Club de Letras UCA (Cádiz, Jerez de la Frontera y Algeciras)
Director: Profesor de la UCA Dr. José Antonio Hernández Guerrero
Coordinación del blog:
Antonio Díaz González
Ramón Luque Sánchez

Contacto y envío de textos:
clubdeletras.uca@gmail.com


sábado, 28 de noviembre de 2015

Piropo a una madre




El primer recuerdo nítido nace en una soleada mañana de invierno, junto a la puerta de la cocina, trepando por el escalón que daba al patio mientras trajinabas entre los cacharros de barro vidriado, lanzando coplas con tu voz cálida a aquel viento de Solano gélido y cortante como la hoja de una navaja. Deshaciendo por un instante aquella corriente heladora que al paso por nuestra casa, se entretenía congelando los charcos, endureciendo como el cartón a la ropa tendida y fabricando bloques de hielo flotantes sobre la pila lavadero bajo la higuera.

Éramos pobres, aunque eso lo supe después, el año en que encontramos la salida -Milagrosa- por donde escapamos de las garras de la miseria que nos rondaba emboscada entre las callejuelas, los entresijos de una educación ancestral-Inexistente más que mala- la inconsciente indolencia paternal y la acechanza de un puñado de  turbios corazones tan fríos como el Solano de esa mañana y tan próximos, como la carne o la sangre propias.

Yo no sabía nada de eso entonces, únicamente me fijaba en la calidez de tu piel y en la luz con la que se encendían tus ojos al mirarme. Era entonces cuando una sensación infinitamente confortable -Tan placentera que aún no se ha inventado palabra para ella-, me invadía por todo mí ser, inundándome de placidez y ternura. Sin lugar a dudas a tu lado era un niño feliz.

Pasaron inviernos duros y secos de lunas llenas, villancicos y aguinaldos, tardes plácidas y noches heladoras cargadas de melodías que me hablaban de barcos, trenes y el agua, encendiendo mi imaginación infantil mecida por el son de tu voz, ya acostado bajo las sábanas limpias y tu mano templada, que rivalizaba en suavidad con la de los propios ángeles que claudicaban gustosos cediendo el paso ante tu ternura y la bondad que emanaba de entre tus dedos.

Y por fin vencimos al invierno. Victoria con la que llegaron los años de lucha tenaz y callada, firme y decidida que llenó nuestras arcas de fortaleza y confianza al tiempo que se deshacía el conjuro de los torvos corazones, vencidos y ajados llenos ahora de envidia sorda o mal disimulada, mientras navegábamos protegidos por la sal de una tierra, tan nuestra como antigua y acogedora.

Y vivimos junto al mar nuestro aliado, en cuya orilla circulaban trenes y en cuyas aguas se contoneaban barcos de blancas velas y esbeltas chimeneas y sobre ellos, gentes limpias y diversas junto a un ramillete de oportunidades suficientes hasta la derrota final de la antigua indolencia paternal reemplazada ahora por el oficio y el respeto que él se merecía proveniente de un sinfín de almas compañeras y laboriosas paridoras de pantoques y palmejares, riada vital de un astillero del que formó parte en justicia y en dignidad.

Y tus ojos. Siempre tus ojos, tan azules como las aguas de ese océano tan nuestro que nos envolvía levantando olas y espumas de emoción al dejarse arrullar por las arenas templadas de nuestra playa con nombre de Victoria, la misma en la que construíamos castillos infantiles que luego reproducíamos ejerciendo como soberanos y arquitectos de nuestra propia vida con la que encarábamos al futuro repletos de sensatez, sentido común y ansias de superación.

Han pasado muchos inviernos a salvo del filo de la navaja de aquel Solano, también muchas primaveras y muchos estíos muy lejos de aquel calor abrasador dejado por la popa muchos años atrás. A cambio, quedamos confortados aquí por la caricia de las suaves brisas del Poniente llegadas por donde el mar se hace infinito, tras la línea nítida del horizonte, lejos, muy lejos de la sequedad de la tierra adentro.

Ahora que ha llegado el otoño de la vida, luces en tu semblante y en tu mente, la más maravillosa paleta de colores que jamás pudiera imaginar el pintor más ducho e impresionista. Colores del alma y del intelecto que relucen en ti compitiendo con los del propio arcoíris y que nos iluminan como fuentes de tu sabiduría innata otrora reprimida y talada, y ahora, crecida infinitamente más robusta que la vieja higuera junto a la pila y en cambio, como la del más robusto roble repleto sabia liberada, la misma que emana de la fresca sombra de tu presencia.



A mi madre Esperanza, por siempre mi esperanza.


Manuel Bellido Milla.

No hay comentarios:

Las opiniones vertidas en las publicaciones de este blog son responsabilidad exclusiva de cada firmante.