un momento después escuchan el motor del camión alejarse. Con ellos se queda el canto de los pájaros, y el ruido de los cohetes que truenan a oleadas del lado de Lopera.

¾Son cohetes de la Navidad —dicen las mujeres.

¾¡Son muchos! —exclama la mayor de las niñas. Nadie le responde.

Pasan dos días y entregan cuatro cajas. Aún les quedan dos en el camión.

¾Casi hemos acabado, Manuel —le toca el hombro satisfecho al que conduce.

¾Soltamos estas dos, y nos vamos con las mujeres al molino —dice el conductor.

Al salir de una curva junto a un arroyo, los apuntan cuatro milicianos. En la ladera hay otros tres más. Les ordenan que paren.

Lo convenido para estos casos es que solo Manuel abra la puerta. Para hablar. El que baja queda protegido si no va armado, nadie pensará que el de dentro dispare contra su compañero. Así que, mejor que solo baje uno. Acordaron hace tiempo.

Manuel es un hombre tranquilo de aplomo natural, de los que no ofenden cuando habla. Afable. Lo cachean. No lleva armas. El jefe de los milicianos señala al camión y siguen hablando. Es bajito, de ojos nerviosos y piel oscura. Sus maneras elegantosas acompañan a sus manos finas, poco hechas al monte —capta Manuel—. Pasan dos minutos eternos, y comienzan a sudarle las manos al del camión, apuntado desde fuera por un fusil.

Los de la patrulla hacen un aparte. Llaman a uno de ellos, es el más jovencillo que está en la ladera. El recién llegado saluda a Manuel sin disimulo. Lo hace con respeto.

¾¿Lo conoces?

¾Es el Subjefe de policía de Porcuna —dice el joven de forma creíble.

¾Subjefe —sin dejar de mirar a Manuel—. ¿Tienes los papeles de policía? —le suelta a la cara.

¾Tengo mi palabra —contesta Manuel tranquilo. Sin fijar la mirada, sin rehuirla tampoco.

El que manda acepta esa respuesta, sonríe y enfunda la pistola. Siguen hablando. Los fusiles se han cansado y agachan la boca. El acuerdo no tarda en llegar. Dos de ellos sueltan las armas y suben al camión. Toman las dos cajas de jamones que quedan, abren una de ellas y le ofrecen un jamón a Manuel. En un minuto han desaparecido. Manuel y su compañero arrancan el ruso y deciden volver.

En el Molino Nuevo las mujeres tienen una estrategia. Han tendido ropa de niño sobre un cordel bien visible. Abrieron todas las puertas y ventanas, tienen un fuego en el patio bajo un caldero, han rotulado la fachada con la frase: “mujeres y niños” y, por último, encima del tejado han colocado una sábana blanca.

Los primeros que llegan lo hacen en cuclillas, mudos y letales. No se detienen ante las mujeres. Hablan por señas y apuntan sus armas hacia adelante. Profesionales.

Rodean el cortijo. Penetran y se asoman por las ventanas. El olor del caldero consigue remover los estómagos de los visitantes.

No hay respuesta. Los niños callan asustados. Las madres y la abuela delante como una muralla. Los moros rebasan el cortijo, algunos al paso les hacen carantoñas, otros los estudian con recelo. Ninguno mira a las mujeres. Tras ellos más y más tropas. En silencio. Nadie ha disparado su fusil, nadie ha pronunciado más palabras que las del moro. Al rato, un joven con uniforme se acerca. Es un oficial.

¾¿Dónde están vuestros hombres? —de forma seca—, ¿de dónde sois? —sin dar tiempo a responder.

¾Gente de paz —saltan las tres mujeres a la vez.

¾De Porcuna —dice la abuela que parece entender la poca paciencia del militar.

¾No hay nadie en la casa —se escucha una voz que tercia detrás.

¾Así que de la zona roja…

¾De Porcuna, mire usted. De donde nuestros padres y nuestros abuelos. Personas como Dios manda. —enseñando la medalla de la virgen de Alharilla.

Eso tranquiliza al requeté que se acerca al caldero, prueba el caldo, da su aprobación, y lo toma hasta acabar el cuenco. Se despide tocándose la cabeza. La abuela imagina que no quiere quedarse rezagado…, más de la cuenta.

Los del camión aún tardarán dos días en llegar, escondiéndose y circulando entre una y otra zona. El hambre la mataron con el jamón de regalo. Solo quedan los huesos para otro caldo.


            Manuel Bellido Milla
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