Club de Letras UCA (Cádiz, Jerez de la Frontera y Algeciras)
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lunes, 22 de junio de 2015

Homenaje a Leopoldo de Luis, Jimena, 5-6-2015


Leopoldo de Luis                    Jimena, cinco de junio de 2015



                                                          
En una de las diversas conversaciones que mantuve con Leopoldo de Luis sobre nuestra común convicción de que la literatura es una manera intensa, profunda, consciente y humana de explicar, de interpretar y de vivir la vida, él me dijo exactamente las siguientes palabras:

Te voy a hacer una confidencia de un hecho que aún no he revelado a nadie. Mi manera de concebir la poesía se la debo a las experiencias hondas que viví en Jimena de la Frontera. Fue allí donde descubrí la relación directa que existe entre la estética, el pensamiento y la vida. Fue allí donde comprendí que
-        los poetas hemos de ser la conciencia de nuestro tiempo,
-        los que hemos de establecer los vínculos de comunicación con nuestros conciudadanos,
-        los que hemos de señalar las vías desde la que se divisan nuevos horizontes para vivir de una manera más consciente.
-        Sí, la poesía es el lenguaje más apropiado para que los seres humanos nos hagamos conscientes de los significados de nuestras vidas.

Yo interpreté que, con estas palabras tan teóricas, Leopoldo de Luis trataba de decirme que era en Jimena donde se había enamorado de la mujer de su vida con la que, después, se casó. Pero él me explicó que, además, quería definir la dimensión existencial, la proyección social y el compromiso vital que contraía al decidir seguir su vocación poeta.

En esas conversaciones, intercambiamos nuestras ideas sobre la influencia en nuestras vidas de las múltiples vivencias desarrolladas en este pueblo fronterizo, asentado sobre la roca firme de su historia milenaria y de sus tradiciones ancestrales. Aquí fuimos protagonistas los dos de unas experiencias hondas que los dos recordábamos con gratitud porque nos habían ayudado de una manera decisiva a contemplar los sucesivos episodios vitales con serenidad y a mirar el futuro con esperanza y con ilusión.

Y es que este pueblo, romano, visigodo, bizantino y musulmán, nos descubrió esos secretos vitales que guarda celosamente en sus entrañas, y nos proporcionó las misteriosas claves de un futuro esperanzado y, también, las explicaciones profundas de nuestras vidas.

Y es que este enclave entre las estribaciones de la Serranía de Ronda y el bullicio de la febril actividad de la Bahía de Algeciras, encrucijada de caminos, un lugar de encuentros, foco de contrastes físicos y de choques culturales, sobre todo, cuando subimos a las alturas de su castillo nazarí, nos hizo posible que contempláramos con serenidad no sólo las violentas alternancias entre las intensas precipitaciones y las pronunciadas sequías, entre la exuberancia de sus naranjales y la desnudez de sus peñas, sino también el permanente contraste en el que se resuelve la vida humana entre la alegría y la tristeza, entre el dolor y el bienestar, entre la abundancia y la escasez y, en resumen, entre la vida y la muerte.

Los dos ámbitos geográficos opuestos –los montes pelados y la densa arboleda del Parque Natural de los Alcornocales, ese último bosque mediterráneo de Europa que es un sorprendente capricho de la Naturaleza, nos ha explicado la biografía y la idiosincrasia de los hijos que aquí han nacido o de los que hemos sido adoptados por vuestra cariñosa acogida.

Es en Jimena donde han nacido los impulsos que nos empujan hacia la búsqueda de la armonía entre aspectos duales de la existencia. Es aquí donde  han germinado los irrefrenables estímulos hacia la convergencia de las fuerzas contrapuestas de la vida humana.

Y es que Jimena es un pueblo viejo, sabio e imaginativo, épico y mítico, acostumbrado a sufrir y a soñar, realista y romántico, amante del silencio y de la intimidad. Si es cierto que sus gentes son desacralizadoras, también es verdad que profesan una ferviente devoción a la Reina de los Ángeles.

Es comprensible que este paisaje tallado con el fino filo de los vientos y con los agudos dientes de la sequía haya favorecido la aparición de gentes despiertas, que están alertas y prontas para la lucha y, al mismo tiempo, propicias para la contemplación serena del discurrir del tiempo, para el disfrute de los cambios, para la creación artística, para la música, para la pintura, para la poesía, para la historia y para la entrega a la meditación, como quien mira el mundo por primera vez.

Fíjense, por ejemplo, cómo Leopoldo de Luis, observador ávido, soñador e idealista que, comprometido con sus gentes y atornillado a su suelo, siempre fue un cultivador de utopías. Dotado de un corazón libre y un poco salvaje, estaba marcado por una permanente búsqueda de sentido en dirección al abismo de la interioridad, por una pasión por el lenguaje, por la tendencia tenaz, incesante y obsesiva, a decir lo inefable, lo que nos toca más a fondo el sentido mismo de nuestra existencia.

Leopoldo de Luis era un hombre sencillo, que aunaba la claridad y la pasión, la moderación clásica y el ímpetu romántico; era una persona inquieta, intuitiva y, sobre todo, buena, que se alimentaba de silencio para escuchar las voces íntimas que le hablaban sobre la vida y que, volviendo de manera permanente a sus orígenes, prefería simplemente, la vida desnuda, sin adornos o, mejor, adornada de la misma desnudez. Esperanzado, nos explicaba con sus versos cómo el amanecer gris de algunos días aciagos se transforma gracias a  la luminosidad del amor.

En su libro Alba del hijo, por ejemplo, recoge el tema que domina su poesía, el dolor del hombre sobre la tierra y su impotencia ante la crueldad de nuestro tiempo. Es el lado desolador de la vida, desde donde se pregunta por la verdad y por la felicidad, acosado por sombra, presagio de la muerte. En otras obras como, por ejemplo, El padre (1954), y El extraño (1955), sigue una línea existencial utiliza la vieja imagen del hombre que vive desterrado del paraíso.



La señal
Mirad los valles claros, los tranquilos
campos de Dios que abril puro hermosea.
Los horizontes donde azules hilos
tejen la luz, como ave que aletea.

Ved los hondos paisajes reflejados
en el humano que por ellos yerra.
Los rostros de los hombres van signados
por la limpia hermosura de la tierra.

Como estos encendidos panoramas
es el hombre, paisaje en carne ardiente.
Como al árbol, el sol dora sus ramas.
Como a la tierra, el aire da en su frente.

Sólo una lumbre extraña hay que rubrica
su mirada y sombría la convierte,
que a un tiempo lo condena y purifica:
es la roja azucena de la muerte.

                              El extraño                                                                                     

      

 José Antonio Hernández Guerrero

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