Club de Letras UCA (Cádiz, Jerez de la Frontera y Algeciras)
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miércoles, 12 de junio de 2019

La generosidad como causa




Salir de nuestro castillo y mirar al horizonte nos invita a percibir la generosidad.

El patriotismo necesita de la generosidad como la simiente en el campo necesita del agua. Podrán existir la tierra y la mano del hombre que reparta la semilla, aunque, no será posible fruto alguno si ambas no quedan regadas por el agua generosa.

En ausencia de generosidad la tierra permanecerá y la simiente quedará estéril bajo los surcos, o escondida en el granero; más no habrá cosecha. La tierra, entonces quedará en espera de otras personas que sepan repartir generosamente el agua que haga posible el crecimiento de las espigas, las espigas que aglutinan a los hombres y mujeres entorno a un pueblo, que en tal caso, no podrá ser doblegado por las sequías, las heladas, el fuego o las tormentas. Tal es el poder de la generosidad.

Hay veces que llegado el caso, la generosidad eclosiona de forma espontanea, y eso sin duda es una cualidad admirable. Lo cierto es que aprovechando esta disposición, me gustaría reflexionar sobre la generosidad no ya como una expresión espontanea ante sucesos o circunstancias excepcionales, más o menos graves, sino como una causa: la generosidad como causa raíz. Este ángulo de visión ¾visión inversa¾ quizá nos incite a preguntarnos sobre las consecuencias, es decir, conocida la raíz: la generosidad, entender cuáles serían las evidencias, los frutos o las manifestaciones nacidas de esa raíz generosa.

Frutos innatos de la generosidad, cuya sabia, correría por las ramas de las acciones y emociones individuales que, transformadas a la luz del sol mediante su ejercicio extensivo, se transformarían en manifestaciones externas generales formando un corpus, cuyo resultado final, quedaría a la vista tan claro e incontestable como los árboles en el paisaje o las maneras en el paisanaje.

Siendo conscientes de que estamos ante una de esas ecuaciones en las que los términos sumandos son incontables, veamos algunos de esos atributos sin ánimo de querer o poder abarcarlo todo, aunque sí toda la sustancia, o al menos la parte de ella capaz de incitarnos a la reflexión, primero individual y en última instancia colectiva:

1.     El escalón de la puerta.

Ese lugar del espacio que separa lo que es mío de lo que es de fuera o de nadie, o bien, lo privado de lo común, según que el escalón de la puerta adopte un signo negativo o positivo.

Dice el refranero: “año de nieves año de bienes.”, para añadir como apuntillando: “en tu casa si los tienes.”. Todo el mundo comprende que este sería el caso de un escalón de la puerta negativo, claro. Aunque esta variable también podría adoptar la forma de: “la unión hace la fuerza.” y, en este caso la variable sería positiva, pues suma en lugar de restar. Aunar la fuerza propia con la del vecino, parece mejor estrategia que contenerse en casa con una tribu de enrocados celadores de los bienes que repartió la nevada allende el escalón.

Entender que el paso del umbral de la puerta hacia fuera significa la entrada al hogar común, nos haría percibir que pertenecemos a un pueblo, a una nación, a una comunidad en la que sentirnos serenamente orgullosos por quedar rodeados de compatriotas que, con nosotros, comparten y a la vez conforman la casa común levantada por personas aunadas en mimar día a día lo que es de todos.

2.     Al mirar.

Es una actitud que se manifiesta en el tiempo y en el espacio y actúa como un indicador de fortaleza o debilidad.

“Antes con mis dientes que mis parientes” dice otra vez el refranero. Ya hemos traspasado el escalón, nuestros pies se sostienen sobre un acerado o una carretera, y también constatamos que al cruzar la calle lo hacemos por un paso de peatones regulado por un semáforo, y que podemos ver un rótulo que nos señala una escuela, una universidad y un hospital, y nosotros, claro, al mirar todo aquello podemos reflexionar sobre el sostenimiento de la casa común, o también, en la manera de evadirnos y no cumplir con nuestra aportación a todo lo que nos rodea y utilizamos, pensando en que, eso, no queda del escalón de la puerta para adentro, y que, al ser de fuera es como de nadie. En definitiva podremos elegir entre “Arrimar el hombro” o escabullirnos “A hurtadillas”, sumar o restar; admirarnos de lo nuestro, de lo común, o mirar para otro lado a la hora de sentirnos afectivamente unidos al logro que nos rodea mas allá de nuestro escalón. ¿Os imagináis una casa con su escalón y todo sostenida ingrávida en el espacio vacío donde no exista otra cosa que esa casa? ¿Qué sería de nosotros pululando por ese vacío exterior? Parece lógico pensar que nuestro destino sería “caernos del guindo” mientras nos precipitamos hacia cualquier parte o en manos de cualquiera.

3.     Lenguas.

Las lenguas vistas como una realidad por la que se vehicula el pensamiento y se canaliza la vida en todos los planos: desde lo privado a lo público, desde lo exquisito a lo popular, desde lo excelso a lo banal, desde lo pueril a lo grandioso o desde lo virtuoso a lo criminal; su presencia toma forma de constante, pues su empleo en una comunidad se mantiene perdurable en el tiempo; es uno de los componentes más sobresalientes de la riqueza de una nación.

Su signo toma valores positivos cuando esa riqueza se concibe a través del respeto y el cariño a la diversidad lingüística, y adquiere valores negativos cuando se percibe desde la ignorancia consciente, la pereza mental por lo diverso, la memez de los simplistas o, desde la predominancia del egoísmo que brota de la parte más primitiva del cerebro de las personas.

Se trata de un término complejo que alcanza valores de proporciones exponenciales en el primer caso ¾incidencia positiva¾ y se derrumba logarítmicamente en caso contrario. Alcanza a los sentimientos, a la razón, al espacio, al tiempo, y además, alimenta al espíritu a través del arte, la poesía, la ciencia y la literatura. Es uno de los factores que más necesitan de la generosidad y de los que más la ponen a prueba.
Su aceptación en términos de diversidad es un índice de fortaleza, hermandad, sensibilidad y razón. Su rechazo suele ser un foco insuperable de conflictos y un factor de desunión al convertirse en un arma divisoria usada contra el más cercano.

4.     Los Meritos del Otro.

Reconocer el mérito ajeno es un acto que bebe directamente de las fuentes de la generosidad, que hace justicia a nuestros semejantes, y que habla de la grandeza del que reconoce y procura aprender de los demás. Reconocer al otro es recrearse en la belleza que aparece al alcance de nuestra vista y de nuestros sentidos, sin olvidar, que nosotros somos el otro para los que nos rodean.

Dice Antonio Machado: “…Los ojos siempre turbios de envidia y de tristeza…” Todos deberíamos reflexionar junto a Machado con su poema “Por las tierras de España” por la razón de que la envidia actúa como el ácido más corrosivo que emplear se pueda contra la vida en común, la convivencia y la permanencia en el tiempo de cualquier comunidad. Su erradicación total es imposible, pues se trata de una de las bajas pasiones del alma humana, sin embargo, identificarla, localizarla, acotarla y combatirla a través de la educación es un deber ineludible de los pueblos dignos con altura de miras. Sustituir la envidia por generosidad es evitar que la tierra quede impregnada por el ácido que la corroe, y en su lugar, regada por el agua germinadora que hace posible su fecundidad.

Es por ello que resulta inmensamente necesario el reconocimiento generoso y civilizado, cuando no sincero, de los méritos y bienes alcanzados por el vecino, evitando en lo posible, convertir nuestros campos en  “…Las llanuras bélicas y páramos de asceta” a que refiere el poeta, aunque en modestia y en sentido común, tampoco pretendamos convertirlos en el “…Bíblico jardín…”

5.     Tradición.

Es el valor referente sobre el que se asienta la vida de una comunidad, que no conviene confundir con la razón de ser de la convivencia o con la convivencia misma.

Todo edificio necesita de cimientos para sostenerse; una comunidad, un pueblo y una nación también, pues de alguna forma, todos ellos son edificios en permanente construcción que necesitan proyectarse hacia el futuro: embelleciéndose, armonizándose, adaptándose y en definitiva haciéndose agradables para la vida. La tradición no debe ser utilizada como las tijeras de recortar las alas de la evolución natural, o como una estaca clavada obstinadamente en la arena en mitad de la corriente de un río, más bien, la tradición debe servir como plataforma en la que navegar sobre el curso de los cambios.

Deberíamos acudir aquí al concepto de equilibrio entre lo viejo y lo nuevo, como una fórmula aristotélica para no quedar dormidos en brazos de la tradición y no caminar sin norte por senderos sin sostén. La tradición en definitiva no puede ser la alforja cargada con el lastre de nuestros miedos, pues si bien un viaje sin brújula termina en cualquier otra parte, la vida con miedo es media vida.

6.     Cultura del Esfuerzo.

El esfuerzo es el motor que nos hace sentirnos bien con nosotros mismos, es una de las llaves de la autoestima y posibilita que podamos ofrecer a los demás lo mejor de nosotros, lo cual podrá redundar en beneficio propio y en el de la comunidad.
La falta de esfuerzo acarrea a la desidia que es la puerta del derrotismo y de la pérdida de la sensibilidad. Nada más reconfortante que el más nimio de los descansos después del esfuerzo que nos puso a prueba. El esfuerzo es independiente del éxito o del fracaso, pues su recompensa reside en sí mismo. Toda generosidad requiere de esfuerzo aunque no todo esfuerzo tiene proyección generosa, de ahí que el esfuerzo pueda tomar valores positivos y negativos.

7.     Oportunidad y Talento.

Quizá este sea uno de los atributos más importantes de la generosidad, si no el que más, pues se trata de un factor de carácter potencial.
El cultivo de la tierra necesita del talento de los hombres, desperdiciar ese talento es un acto de suma mezquindad de difícil o imposible justificación, y en todo caso, una torpeza inexcusable o una postura de ciego egoísmo. El hurto de las oportunidades, como el despilfarro del talento, acarrean un signo negativo, pues al igual que la inteligencia es necesaria para saber cuándo se ha de sembrar la semilla, el talento es la sabia que corre por la rama de las oportunidades. Desperdiciar el talento es tanto como despreciar a la vida en su plenitud, como lastrar el vuelo de un pájaro, como censurar los colores del arcoíris; el desprecio del talento se traduce en una acción contra natura y un sabotaje al pleno desarrollo de una comunidad.

Los pueblos necesitan del talento de sus hombres y mujeres, de todos ellos, sin límites y sin excusas. El empleo del talento en toda su extensión fertiliza la tierra y garantiza la pervivencia de las personas que la habitan mucho más allá de ellas, pues el talento es uno de los guardianes del futuro.



  


Manuel Bellido Milla.

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