Me considero
torpe. No soy de esos que reconocen a una mala persona al primer golpe de
vista. Me despista la ropa, la mirada, el tono de la voz, la simpatía -aunque
sea fingida- y por supuesto, el atractivo físico. Así que soy capaz de pensar,
tras un rato de charla, que cualquier desalmado es un buen tío o una mujer
ejemplar.
Pero eso sí,
nunca me equivoco al aplicar lo de “por sus obras los conoceréis”, como dijo
aquel. Por eso sé que tú, que saludas siempre tan educado, pero qué te metes
rápidamente en el ascensor sin retener la puerta cuando ya casi he llegado,
simulando no haberme visto para no compartir la incomodidad de un minuto de
trayecto en silencio (o peor aún, hablando de banalidades) y me haces esperar
en el rellano de la escalera hasta que lo dejas libre, tú, eres un malvado. Lo
sé.
Mucho cuidado contigo
porque, con un poco de poder (una presidencia de comunidad de vecinos, una
secretaria en la AMPA, un decanato en la Facultad, una concejalía, una
dirección general o -Dios no lo quiera- un ministerio) serías un tipo
peligroso. Para verte venir de lejos y cambiarse de acera.
Agustín Fernández
Reyes
No hay comentarios:
Publicar un comentario