Club de Letras UCA (Cádiz, Jerez de la Frontera y Algeciras)
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sábado, 23 de mayo de 2015

Don Enrique Villegas, un hombre serio



Obituario

                                                         

Confieso que, a pesar de conocer el delicado estado de salud y que, aunque sabía que la edad era ya muy avanzada, la noticia del fallecimiento de don Enrique Villegas me ha impresionado hondamente. A partir de ahora -en unos momentos en los que, a veces, alardeamos de mal gusto, de ordinariez y de vulgaridad- echaremos de menos el lenitivo reconfortante de sus composiciones –sorprendentes, lúcidas y valientes- de este maestro de la “copla carnavalesca”.  Y es que don Enrique, uno de los críticos más agudos de nuestro Carnaval, estaba dotado de una singular habilidad para explicar de manera clara y para transmitir de forma sencilla sus comentarios sobre muchos de los episodios de muestra vida gaditana: era un certero observador de la cotidianidad que, con su gracia clásica y con su sencillez encantadora, arrancaba nuestros mejores sentimientos de benevolencia. Era un artista que, con su ingenio, era azotaba las injusticias y, con su finura intelectual, redimía a la comparsa de su mediocridad.



Fotografía extraída de www.cadizdigital.cadiz.es

Don Enrique -un maestro del humor, un artista dotado de exquisita sensibilidad y de inaudita riqueza de registros- era un autor que ilustraba los episodios cotidianos mediante pintorescas anécdotas. Poseía un extraordinario sentido de la realidad unido a una desbocada imaginación. Su coplas estaban impulsadas por la explicita finalidad de descifrar, de comprender y de captar el sentido de nuestras actitudes contradictorias y el significado de nuestros comportamientos más característicos. Pero hemos de tener en cuenta que la sonrisa y los sentimientos que nos provocaban sus letras no eran unas incitaciones frívolas para que olvidáramos los problemas sino que, por el contrario, constituían unas invitaciones amables para que sintonizáramos con su desacuerdo con una realidad dolorosa o injusta: no eran reacciones blandas de aceptación pasiva y desesperanzada, sino la expresión, delicada y comprometida, de solidaridad. Esa sonrisa y esas emociones podían –deberían- ser dos maneras diferentes y complementarias de abordar, de entender y de vivir los sucesos, de acercarnos para comprenderlos y para vivirlos desde el fondo de nuestras entrañas, desde nuestras fibras más íntimas. Don Enrique era un sabio que estaba dotado de un exquisito paladar para distinguir los gustos, los sabores y los olores de las gentes sencillas, y para descubrir la vanidad, la hinchazón y la desnudez de los personajes importantes. Que descanse en paz.



José Antonio Hernández Guerrero

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