Club de Letras UCA (Cádiz, Jerez de la Frontera y Algeciras)
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Ramón Luque Sánchez

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viernes, 12 de junio de 2015

Textos acto de clausura en Jimena (IV)

 

La muerte de la ballena

Llegó tiznada de tinieblas, loca de olvido,
revestida de bosque desfoliado
y los ojos resecos como tumbas.
Todo el aire del mundo era una ola
que engendraba humedades en la arena.
Llegó y era la noche,
amortajando lágrimas autófagas,
una nube perdida en la frontera              
                                                donde nace el desierto.
Órbita grave,
dormía el cosmos por su piel de roca
que ha sentido el calor de las mareas
y ha probado los besos furiosos de los dioses.
Su garganta era un pájaro desnudo,
un coágulo del mundo su contorno,
espasmo de la historia era su grito.
Sangre cansada de beber distancias.
Undoso el viento se durmió en el limo
secreto de sus sueños.
                                  Admiramos
su vientre donde el agua fue un velo de novia verde pálido.
La sed la atormentaba
y los peces de río se sumían
en la gruta de mar que era su alma.
Cuerpo aterido el suyo, forjador desde antiguo de los mitos.
Perdió la brújula y la muerte torva,
herida de las voces de los hombres,
quiso su canto antiguo de la Tierra.


  Ramón Luque Sánchez





Te arrancaré de tu cuerpo


        
    Viernes por la noche; mañana no tenía que madrugar para ir al trabajo. Era su fin de semana. Dos días de reposo viendo la tele y durmiendo a pierna suelta sin nada que le molestara. Solo se levantaría de la cama para ir al baño y comer.

            Casi todas las mañana despertaba con dolor de cabeza, era culpa de su hipertensión. Había comenzado la película y no pensaba perdérsela; la estaba viendo recostado en el sofá después de la buena cena. Interesante película de acción y suspense; le quedaba un descanso al menos, después de cuatro anteriores durante los que había dado alguna cabezadilla despertándose a sobresaltos y “taquicárdico”, al creer que se había perdido el final. Somnoliento y enganchado se mantenía expectante con los párpados semicerrados. Fue terminar y automáticamente se durmió.

            Una sombra más negra que la noche se le echó encima ahogándole con su peso. Sudaba y se asfixiaba, la sentía en sus entrañas; luchó como un jabato y con un gruñido que más pareció un ronquido logró rechazarla. Su corazón parecía un caballo desbocado y su pecho un compresor a todo gas. La sombra se evaporaba en la oscuridad revoleteando del revés. Sus ojos de fuego se clavaron en los suyos; sus labios ondulados en rictus de muerte se abrieron para dar vista a una garganta sin fondo desde donde una voz tormentosa resonó con eco: “¡¡Ya volverás a confiarte y entonces te arrancaré de tu cuerpo para siempre!!”.

            Con una bocanada de aire emergió de las profundidades de aquel agujero negro alejándose de esa luz que le atraía como un imán y…, despertó apnéico. Aterrado, juró no dormirse más sin su CPAP ─máquina de presión positiva continua en la vía aérea.


Cristóbal Moreno Romero 






Mi espacio



          Entro y el mundo queda fuera, tras la puerta aunque ésta permanezca abierta. Al pasar bajo el marco, la vida cotidiana se transforma en esa otra que vivo intensamente, sin límite de tiempo. Es una habitación pequeña que puede hacerse tan inmensa como una catedral, donde la ventana deja pasar la brisa para acabar siendo una ráfaga de aire cálido y perfumado, donde las azoteas que se divisan se vuelven jardines llenos de flores, donde el caño se llena de agua tanto como el mismo Amazonas. Tengo la suerte de tener un espacio donde dar rienda suelta a la imaginación, donde crear la más intrincada realidad a partir del mueble que guarda y sostiene mis libros a la izquierda de la puerta.  Me espera como un centinela, un gigante bonachón y paciente que siente los arañazos del arrastre como caricias. No emite una queja ni siente envidia del sillón o de la mesa que, juntos, lo miran descarados. Estoy segura de que cuando me marcho, cuando la noche sólo deja visible los cantos que los limitan, porfían entre ellos. Entonces los animalillos de peluche que viven sobre la Underwood de mi abuelo piden auxilio a la Primavera. Desde el cuadro, con presteza, se ofrece a mediar en la trifulca.

          Así es mi espacio, el lugar por donde discurre la vida paralela que la literatura me da sin condiciones, sin pedir nada a cambio. Y aunque las dos nos llevamos muy bien, la duda me corroe porque no sé quién eligió a quién. Creo que nunca lo sabré. Mejor así.


Adelaida Bordés




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