Club de Letras UCA (Cádiz, Jerez de la Frontera y Algeciras)
Director: Profesor de la UCA Dr. José Antonio Hernández Guerrero
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viernes, 24 de abril de 2020

El mitin




El bar no es muy grande, aunque en él quepa todo el pueblo, eso lo demuestra el jaleo que brota por la puerta. Está anocheciendo. El día ha sido duro para muchos, algunos a esa hora regresan del campo y se detienen un momento a tomar un vino, recoger noticias, impresiones. Algún trato tras un apretón de manos, el amago de una soleá. Varios grupos llevan allí toda la tarde, sentados, jugando a las cartas y al dominó. Las humaredas del tabaco compiten con las voces del tute y la blanca doble; los hay que entran y salen, otros en la puerta hacen un aparte antes de marcharse. Todos hombres. En las paredes algunas fotos del pueblo, el cartel de una bailaora: Córdoba 1935 feria de mayo, dice; dos cuadros con motivos de caza sobre las ventanas, un taco de calendario que adelgaza todos los días, un perchero largo que recorre la pared y un espejo inclinado con la grafía del Anís Machaquito.

El dueño suele estar allí, aunque nunca sirve. Habla con unos u otros. Con todos si es el caso. Su talante le empuja a ello. Hoy tiene compañía. Se han sentado en su mesa de la esquina. No quiso aceptar la oferta del casino. —Mejor en la taberna —le dijo. A la vista de todos, pensó. La conversación se desenvuelve discreta entre el vocerío y el canturreo ahora por martinetes.

¾Ese carnet es para gente como nosotros. Tú lo sabes mejor que nadie —el tono es persuasivo, pausado.
¾A mí José Antonio me parece un buen hombre. Ya te lo digo. Pero de momento soy jefe de policía al cargo de los municipales. Así que estoy para todo el mundo.
¾Hace falta orden Manuel. Necesitamos personas como tú, gente de respeto.
¾No te digo que no. Pero para hacer cumplir la ley a todo el mundo —el otro permanece en silencio contrariado, no contaba con una negativa. Evalúa si debe insistir o no. Manuel que lo observa amigable, le sigue hablando claro, sin perder su sonrisa recia de siempre—. Si yo cojo ese carnet voy a dar un mal ejemplo —el otro se yergue haciéndose el despechado—. Un jefe de policía tiene que serlo de todos, y no de unos pocos, por encima de mi propia opinión.
¾No me iras a decir…
¾Yo digo lo que digo. Sin ofender a nadie —interrumpe sin mover las manos sobre la mesa, sin elevar la voz, sin eludir la mirada.
¾¿Qué vas a hacer entonces con lo del mitin? —el tono ha cambiado. El visitante no puede evitar que en la pregunta se diluya un cierto sabor de advertencia. O de cosas peores. Manuel capta el matiz sin inmutarse.
¾Haré lo que tenga que hacer —con media sonrisa y todo el aplomo.
¾Bueno hombre, está bien. Como tú quieras.

No se acaba la copa. El visitante se echa para atrás en la silla, levanta el mentón, rehúye la mirada de Manuel y consulta su reloj.

¾Creo que es hora de volver a mi casa —dice con sequedad delatora. Sordamente ofuscado. Manuel asiente tranquilo.

&
Dentro de una semana hay elecciones generales a cortes. Son días en los que Manuel tiene mucho trabajo, ha dado su palabra al aceptar el cargo, y se siente en la obligación, aún a costa de no atender bien sus negocios. Las jornadas son muy largas en el Ayuntamiento. Escuchando a unos y a otros, siempre tranquilo, empático, sin dejarse influenciar por las soflamas incendiarias que le llegan, que pretenden influirlo, manejarlo. Manuel distingue. Sabe hasta dónde llega la bondad de cada quien, y sabe que la bondad, como la maldad, gustan camuflarse en el parapeto de las ideas. De todas.

Los del mitin son miembros del Partido Comunista de Jaén. Le han puesto un telegrama solicitando permiso para un acto en Porcuna. A una semana de las elecciones. Revisada la solicitud, Manuel les ha concedido el permiso. El sentimiento de escándalo que eso provoca entre ciertas personas del pueblo es incontenible. —Una desvergüenza—dice el más ofendido. —Un sin Dios —corea otro. —¿Qué se habrá creído este…? —repite el primero. —¿Hasta dónde vamos a llegar? —tercia otro reflexivo. El más callado se hace cruces. Aunque no lleguen a nada, todos se conjuran rabiosos.

Un día antes del acto Manuel habla con su amigo Benito.

¾Mañana recibimos a los del mitin en la carretera. Desde allí los escoltamos hasta el cine—sus palabras caen despacio, como la lluvia fina, dejando que cimenten en la cabeza de Benito—. Tu sitúa un par de guardias en la puerta hasta que acaben. Para evitar problemas. Los demás no muy lejos. Después los llevamos hasta Jaén —Manuel observa el encaje de sus palabras en el amigo.
¾Lo que sea Manuel —dice el otro recontando los municipales disponibles de un día para otro. De sábado a domingo.

Ya es de noche cuando termina el mitin. Manuel, Benito y tres más, todos armados, llevan una hora escoltando al autobús de los comunistas. Por delante, abriéndoles el paso. La marcha no pasa desapercibida en la Cruz Blanca, donde hay dos coches esperando al autobús, junto a ellos, varias personas alargan el cuello. Los ven y se quedan quietos. Nadie los sigue ni los molesta en el camino, cuando regresan al pueblo es ya muy tarde. Mañana hay que madrugar y todos se van a su casa a dormir.

Esa noche, mientras Manuel escolta a los de Jaén, alguien habla más de la cuenta en su taberna de la Carrera.

¾De mañana no pasa que Manuel tenga lo que se merece, ¿qué se habrá creído? Policía… —escupiendo la palabra policía entre vapores de aguardiente.
¾¿Pero qué estás diciendo?
¾Lo que yo te diga…—esta vez ha subido el tono como para que se enteren los que están cerca— Su merecido ¿te enteras?, que ya está bien de tanto comunista de los cojones.

El borracho parlanchín está al tanto de una estratagema. El diseño de un problema, abajo, en la fábrica del cruce de Arjonilla. El lunes por la noche avisarán a Manuel de un robo en la fábrica. Él acudirá como siempre, confiado. Allí pagará lo que debe por lo del mitin. Porque hay gente que solo aprende a palos. Piensan. Media hora después, al salir de la taberna el parlanchín, se encuentra con alguien de su confianza en la esquina de la farola.

¾Tienes que irte ahora mismo a la redonda, por lo de mañana —ante la sorpresa del borracho el otro aclara—. Hay novedades.
¾¿Ahora?
¾Ahora mismo—en tono convincente.
En la redonda le salen dos al paso. Son de los que no esperaba.
¾Ahora nos vas a explicar que le vais a hacer a Manuel —lo coge por la pechera, arrastrándolo contra la balaustrada.
¾Me cago en Dios —dice el borracho con la navaja ya en la mano, aplacado al notar el filo de otra en su cuello.
¾Despacito. Lo vas a contar muy despacito —el borracho sabe que no es una broma. Los vapores del aguardiente se evaporan de golpe, y la cabeza se le despeja más lúcida que nunca.

Comienza a hablar ante la presión de la navaja. Ha dicho los nombres, el sitio, la hora y hasta el dinero que le han dado. Lo que no ha dicho es dónde esconde la Browning de 6,35mm. Los otros se dan por satisfechos y lo sueltan.

El parlanchín se agacha por sorpresa, mete la mano en el calcetín y coge la pistola. Todo muy deprisa. Dispara tembloroso y falla. Error letal. En menos de un instante tiene clavada una navaja en la garganta. La pistola, de una patada, sale volando precipicio abajo. El cuerpo cae inerte y el silencio se hace dueño de la noche. Los otros se van despacio, cada uno por su lado. A la mañana siguiente el sol descubre el cuerpo de un borracho matado a navajazos. Cosas del mal vivir piensan todos.


                 Manuel Bellido Milla.

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