Club de Letras UCA (Cádiz, Jerez de la Frontera y Algeciras)
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martes, 22 de noviembre de 2022

Las escritoras y sus proyecciones de identidad literarias


                                                                                                                                                Dedicado a Charlotte Brontë y a su eterna rebelde Jane Eyre                             

                                                                                                                                                       

 



El pasado verano, dentro de los cursos ofrecidos por la UCA, la profesora Marieta Cantos Casenave, experta en la literatura de los siglos XVIII y XIX, ofreció una conferencia titulada “Identidades y ansias de autoridad de Frasquita Larrea y Cecilia Böhl de Faber”, dentro del homenaje a Fernán caballero como escritora de este 2022. Con su exposición nos dio la oportunidad de aproximarnos al contexto sociocultural de algunas de  las escritoras decimonónicas más conocidas, ofreciéndonos una panorámica de las vicisitudes sociales e incluso familiares que en su inclinación hacia las letras tuvieron que superar como auténticas heroínas de carne y hueso, hacia la lenta emancipación de la autoría de su  propia obra y, con ella, su valoración social desde su condición de mujer de letras y, por tanto, como autoridad intelectual .  

Cartel del Centro Andaluz de las Letras sobre Cecilia Böhl de Faber como autora del año 2022 y su madre, Doña Frasquita Larrea

 

Es a fines del siglo XVIII cuando la figura del autor se potencia y comienza a relacionarse con la de una celebridad, gracias sobre todo a la apreciación del emergente movimiento romántico acerca del ‘genio` o `don’ creativo, incluyendo en este la reconocida ‘capacidad’ notoria de la poética femenina en el cultivo de la poesía.                                                                                                                                                               

Sin embargo, el reconocimiento y aclamación hacia la autoría masculina, durante el convulso siglo decimonónico, dista mucho del camino de obstáculos que la férrea moral burguesa de mediados de siglo deparará a la trayectoria de las escritoras para quienes el término despectivo mujer quill-driver ‒conductora de pluma‒, fue una referencia frecuente a su pretendida intelectualidad. Se criticó su escritura de ficción vendida por dinero asimilándola a la prostitución por la que la escritora se vendía al mejor editor. Sintiendo este estigma sobre sí la escritora inglesa Jane Austen (1775-1817) firma su obra emblemática Sentido y Sensibilidad (1811) con el sello de “By a Lady” (“Por una Dama”), como referencia a la pertenencia social de la autora y por lo tanto apta su lectura por las de damas respetables.  A pesar de ello nunca vio su nombre en la portada de sus libros, delegando en su hermano su autoría.           



Jane Austen


Frente a los valores reconocedores de la heroicidad masculina ‒de laureada intelectualidad académica y protagonismo en el  pasado épico y guerrero de la nobleza‒, auspiciado aun desde el romanticismo historicista con las novelas de caballerías medievales , en la Europa emergente tras las guerras napoleónicas, abierta a los avances tecnológicos y el materialismo comercial y colonialista , alentado a su vez por el pensamiento  positivista, los aspectos espirituales como la religión y la educación en la moral de buenas costumbres se relegan al espacio de la “domesticidad”, dominio de la heroicidad femenina .                

Para la mayoría de las mujeres escritoras la falta de estudios académicos les supuso ir formándose literariamente de forma autodidacta mediante la observación de las actitudes y emociones humanas o bien mediante la lectura en solitario creando su propio lenguaje presidido por la emocionalidad, pero a la vez trasmisor de los patrones asociados a su género de manera que su escritura debía de coincidir con aquello que de ella exigía la sociedad.               

En esta sociedad en pleno apogeo de la modernidad auspiciada por una burguesía alejada de las fantasías ilusorias románticas, con una necesidad expresiva objetiva y realista, la prensa escrita va a tener un protagonismo esencial en la divulgación de nuevas expresiones literarias.                               

La aparición de la prensa rotativa (1843) , con sus tiradas de ejemplares  y el amparo que supuso para los escritores la Ley de Libertad de Imprenta  , consiguen que el periodismo se instituya como el nuevo poder instructivo en la moral y en el entretenimiento procurando el éxito a la denominada ‘ literatura de folletín ‘ al alcance de  la masa de lectores de periódicos. Pero, sobre todo,  va a permitir abrir primeros resquicios al espacio público por las que van a irrumpir artículos y fascículos escritos por mujeres, a pesar de la consideración de la escritura literaria como actividad impropia de la mujer  de acuerdo con un estudio  seudocientífico divulgador de la minusvalía del  débil celebro femenino de naturaleza histérica y neurótica como condicionador de  su creatividad.                                                                                                                                                   

El modo de firmar su autoría para el común de las escritoras fue el de ocultarse bien desde el anonimato o tras un seudónimo masculino que les suponía avalar el mérito de su trabajo literario y mantener su erudición, impropia a la mujer, apodada por ello como ‘literata’, manteniéndose a salvo de difamaciones personales como hizo  Cecilia Böhl de Faber, más conocida como Fernán Caballero.                                                                                                                 

Un conocido ejemplo en Inglaterra son las hermanas Brontë, Emily, Anne y Charlotte, quien diez años antes de publicar Jane Eyre era aconsejada por el poeta laureado Robert Southey acerca de su errada carrera literaria, versando su amonestación en que la literatura no debería ser asunto de la vida de una mujer: “Cuanto más se dedique a sus deberes propios, menos tiempo tendrá para ello, incluso como logro y recreación “.  En mayo de 1846 las tres hermanas publican una colección poética bajo los seudónimos de Currer, Ellis y Acton Bell señalando a los críticos y sus implícitas burlas, los cuales “usan como castigo el arma de la personalidad (…) y en recompensa, un halago que no es un verdadero elogio “.




 Diez años más tarde en 1856 Mary Ann Evans, conocida como George Eliot, critica la escritura novelística femenina definiendo como cualidad particular la afectación y la tontería, surgida “desde esa especie de mente y sombrerería”.  Se convierte en una de las voces literarias que revindican centrarse en una temática más auténtica y original distinta al sempiterno sentimentalismo y su afán moralizante, convirtiéndose en portavoz de una identidad femenina autónoma que señala a las demás escritoras los perjuicios que las atrapa en su propia ideología conservadora. 


George Eliot


Dentro del panorama literario español de la época, la figura de la escritora isabelina aún justifica su creación literaria como medio para la labor docente y aleccionadora de jovencitas. Como ejemplo de ello es el prólogo escrito por Ángela Grassi (1826-1883) para la obra de Blanca de Gassó (1846-1877), Corona de la infancia. Lecturas poéticas y canciones para niños (1867) en la que la autora acercaba ‘lo popular’ propio de la segunda etapa del romanticismo con la religión tradicional. Por su parte, Pilar Sinués de Marco, autora de El Ángel del hogar (1881) y colaboradora del periódico conservador La guirnalda, pone el acento sobre la defensa de la escritora española como aquella que “escribe meciendo la cuna con su pie mientras sus hijos duermen” oponiéndola a ‘ una George Sand ‘ , es decir , “ como escribir tras una noche de aventuras “. Sin embargo, en 1875 se traduce al español la obra Lelia en el nº 75 de La Guirnalda y a la muerte de la escritora francesa en el nº 20 de 1876 este periódico le dedica un gran reconocimiento póstumo como una autora digna de ser traducida.


George Sand

 



         Blanca de Gassó

    Pilar Sinués de Marco

          Ángela Grassi

 

Julia Codorníu (1854-1906), encarnó al arquetipo de autora decimonónica que además es editora y por tanto, se hace profesional de la escritura. Es la autora de Ensayos poéticos (1882) desde la que se suma a la renovación de los temas convencionales propios de la poesía de mujer cultivados por Pilar Sinués o Faustina Sáez de Melgar, convirtiéndose en el blanco de las críticas del librepensador, periodista y crítico literario Antonio Cortón, apodado como el demonio “Mefistófeles”, quien gustaba de la hilaridad sobre la figura de la ‘literata‘ y autor de de La literata. Agua fuerte (1883) estaba convencido de que la caricatura y la risa actúan como auténticas armas de escarnio, como instrumento certero de vejación y aniquilación da la escritora víctima.    

 




Julia Codorniú

Faustina Sáez de Melgar

Caricatura de Antonio Cortón

 

De modo que es en la segunda mitad de la centuria cuando la escritura de mujer comienza a ser reconocida como actividad profesional que incluso le permite emanciparse económicamente,  como así fue también para Ángela Grassi , escritora y editora de su propia obra, considerándose libre del estigma de  ‘mujer de pluma’ ,  instrumento con el que gustaban posar las escritoras  al ser retratadas por prestigiosos pintores de la época como Madrazo.                                                                                                                                                                 

Van a ser las escritoras de esta postrimería del siglo las pioneras en romper el estereotipo de la mujer “literata”, gracias en parte a su estrategia vital que le facilita convivir con el discurso sociocultural imperante y sobre todo a su propia trayectoria creadora con una temática propia que refleja un nuevo modelo de feminidad, por la que van “rompiendo los moldes” establecidos abriendo un espacio de presencia propio en los periódicos, revistas o en tertulias literarias. Un espacio público por el que avanzan en sus disidencias acerca de los patrones que acogen a una intelectualidad femenina deudora de la autoridad masculina. Un espacio de voz literaria “en donde encajar su propia sensibilidad y su propio imaginario literario” (M. Cantos) y sobre el cual proyectar sus aspiraciones políticas, ofreciendo el discurso que precogniza  la emancipación de la mujer en la literatura.

Aunque lentamente fueron quitándose las máscaras, mostrando su rostro tal como sintieron y vivieron, sin seudónimos, como defendió Virginia Woolf en su ensayo A Room of One’s Own (1929): “cubrirse usando el nombre de un hombre (…) es rendirse a la convicción implantada por los escritores masculinos, generosamente alentadas por las escritoras”. No obstante, el seudónimo supuso el mejor escudo protector ante una sociedad española en la que la mujer carecía de identidad jurídica, por lo tanto de voto, y menos aún tenía presencia como autoridad en la opinión pública.

 

Virginia Woolf

 

Será Virginia Woolf quien en 1929 clame públicamente las injusticias a las que se enfrentaron las escritoras decimonónicas afirmando que la vida de esas mujeres debe de ser conocidas, sus libros leídos, estudiados, valorados y disfrutados.



Cumpliendo con fidelidad su deseo      

                                                                                                            

Aurora Romero

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