Dedicado a
Charlotte Brontë y a su eterna rebelde Jane Eyre
Es a fines del siglo
XVIII cuando la figura del autor se potencia y comienza a relacionarse con la
de una celebridad, gracias sobre todo a la apreciación del emergente movimiento
romántico acerca del ‘genio` o `don’ creativo, incluyendo en este la reconocida
‘capacidad’ notoria de la poética femenina en el cultivo de la poesía.
Sin embargo, el
reconocimiento y aclamación hacia la autoría masculina, durante el convulso
siglo decimonónico, dista mucho del camino de obstáculos que la férrea moral
burguesa de mediados de siglo deparará a la trayectoria de las escritoras para
quienes el término despectivo mujer quill-driver ‒conductora de pluma‒,
fue una referencia frecuente a su pretendida intelectualidad. Se criticó su
escritura de ficción vendida por dinero asimilándola a la prostitución por la
que la escritora se vendía al mejor editor. Sintiendo este estigma sobre sí la
escritora inglesa Jane Austen (1775-1817) firma su obra emblemática Sentido
y Sensibilidad (1811) con el sello de “By a Lady” (“Por una Dama”), como
referencia a la pertenencia social de la autora y por lo tanto apta su lectura
por las de damas respetables. A pesar de
ello nunca vio su nombre en la portada de sus libros, delegando en su hermano
su autoría.
Jane Austen
Frente a los valores
reconocedores de la heroicidad masculina ‒de laureada intelectualidad académica
y protagonismo en el pasado épico y
guerrero de la nobleza‒, auspiciado aun desde el romanticismo historicista con
las novelas de caballerías medievales , en la Europa emergente tras las guerras
napoleónicas, abierta a los avances tecnológicos y el materialismo comercial y
colonialista , alentado a su vez por el pensamiento positivista, los aspectos espirituales como
la religión y la educación en la moral de buenas costumbres se relegan al
espacio de la “domesticidad”, dominio de la heroicidad femenina .
Para la mayoría de las
mujeres escritoras la falta de estudios académicos les supuso ir formándose
literariamente de forma autodidacta mediante la observación de las actitudes y
emociones humanas o bien mediante la lectura en solitario creando su propio lenguaje
presidido por la emocionalidad, pero a la vez trasmisor de los patrones
asociados a su género de manera que su escritura debía de coincidir con aquello
que de ella exigía la sociedad.
En esta sociedad en pleno
apogeo de la modernidad auspiciada por una burguesía alejada de las fantasías
ilusorias románticas, con una necesidad expresiva objetiva y realista, la
prensa escrita va a tener un protagonismo esencial en la divulgación de nuevas
expresiones literarias.
La aparición de la prensa rotativa (1843) , con sus tiradas de ejemplares y el amparo que supuso para los escritores la Ley de Libertad de Imprenta , consiguen que el periodismo se instituya como el nuevo poder instructivo en la moral y en el entretenimiento procurando el éxito a la denominada ‘ literatura de folletín ‘ al alcance de la masa de lectores de periódicos. Pero, sobre todo, va a permitir abrir primeros resquicios al espacio público por las que van a irrumpir artículos y fascículos escritos por mujeres, a pesar de la consideración de la escritura literaria como actividad impropia de la mujer de acuerdo con un estudio seudocientífico divulgador de la minusvalía del débil celebro femenino de naturaleza histérica y neurótica como condicionador de su creatividad.
El modo de firmar su autoría para el común de las escritoras fue el de ocultarse bien desde el anonimato o tras un seudónimo masculino que les suponía avalar el mérito de su trabajo literario y mantener su erudición, impropia a la mujer, apodada por ello como ‘literata’, manteniéndose a salvo de difamaciones personales como hizo Cecilia Böhl de Faber, más conocida como Fernán Caballero.
Un conocido ejemplo en Inglaterra son las
hermanas Brontë, Emily, Anne y Charlotte, quien diez años antes de publicar Jane
Eyre era aconsejada por el poeta laureado Robert Southey acerca de su
errada carrera literaria, versando su amonestación en que la literatura no
debería ser asunto de la vida de una mujer: “Cuanto más se dedique a sus
deberes propios, menos tiempo tendrá para ello, incluso como logro y recreación
“. En mayo de 1846 las tres hermanas publican
una colección poética bajo los seudónimos de Currer, Ellis y Acton Bell
señalando a los críticos y sus implícitas burlas, los cuales “usan como castigo
el arma de la personalidad (…) y en recompensa, un halago que no es un
verdadero elogio “.
Diez años más tarde en 1856 Mary Ann Evans, conocida
como George Eliot, critica la escritura novelística femenina definiendo como
cualidad particular la afectación y la tontería, surgida “desde esa especie de
mente y sombrerería”. Se convierte en
una de las voces literarias que revindican centrarse en una temática más
auténtica y original distinta al sempiterno sentimentalismo y su afán moralizante,
convirtiéndose en portavoz de una identidad femenina autónoma que señala a las
demás escritoras los perjuicios que las atrapa en su propia ideología conservadora.
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George Eliot |
Dentro del panorama
literario español de la época, la figura de la escritora isabelina aún
justifica su creación literaria como medio para la labor docente y
aleccionadora de jovencitas. Como ejemplo de ello es el prólogo escrito por Ángela
Grassi (1826-1883) para la obra de Blanca de Gassó (1846-1877), Corona de la
infancia. Lecturas poéticas y canciones para niños (1867) en la que la
autora acercaba ‘lo popular’ propio de la segunda etapa del romanticismo con la
religión tradicional. Por su parte, Pilar Sinués de Marco, autora de El
Ángel del hogar (1881) y colaboradora del periódico conservador La
guirnalda, pone el acento sobre la defensa de la escritora española como
aquella que “escribe meciendo la cuna con su pie mientras sus hijos duermen”
oponiéndola a ‘ una George Sand ‘ , es decir , “ como escribir tras una noche
de aventuras “. Sin embargo, en 1875 se traduce al español la obra Lelia
en el nº 75 de La Guirnalda y a la muerte de la escritora
francesa en el nº 20 de 1876 este periódico le dedica un gran reconocimiento
póstumo como una autora digna de ser traducida.
George Sand
Julia Codorníu
(1854-1906), encarnó al arquetipo de autora decimonónica que además es editora
y por tanto, se hace profesional de la escritura. Es la autora de Ensayos
poéticos (1882) desde la que se suma a la renovación de los temas convencionales
propios de la poesía de mujer cultivados por Pilar Sinués o Faustina Sáez de
Melgar, convirtiéndose en el blanco de las críticas del librepensador, periodista
y crítico literario Antonio Cortón, apodado como el demonio “Mefistófeles”,
quien gustaba de la hilaridad sobre la figura de la ‘literata‘ y autor de de La
literata. Agua fuerte (1883) estaba convencido de que la caricatura y la
risa actúan como auténticas armas de escarnio, como instrumento certero de
vejación y aniquilación da la escritora víctima.
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Julia Codorniú |
Faustina Sáez de Melgar |
Caricatura de Antonio
Cortón |
De modo que es en la
segunda mitad de la centuria cuando la escritura de mujer comienza a ser
reconocida como actividad profesional que incluso le permite emanciparse
económicamente, como así fue también para
Ángela Grassi , escritora y editora de su propia obra, considerándose libre del
estigma de ‘mujer de pluma’ , instrumento con el que gustaban posar las
escritoras al ser retratadas por
prestigiosos pintores de la época como Madrazo.
Van a ser las escritoras de esta postrimería del siglo las pioneras en romper el estereotipo de la mujer “literata”, gracias en parte a su estrategia vital que le facilita convivir con el discurso sociocultural imperante y sobre todo a su propia trayectoria creadora con una temática propia que refleja un nuevo modelo de feminidad, por la que van “rompiendo los moldes” establecidos abriendo un espacio de presencia propio en los periódicos, revistas o en tertulias literarias. Un espacio público por el que avanzan en sus disidencias acerca de los patrones que acogen a una intelectualidad femenina deudora de la autoridad masculina. Un espacio de voz literaria “en donde encajar su propia sensibilidad y su propio imaginario literario” (M. Cantos) y sobre el cual proyectar sus aspiraciones políticas, ofreciendo el discurso que precogniza la emancipación de la mujer en la literatura.
Aunque lentamente fueron quitándose las máscaras, mostrando su rostro tal como sintieron y vivieron, sin seudónimos, como defendió Virginia Woolf en su ensayo A Room of One’s Own (1929): “cubrirse usando el nombre de un hombre (…) es rendirse a la convicción implantada por los escritores masculinos, generosamente alentadas por las escritoras”. No obstante, el seudónimo supuso el mejor escudo protector ante una sociedad española en la que la mujer carecía de identidad jurídica, por lo tanto de voto, y menos aún tenía presencia como autoridad en la opinión pública.
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Virginia Woolf |
Será Virginia Woolf quien en 1929 clame públicamente las injusticias a las que se enfrentaron las escritoras decimonónicas afirmando que la vida de esas mujeres debe de ser conocidas, sus libros leídos, estudiados, valorados y disfrutados.
Cumpliendo con fidelidad su deseo
Aurora Romero
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