Club de Letras UCA (Cádiz, Jerez de la Frontera y Algeciras)
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lunes, 13 de julio de 2020

Para qué escribimos (2)

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Para qué escribimos

 

Por José Antonio Hernández Guerrero


Como afirmé la semana pasada, escribimos para conocernos a nosotros mismos, para identificar el sentido de nuestras palabras y de nuestros silencios, para sentir el pulso de nuestras vivencias personales. La escritura, efectivamente, es un espejo en el que se proyecta la imagen de nuestra intimidad. Pero, si además pretendemos ofrecerla como regalo literario, como amable invitación para que los destinatarios -nuestros lectores explícitos- disfruten compartiendo nuestras vidas, es imprescindible que, tras controlar nuestros primeros impulsos, modulemos los gritos, eliminemos los ruidos, disipemos las nieblas y equilibremos las tensiones de nuestras reacciones espontáneas.

 

Si logramos administrar nuestros afanes, nuestra escritura será una propuesta de convivencia y una llamada a la complicidad o, en palabras más técnicas, una amable invitación a la comunicación generadora de una nueva vida. La escritura literaria es una oferta y una petición para compartir ciertos ámbitos de la intimidad, esos reductos en los que guardamos nuestras sensaciones y nuestras emociones, sí, nuestra vida interior. Por eso exige que cultivemos el silencio externo y aquel sosiego que se produce en la profundidad del alma como ambiente imprescindible para escuchar nuestra voz y los ecos que despierta en los lectores. Esos momentos que dedicamos al silencio en nuestras reuniones tenemos que cultivarlo también en nuestros hogares o en nuestros paseos solitarios al borde del mar o incluso durante nuestros recorridos en medio del bullicio. Porque, efectivamente, sólo en ese silencio podremos ejercitarnos para escuchar las voces de la soledad creativa.

 

Para conseguir que nuestra escritura tenga el poder de hacer que un instante sea inolvidable e, incluso, digno de una nostalgia agradable, es necesario que las emociones suenen melódicamente al ritmo de las palabras. Por eso me permito sugeriros que, durante el proceso de escritura, leáis en voz alta una y otra vez vuestros textos y escuchéis con atención y solicitud el tono y el timbre de vuestra propia voz.

 

Es imprescindible que cultivemos la mirada del fotógrafo y que nos situemos en la perspectiva desde la que descubrimos ese instante humano peculiar digno de permanecer en la memoria.

 

El escritor es también un dibujante y un pintor dotado de destrezas para identificar los perfiles individuales que caracterizan a cada uno de los personajes, para dibujar el alma que las expresiones transparentan. Como tantas veces hemos repetido, “la cara no es el espejo, es… el alma”, por eso -querida amiga, querido amigo- mira atentamente las expresiones y los gestos de las personas a las que tratas.  

 

El escritor es, no lo olvides, un observador atento de las expresiones y de los gestos humanos, es un intérprete de los mensajes que transmiten las personas con las que convive. Su arte consiste en identificar los significados de un simple gesto. Efectivamente, un movimiento del brazo, de la mano o de los dedos puede convertirse en una obra de arte cargada de múltiples propuestas de vida.

 

Propuesta

 

Crear una galería de retratos de personas queridas -próximas o lejanas- que nos transmiten modelos peculiares de vida humana.   


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