Club de Letras UCA (Cádiz, Jerez de la Frontera y Algeciras)
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viernes, 20 de septiembre de 2019

Tu mirada


Segundo puesto en el VIII Concurso de Relatos “Una historia en el Camino” de la Asociación Cultural Padre Serapio. Bercianos del Real Camino.





Tu mirada

No, no es que estuviera condicionada por el cansancio, había dormido bien esa noche y la etapa del día anterior había sido liviana. Tampoco fue cosa del vino, la cena fue frugal y aquella noche no estaba el irlandés que me tiraba los tejos y al que siempre le tocaba apagar la luz después de tertulias interminables y bien regadas. Peter, que así se llamaba, había dado buena cuenta de la fuente del vino de Irache y esa noche dormiría con redobles de tambor en el cerebro. No, no fue nada de eso. Yo estaba fresca y despierta como alondra en otoño. Esa madrugada salí aún a oscuras del albergue y caminé sola hasta el alto de Montejurra. Bajo unos pinos, enganchada a las hojas de un helecho, estaba tu red, una malla de hilos encendidos de rocío. El sol se asomaba tras aquellos helechos anaranjando la bruma y las copas de los árboles y encendía las ristras de gotitas en la tela de araña. Y entonces apareciste tú. Primero raudo como si una presa se hubiera agitado en tus dominios. Luego, despacio, con tu mirada de mil ojos fija en la mía, acechante, hipnotizadora. Y digo “tú” porque aquella araña tenía tus ojos. Sí, tu mirada, y cuando llegué a dudar de mi cordura moviste una pata, o aquella araña movió una pata, y la red de minúsculas lamparitas de rocío vibró al tiempo que saltaban al aire varias gotas, con el mismo gesto que tanto te gusta agitando las plantas cuando sales al jardín en mañanas de relente, o después de un chaparrón, o de haber regado yo, pero siempre a fumar el cigarrillo del escaqueo.

Sí, aquella araña tenía tu mirada. Quizá sea porque ayer me llamaste por teléfono para saber cuándo volvería a casa. Quizá sea porque por fin he encontrado la libertad en estos senderos y termine cada uno de estos días agotada, rendida y con los pies maltrechos… pero feliz. Aquella arañita, qué culpa tendría ella, me recordó a ti, a tu red de control, a tu mirada. Pero cómo explicarte que ya no busco un búnker donde esconderme. Que ya camino libre. Ayer Sahagún, hoy Bercianos, mañana ya veremos. Ay, Kavafis, qué bueno conocerte en estos pasos. Cómo decirte que hablo, bebo, bailo y canto con extraños. Que otros idiomas suenan a gloria en mis oídos. Que no necesito guardar la compostura ante nadie. Que me lavo o peino a duras penas, no siempre… Cómo explicarte que las soledades de una montaña, de un llano interminable, son más seguras que mi hogar. Que no hay aullido de lobo que me asuste tanto como tu llegada a casa cada tarde.

Esa mañana vi tu mirada en aquella araña, sí, y es por eso que sigo caminando. Ya queda menos a Santiago, pero tú sigue ahí, no te muevas, esperando, tejiendo como Penélope. Teje tu red mientras me esperas y destéjela cuando te agobie el peso de su tela. Y vuelve a empezar, tú sigue tejiendo, porque hay muchos caminos, el Camino de Santiago y otros, y mientras el apóstol me lo permita, los viviré todos. 


             Antonio Díaz González




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