Club de Letras UCA (Cádiz, Jerez de la Frontera y Algeciras)
Director: Profesor de la UCA Dr. José Antonio Hernández Guerrero
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domingo, 16 de junio de 2024

Con Escuadra y Cartabón

 

Con Escuadra y Cartabón

por Isabel Canales


¡Palestina se eligió!

Trazados fueron sus límites

Con escuadra y cartabón

Verlos llama la atención

Un cíngulo y un riñón.

 

La equidad quedó de lado

El ocupante asilado

rodea, sitia y vigila

al pueblo palestino

ellos, llevaban años allí.

Les dejaron sin pasto

para el ganado, muchos finaron,

de sus casas les echaron.

En los años, poco a poco,

cercándoles están a su antojo;

los moradores defienden

a pedradas, su vida con arrojo,

y lo llaman Intifada.

 

En silencio y desamparo

ven acordonada la zona,

les impiden suministros

para poder subsistir.

Los niños continúan viendo

lo que sucede en su entorno

hambre, miseria, les dais,

una mezquina cotidianeidad.

En esa realidad han crecido

la viven desde hace años

en su tierra inmemorial.

 

¡Ahora la situación se agrava!

Están en plena bélica escalada

con artillería pesada.

 

 

 

 

Han arrasado sus casas

escombros y cadáveres pisan

restos humanos les rodean

por los fuertes bombardeos.

Heridos, cadáveres, críticos,

qué con carácter urgente

necesitan médica atención,

pues, no la pueden recibir,

los hospitales han derruido,

en la franja están estancos.

¡La franja de Gaza es un polvorín!

Por la barbarie consentida, esperada.

 

Su propia tierra, es su sudario,

donde la muerte ciñe a su vida,

hijos, nietos, padres, madres,

también caben los hermanos.

A todos y a todas ha alcanzado.

Tanto dolor, tantas pérdidas,

tanto odio alrededor acumulado

no se puede consentir.

 

¿Es que no lo recordáis?

Palestina la cedieron

El pueblo no opinó, en la ONU se gestó

¡Ahí estriba la cuestión!

 

©Isabel Canales

jueves, 13 de junio de 2024

¡Reconquista tu tiempo!

 

El tiempo, más que dinero, proporciona otros valores aún más necesarios

 

 


Jenny Odell

¡Reconquista tu tiempo!

         Barcelona, Ariel, 2024



                                               José Antonio Hernández Guerrero


El discurrir -lento o rápido- del tiempo nos debería enseñar a leer la vida con nuevos ojos, a administrarlo con responsabilidad y a disfrutarlo con libertad. La experiencia nos confirma que, sin advertirlo, lo despilfarramos de manera, a veces, inconsciente. En estos momentos en los que presumimos de libertades, en mi opinión nos vamos haciendo cada vez más obedientes a la influencia sutil de la publicidad, a esa fuerza poderosa que se apodera de nuestros sentimientos y nos impide reflexionar sobre el curso de nuestra existencia. Me permito –amigas y amigos- animaros a pensar y a vivir cada segundo con detenimiento, con fruición y con complacencia.

En esta obra Jenny Odell nos invita a reflexionar sobre la naturaleza del tiempo y a indagar en las raíces sociales y materiales que sustentan la idea de que el tiempo es dinero. Responde de manera clara, detallada y exhaustiva a cuatro cuestiones fundamentales: ¿Quién tiene capacidad de comprar el tiempo de quién? ¿Cuánto vale el tiempo de una persona? ¿Quién se ve en la obligación de ajustar sus horarios a los de otro? ¿Por qué el tiempo de alguien se considera como algo disponible?  Las detalladas respuestas y los sutiles análisis de estas preguntas parten del supuesto de que la valoración de tiempo –que no es una cuestión individual sino cultural e histórica- ha de evitar la concepción del ocio simplemente como una forma de descanso corporal o de recreo espiritual para proporcionar nuevas fuerzas para trabajar de nuevo. Odell muestra y demuestra que la productividad no es –no debe ser- la medida absoluta del sentido del tiempo ni de su valor.

Explica con claridad cómo cada día invertimos más dinero y más tiempo en comprar bienes materiales, en adquirir objetos y servicios de consumo que nos restan las energías espirituales y nos despojan de unos bienes inmateriales que son mucho más necesarios y más gratificantes: el consumismo –afirma- nos merma la libertad, la tranquilidad, el ocio y, en consecuencia, nos limita la cantidad y, sobre todo, la calidad de la vida humana. Su detallada y amena reflexión, que parte de la observación de unas hojillas de musgo que brotaban en un tiesto de cerámica colocado junto a la ventana, le llevó a pensar en las escalas de tiempos muy cortas y en las escalas evolutivas muy amplias, y le hicieron pensar en lo vano que es empeñarse en apresar un momento.

En mi opinión, su explicación de que la manera de recorrer el tiempo –de vivir la vida- depende en gran medida de cada uno de nosotros imprimiendo mayor o menor velocidad, aligerando o moderando el ritmo y acortando o alargando cada uno de los momentos, puede –debe- mejorar la cantidad y la calidad de nuestras vidas. Esta obra –clara, oportuna y necesaria- nos demuestra cómo el trabajo y el dinero debería proporcionarnos otros valores más importantes y más necesarios. Por eso la primera conclusión es que no deberíamos permitirnos perder el tiempo y, sobre todo, que sean otros los que nos hagan perderlo. Y es que, a veces, los relojes y los calendarios nos despistan y nos engañan porque no nos informan sobre sus contenidos ni calculan la anchura, la altura y la profundidad de cada instante.

 

Impulsos sinestésicos

    Por Fernando Vázquez Mota

 

TITULARES:

Los escuderos del hambre: ¿Qué es el futuro incierto? ¿Cómo podemos incidir en su posible transformación? ¿Qué elementos paliativos podemos inferir sobre él para no hipotecar las nuevas generaciones? ¿Cuáles son las herramientas desestructuradoras que impiden que esto llegue a un buen cauce?

Anatomía de un fracaso: ¿Vivo o sobrevivo, permanezco o perezco, adelanto o atraso? Todo puede quedar reducido a salir de ese gran fiasco que es el ocaso.

Diario sobre la necedad: Si el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, sería bueno contemplar la opción de poner el cerebro en funcionamiento, antes que la lengua en movimiento.  

Un estímulo abandonado: Por tabúes y por engaños, nos conduce directos hacia un túnel ciego.

La presión del entorno: Deja inevitables huellas en las conciencias colectivas para un desarrollo armónico de la sociedad.

La caída de los sueños: Son vendidos a precio de saldo por manos invisibles mediante cantos de sirenas.

El sabor de la paciencia: Es el único estímulo capaz de crear y sanar conciencias adormecidas por los “yo adulterados”.

El refugio de la inconsciencia: Es el lugar reservado a los indefinidos y amargados.

La esperanza olvidada: Es lo único que nos queda cuando aparece la desolación y la desorientación.

La reproducción sintética: Es un recurso frio y utilitarista del medio que nos rodea, para alejarnos de lo orgánico y rebosante de vida.

La cartera del pordiosero: Compra lo producido con un salario por debajo del umbral de la pobreza, para llenar vasijas muertas.

                  

Una perversión sintonizada: Es otra herramienta más, utilizada por los nuevos mercaderes, que nos recuerdan continuamente que seamos libres, pero solo para revolotear sin alzar mucho el vuelo.

El reflejo adormecido: Queda en suspenso cuando entra por la puerta los vendedores de humo. Entonces despertamos para recibir la siguiente dosis.

Una corriente alternativa: Es como un arroyo de agua fresca, limpia y necesaria para sanar un rio lleno de peces moribundos por falta de oxígeno.

Un hábito desordenado: Es como una cabeza llena de títeres sin cabezas.

Las reglas de la obsesión: Son las que marcan las oscilaciones de nuestro péndulo emocional.

Un espejo cóncavo: Refleja nuestros anhelos, errores y aciertos en su único centro posible.

Un cristal quebradizo: Genera mayor angustia que un corte rápido.

Una arena apelmazada: Nos impide salir de nosotros mismos, para desparramarnos con entusiasmo y sin complejos en otras orillas.

El origen del despropósito: Es como un alucinógeno que nubla nuestro discernimiento y nos conduce al desastre.

Una certera anomalía: Es la que se produce cuando nos fiamos más de nuestro instinto que de nuestras indecisiones.

Un profundo sortilegio: Es el que se produce cuando dejamos que la naturaleza actúe por sí misma y nos muestre su belleza.

La encrucijada de las indecisiones: Es un suicidio personal, que conduce más pronto que tarde al fracaso.

El pulso de la sinrazón: Es el que mantenemos permanentemente cuando aparentamos ser lo que no somos.

El retraso acontecido: Es un síntoma de que, algunos acontecimientos tienen su propio ritmo y su alteración solo produce desasosiego.

La niebla enfermiza: Inunda en ocasiones la esperanza de los más desfavorecidos para sumergirlos en sus propias ensoñaciones.

Un toque de indiferencia: Es el último recurso que le queda al soberbio cuando no es capaz de ofrecer un argumento solido ante la crítica.

El ocaso del disfraz: Es la última estación que le queda al sofista al ser descubierta su incapacidad para mostrarse tal como es.

La realidad secuestrada: Por la repetición y la adulación, consigue llenar el ego de una sociedad enferma por Ser y Tener.

El desorden enaltecido: Es jaleado desde el interior de unas cloacas infectadas de cadáveres.

El tren de la desesperación: Es conducido en ocasiones por nosotros mismos hacia estaciones reguladas por nuestras conciencias.

La partida del acuerdo: Es a lo que se llega cuando hemos vendido nuestros sueños al peor postor y luego decimos que hemos sido engañados.

Una rebelión anoréxica: Se desarrolla cuando el tejido social se desangra paulatinamente de forma anestesiada y entregada en manos de los sofistas de moda.

Una acción de gracia: Se hace visible cuando dejamos de juzgar lo que no entendemos por la vía racional y nos extendemos en la desgraciada cruz del otro.

Una virtud sin esfuerzo: Es la única esperanza que nos deja el destino para ser nosotros mismos, invisibles, pero imprescindibles a la vez.

Una toma de irrefrenables deseos: Es cuando nos vemos al borde del precipicio sin que haya nadie que te acerque una cuerda para sujetarte.

El orden de los benefactores: Solo es alterado cuando el vaso del pobre es rebosado por la indiferencia, el desprecio y la desolación.

El preludio intemporal: Es como intentar retener el agua en nuestros manos el mayor tiempo posible, confiando en saciar la sed del que llega.

El comediante de los sueños: Se infiltra en nuestra almohada para cerrarnos el oído al descanso.

Un caos ordenado: Se empieza a gestar desde el momento que dejamos de mirar al otro para montarnos en el carro del “yo” desordenado.

Analogía del reflejo: Es lo más parecido a rescatar paisajes perdidos en las quimeras del pasado.

La pasión por la neurosis incontrolada: Es el subproducto de nuestras indecisiones acomodaticias para conformarnos con las migajas esparcidas por los gestores del espacio y el tiempo.

La agonía del acuerdo: Se consuma al echar la mirada hacia atrás, antes de estrellarnos contra el muro de la vergüenza.

La palabra secuestrada: Clama cada día por salir de la prisión del alma de los desangrados por el olvido.

La quietud de la memoria: Es el mejor aceite de la vida, capaz de rescatarnos del precipicio del olvido.

El equilibrio de la transferencia: Se actualiza cada vez que decimos “no” a lo que nos aleja del otro.

La perspectiva de la vía muerta: Se consolida cuando dejamos de mirar por el espejo retrovisor de nuestra insolvencia o de nuestra inconsciencia.

La crisis existencial: Es como caminar por encima de una fina capa de hielo, con la esperanza de alcanzar otra capa más gruesa que nos impida hundirnos.

Una rutina de subsistencia: Es una muerte lenta y silenciosa, invisible para un corazón vacío y para una mente embarrada.

Un alivio para la sutura: Es el bálsamo untado con la alegría de los inocentes y entregados a la vida.

El desgarro adormecido: Queda liberado una vez que se le ha domesticado con amor y con desvelo.

Un desarreglo certero: Se produce cuando nos fiamos más de nuestras intuiciones que de nuestras proyecciones.

El parpadeo de la conciencia: Es el único asidero confiable que tendremos antes de partir.

La última locura: Es traspasar los límites sinestésicos de la realidad en armonía y con absoluta paz de espíritu.


                      Fernando Vázquez Mota

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