Ramón
Luque Sánchez
BREVE Y PROFUNDO
Entrevista con Antonio Díaz González
Justo
antes de empezar el verano veía la luz un nuevo libro de Antonio Díaz González,
se trata de La memoria en llamas, una
publicación avalada por el Club de Letras de la UCA. La presentación provocó
una gran expectación, sobre todo después del éxito de su novela Los años de la ballena. En todo este
tiempo las críticas han sido excelentes. De todo ello nos hablará el autor en
esta entrevista.
¿Por qué escribes?
R.-
Porque queda en mí una especie de trauma infantil, una necesidad de explicarlo
todo, de estar atento a lo que me rodea por si en algún momento tengo que dar
explicaciones. Cosas de tímidos. Ahora, con el paso del tiempo, esa sensación ha
terminado por ser sanadora en vez de disturbarme. Como afirma nuestro querido
José Antonio Hernández: curan las palabras.
¿Qué queda en ti de Los años de la ballena, tu primera novela?
R.-
Sobre todo el afecto y aceptación de quienes la han leído y disfrutado, pero
también algo de seguridad. Creo que es bueno que el pudor frene nuestras ansias
por mostrar una obra sin pulirla o sin la suficiente entidad literaria, pero
ese pudor se puede volver contra uno si evita que otros la disfruten, si no nos
permite mostrar nuestra creación. Los
años de la ballena me ha proporcionado un valioso equilibrio en ese
sentido.
¿Habrá una segunda parte?
R.-
No, no habrá segunda parte de Los años de la ballena, aunque reconozco que
tengo la impresión de que algunos de sus personajes me siguen contando cosas al
oído. No sería extraño que aparecieran en otras historias. Sería un guiño
afable a quienes se enamoraron de sus tribulaciones.
¿En qué genero encuadrarías La memoria en llamas?
R.-
Al clasificarla para su publicación tuve que decidir. La califiqué como Libro
de Relatos, o más concretamente Ciclo de Relatos por tener un hilo conductor
entre cada uno de los textos. Pero fue más por facilitar las cosas a quien
decidiera leerla que por convicción. En realidad es una miscelánea de géneros y
extensiones que van desde el aforismo al relato o cuento.
¿De qué va este libro?
R.-
Como decía, es una mezcla de textos, independientes unos de otros, pero con un
hilo conductor: el fuego. En cada uno de ellos aparece algún tipo de llama,
chispa, candela o incluso incendio, como es el caso del relato final. Para
ello, al igual que las llamas, los textos van creciendo en extensión, con distintas
formas e incluso con distintos colores, como lo haría un incendio real
dependiendo de los combustibles que fuera comprometiendo.
¿De verdad piensas que la memoria
arde?
R.-
Me imagino las sinapsis de nuestro cerebro como un bullir de chispas. Un universo
de minúsculas llamaradas que alimentan constantemente nuestro pensamiento y
nuestros recuerdos. La memoria arde, nos alienta y nos calienta, sin duda.
¿Qué es lo más bonito que te han
dicho de esta obra?
R.-
He recibido varios comentarios muy emotivos, sobre todo los que tienen que ver
con la empatía de los lectores hacia los textos y sus personajes. Pero también
con su relectura. Un microrrelato suele ofrecernos un disfrute efímero y me
emociona saber que hay quien ya ha releído este libro varias veces.
¿Hay influencia de algún autor en
particular tanto en su concepción como en los temas que abordas?
R.-
Estimo que sí. Las lecturas con las que nos extasiamos dejan un poso en nuestra
forma de ser y, por ende, en nuestra forma de escribir. Suelen influirme los
escritos en los que trascienden las cosas cotidianas o los pequeños gestos, que
son los ladrillos que componen el edificio de nuestra vida. A veces miramos
hacia arriba buscando lo trascendente cuando en realidad está a nuestro lado
pasando desapercibido. Me interesan los autores que consiguen mostrarnos esa
trascendencia con aparente sencillez: Fernando Quiñones, Pepe Mateo, Luis
Landero, Roberto Bolaño…
En la portada se ve la imagen de un
señor que se quita gentilmente el sombrero mientras de los sesos salen rojizas
llamaradas. Una imagen que sin duda hipnotiza. Háblanos de ella.
R.-
El autor de esa imagen es Carlos Laínez, escritor, autor teatral, actor,
encuadernador, editor y pintor con un reconocidísimo prestigio en varios de
esos campos. La estética de su obra y la finísima y surrealista ironía de sus
trabajos me llevó a pensar en él como ilustrador de La memoria en llamas. Tras
la lectura del libro aceptó el reto, algo que fue para mí un verdadero lujo,
sobre todo al comprobar que había captado de forma magistral el mensaje de esta
obra. Muestra a un señor saludando amablemente mientras arden sus neuronas. ¿Y
quién nos dice que no veríamos eso mismo si pudiéramos captar el fuego en las
memorias de quienes nos rodean? Esta portada, junto con el prólogo de David
Verdugo Abad, son dos tesoros valiosos de este libro.
Sin pensarlo dos veces, di el
nombre de un libro, un poema y un pensamiento que te acompañen en la vida
R.-
Te hago caso, querido Ramón, y mi mente acude instantáneamente a los Ensayos
completos de Montaigne, al poema Aquí mi
padre, de Pedro Sevilla y, por último, a una idea que también da título a
un libro sobre la vida literaria de José Luis Sampedro: Escribir es vivir.
En pocas palabras, ¿qué es para ti el
Club de Letras?
R.- Estamos inmersos en tiempos de prisas, de
torrentes de información deslavazada, de poco sosiego y menos reflexión. El
Club de Letras de la Universidad de Cádiz es para mí un lugar de encuentro
donde se ralentiza esa sensación de estar dando tumbos en un torrente. El Club
de Letras nos aporta también el verdadero lujo de contar con la presencia,
apoyo y amistad de un grupo de personas con el interés común por la literatura,
con unas herramientas de publicación bastante interesantes, como son el blog,
la revista Specvlum o incluso los libros de sus componentes, como es el caso de
La memoria en llamas. Pero a esto hay que sumar la experiencia vital y
profesional de nuestro director, José Antonio Hernández Guerrero. Su
aportación, y espero que su modestia sepa disculparme, nos hace crecer
intelectual y literariamente en un ambiente afable pero no por ello menos
académico.