Club de Letras UCA (Cádiz, Jerez de la Frontera y Algeciras)
Director: Profesor de la UCA Dr. José Antonio Hernández Guerrero
Coordinación del blog:
Antonio Díaz González
Ramón Luque Sánchez

Contacto y envío de textos:
clubdeletras.uca@gmail.com


viernes, 21 de febrero de 2020

Nueva juventud: desde la Avenida al Café Central.





El trayecto entre la barriada de La Paz y la Avenida, no era como el camino de ir a la playa en el verano, rodeado de familias en bañador, sombrillas y patos salvavidas. La separación, que era urbanística también, alcanzaba más allá de la distancia en metros. Eso se veía al escuchar las guitarras, observar las posturas de los dedos sobre los mástiles, y al sonar las melodías de las canciones. Digamos que, ambos lugares, estaban separados por la distancia que mediaba entre Formula V y Cat Stevens. Creo que hoy existe la misma o mayor distancia, y no estoy seguro de que ahora, quede separada por la música. Aunque entonces sí.

Al local de San José se le llamaba El Centro. Al entrar en él, lo hacías en un espacio sin alma, un lugar de nadie, oscuro e impersonal; resignado al trajín de jóvenes que, en fugaces permanencias, no caían en su presencia elegante de sabor antiguo, ni en su dignidad ultramarina: habanera o bonaerense. El local, humilde anexo de la iglesia, tenía la serena estampa de los edificios de una sola planta, con doscientos años en sus piedras.

Algunas tardes, sonaban Mocedades, Nuestro Pequeño Mundo, Aguaviva, y Chano Domínguez con su añosa guitarra californiana: modificando en cada sesión los acordes que difícilmente aprendíamos el resto. Aquella fue una etapa efímera, fulminada por el derribo de los doscientos años de piedras neoclásicas; rendidas ante la modernidad de la visión urbanística de Don Camilo, mucho más que el párroco de San José.

En la calle Chile esquina Benito Pérez Galdós, había una escalinata de acceso a la Escuela. Eran las escaleras del esfuerzo y el estudio; tras ellas, se encontraba el futuro, situado a mucha distancia de las canciones de Mocedades y el desaparecido local. En esas escaleras, que aún resisten, no se tocaba la guitarra, aunque sí se hablaba de música: Pink Floyd, Resistencia de Materiales, King Crimson, Termotecnia. En sus escalones se medía la distancia de nuestros sueños, sabiendo que, al bajarlas un día, pisaríamos el terreno de las oportunidades tras la estela de la superación.

Pasados los años, en Madrid, buscábamos un lugar donde cenar. Al llegar a la plaza de Santa Ana, nos acercamos al cartel del Café Central. Esa noche actuaba Claire Martin. Entramos. El local estaba lleno y la actuación a punto de empezar. En la barra nos apretamos y pedimos sándwiches y cervezas. Al hablar con el camarero, mi acento viajó a mucha distancia, hasta Los Ángeles de California, el lugar donde vivía el pianista cubano de la noche anterior.

¾Disculpa: de dónde tú eres —me dice volviéndose.
¾De Cádiz —respondo expectante.
¾Sabía. El mismo acento que Chanito.
¾¿No será Chanito Domínguez?
¾Mañana tomo un avión para Los Ángeles. Pasado mañana lo veo que grabamos, ¿lo conoces tú?
¾Dile que cuando venga, tenemos que ensayar en El Centro con el grupo Nueva Juventud —pareció tomar nota.
¾Nueva Juventud —repitió estudiando mi mirada—. Me acordaré.

Claire Martin pasó al escenario entre suaves aplausos, y la música del Central nos envolvió a todos. La cita con Chano aún no se ha producido. Él, como todos, o casi, sigue transitando por las escaleras de la superación, a estrecha distancia de la Barriada de La Paz, la iglesia de San José y el callejón del Tinte: el Conservatorio donde subió sus propias escaleras.

La cita queda para otra etapa.

Fotografía: https://demum-2012.blogspot.com/2018/07/claire-martin-quartet-cafe-central.html. Actuación de Claire Martin Quartet, Café Central Madrid, 08/02/2018.

                 
         Manuel Bellido Milla
          


lunes, 17 de febrero de 2020

Poesía de supervivencia. Niño.


Andas descalzo y todos los sabemos
lloras con lágrimas saladas
el tissue no existe para tus ojos
y sobrevives, cuando sobrevives.

El sol alimenta tu cuerpo
sin perjuicio de que tu piel ennegrezca
o tus sentidos que sueñan con un puñado de arroz.

Aquí nos deleitamos sin mesuras
verdad que hay también hambre
necesidad, miseria y falta de techo
y aun cuando siempre hallen
una cuchara que alimente
aunque provisionalmente.

Sobra la poesía y queda el llanto
el llorar sin lágrimas,
el poeta siempre ha llorado
denunciando con sus palabras
y muerto sin tumba
ha dejado su memoria y recuerdos
con la esperanza de verte, niño, vivir sin hambre.


            Francisco Herrera López

lunes, 10 de febrero de 2020

Folium



Foto del autor: Porcuna desde el camino de San Marcos.


Convexidad en el origen.

Mi madre me responde con un silencio que me duele. Ella habla con el peine, imprimiéndole un exceso de energía sobre mis rizos que, enseguida, endulza con una caricia en mitad de la tarde achicharrada, señora estival del calor inapelable. Tirano de la tierra adentro.

¾Es que allí están el tito Joaquín y el tito Luis —suelto gimiendo con un conato de patada al suelo.

¾También estarán tus primas —responde ella conciliadora.

La casa de la abuela, que antes se llamaba la casa del abuelo, y que entonces era mucho más gris, tiene tres plantas. La última: un inaccesible granero, al que se sube por unas escaleras de madera muy empinadas, y donde mi prima Antoñita y yo, sabemos que hay una princesa escondida, que está guardada por un haragán malo que no la deja ir a misa. Aunque lo más divertido de la casa es el taller del tito Joaquín; el taller es luminoso, y aunque a veces tiene los ventanales cerrados, siempre huele a madera recién cortada, y lo mejor de todo: tiene unas herramientas muy peligrosas que no pueden tocar los niños. Por eso, la abuela Mercedes y todos los demás mayores, vigilan que no nos acerquemos al taller; hasta que, cansados en su vigilia, se olvidan de nosotros, y atienden al vino de Lopera, los botellines del El Alcázar y los zorzales fritos.

Los mayores siempre hablan de las mismas cosas aburridas. No quiero ser mayor —concluyo—. Los mayores no juegan nunca a nada. Pienso sentado en el escalón recalentado que, traspasando los perniles de mis pantalones cortos, me caldea la piel del trasero. Casi siempre, cuando llega ese momento, me encuentro con la viveza de Antoñita, ella me mira, se levanta de la silla junto a su madre, la tita Carmen, y se aleja del patinillo. Es la señal. Me escabullo disimulando, con mucho cuidado del tito Joaquín y de la modosita Mercedes, la prima mayor, mucho más buena y más lista que nosotros. Nos deslizamos entre el jazmín, superamos el lavadero, y al fin, nos adentramos en el taller sin que nadie nos vea.

Hacemos una casa con las maderas caídas en el suelo, que al poco, resultan insuficientes, y nos subimos a la mesa donde hay otras muy bien apiladas; que son pesadas, largas y muy bonitas, así que olvidamos el proyecto de la casa y pasamos a construir un puente.

¾Es el Puente Cañete —le digo a la prima.

¾No. Es el puente de Jaén —replica Antoñita absorta entre contrafuertes y estribos.

Como quiera que no hay puente sin carretera, buscamos una por todo el taller; lo hacemos agazapados para no nos vea el gato que duerme sobre el ventanal. Cansados de buscar, decidimos que puede servirnos la cinta metálica colgada de la pared. Es grande y brillante, como la carretera de Córdoba, y está muy, muy alta, con unos dientes afilados como las pescadas de la plaza de abastos, que así se llama la plaza, aunque mi prima y yo no sepamos quién es ese tal Abastos, seguramente el dueño.

¾¡La escalera! —exclamo con entusiasmo.

¾Pesa mucho y está muy lejos —dice Antoñita más sensata.

¾Será para ti, que eres una niña. Para mí no pesa nada. Ya verás.

Todo parece ir bien entre los tres: mi prima, la escalera y yo. Hasta que el pico de la mesa se entromete, me pincha en el trasero del hombro, y provoca que me caiga de espaldas. Antoñita se queda sola con la escalera, se le suelta de las manos y se gira hacia mí en caída libre. En su camino, choca con la pared, y desprende la cinta colgada tan tranquila en su alcayata que, en el desperezo, protesta con un chifle de serpiente, coreado por el aullido del gato durmiente, clava con estruendo metálico sus dientes sobre un listón de madera, y se para justo por encima de mi prima, ahora quieta con la boca abierta. Los dos permanecemos mudos entre la escalera tumbada y una pila de listones. La puerta del taller se abre de sopetón, y tras ella, el vozarrón del tito Joaquín:

Ese día no tuvieron que llevarme al médico. Don Julio Durante estaba allí mismo, al otro lado del patio, entretenido con los huesos de un zorzal. Él me conocía bien, aunque esta vez solo tuvo que aplicarme yodo en los arañazos. A Antoñita, como premio, le dieron una moneda de cinco duros. La abuela Mercedes se la envolvió a un pañuelo atado sobre el chichón de su frente.

El crecimiento.

Aquel recuerdo enlaza con otro taller bien diferente. Me sumerjo en él mientras conduzco y hablo evocando a Gabriel. Gabriel es un hombre de pocas palabras y grandes gestos. No es amante de las bromas, y nunca se le ve jugando a las cartas en el descanso, tras la comida colectiva. Siempre tiene un consejo si se lo pides, y siempre un libro cerca de él, incluso cuando toca sostener el soplete para calentar polines en pleno verano. Hay algunos que no le hablan nunca, otros se le acercan constantemente, y todos, sin excepción, lo respetan y escuchan si habla. Incluso el perito, siempre tan estirado e inaccesible tras los cristales de su oficina.

Recuerdo la mañana en que vino ese soldador, llegado a Equipo desde Bloques Planos. Hoy, cuarenta y siete años más tarde de todo aquello, es un hombre sin nombre. Un infiltrado. El maestro lo designó como ayudante de Gabriel, y el nuevo soldador, que tenía boina, barba y pocos hábitos de trabajo, no logró obtener la cercanía de Gabriel, a pesar de ser compañeros de faena. Armario, mi oficial entonces, sonreía estudiando al nuevo.

¾El Cheguevara me parece de los peorcitos del PPO. Te has fijado que el cura ni le habla —le comenta a Pepe Esparragosa, el más veterano del nuestro equipo: Los Lentos.

¾Y no tiene callos en las manos. —Puntualiza Pepe.

Esparragosa señala con el mentón al maestro y se pone a tararear El Vaporcito. Disimulando. Se deshace la conversación, y seguimos con el trazado de las ménsulas de asiento para las escalas de los tanques. Una bicoca de faena.

El Cheguevara termina desistiendo de obtener la confianza de Gabriel, y cambia de pesquisas, que no de lugar de trabajo. Ahora, el cura se las tiene que apañar solo la mayor parte de la jornada, sin quejarse ni señalar a nadie. Más lento sin pareja, pero siempre en el tajo. Todavía no era noviembre de 1975 y había muchos motivos para las reivindicaciones laborales. En su falsa defensa estaba metido el nuevo. El cura a lo suyo, predicando más con los ejemplos que con las palabras. Una fría mañana faltó Gabriel al trabajo, la cosa más extraña del mundo. También faltó Carlos, el sindicalista que algunos decían era de las Comisiones Obreras, algo nuevo, al parecer un sindicato clandestino. Juan tampoco apareció, y con él, Ramón: ambos aprendices como yo. A todos los despidieron por revolucionarios. El soldador también faltó al trabajo ese día y los siguientes. No se le volvió a ver jamás por el taller. Seguramente, alguien en un despacho, le colgó una medalla en el pecho, lo destinó muy lejos —apostaría que sin barba—, y quién sabe, probablemente allí, donde quiera que fuese, también lo llamaran Cheguevara. Su oficio en la Lasocial.

Concavidad hacia el origen.

Todo esto se lo voy contando a Hakima, mientras saboreamos la carretera de Córdoba, despacio entre los conocidos topónimos del camino: el Cortijo de San Pantaleón, el Puente Cañete, el Cerro Albalate. Al llegar, dudo frente a la casa de las tres plantas. Sí, es esa. Ahí está: reluciente, digna, erguida y serena, como siempre—pienso. La tarde es fría, y la lluvia racheada de primavera barre la calle Alharilla. Tras dos toques al llamador, la estampa de tita Carmen aparece hospitalaria. Nos sentamos al brasero, como antaño, y ella comienza a contarle a Hakima un inevitable relato de travesuras. Yo asisto como mero espectador. Reconfortado. Mañana hay boda que es cosa sonada en Porcuna y, además, Carmen, la novia, es la hija de mi primo Antonio. Es el reencuentro. También está Antoñita, con la misma viveza de siempre y las hechuras de una mujer buena, inteligente y sabia con el paso de los años. El tito Luis, que se compró la casa de la Lacanaria, junto a la de la abuela, también está por allí. Él y tita Estrella, su mujer, que pasan unos días en el pueblo, enseguida se vuelven a Barcelona, donde viven desde la época de la carpintería del tito Joaquín, desde hace muchos años, el carpintero de Trevelez en las Alpujarras.


                 Manuel Bellido Milla.


sábado, 8 de febrero de 2020

Náufragos



A veces nos sentimos náufragos
sin estar perdidos en una isla
sino rodeados en nuestra vida diaria
en esa aterradora impotencia
de los adioses sin destinos.

Ese naufragio son las inevitables perdidas
ese disminuir humano de los que queremos
ay, y se van y nos quedamos,
el naufragio es desolador
no sabes dónde colocar el corazón
es una semilla sin tierra
un oasis de penas contenidas
que las encerramos sin consuelo.

Después los vientos
noticias que vuelan
nos distraen, nos embelesan
y olvidamos unos minutos
unos días, quizás
y vuelta al naufragio.

Así somos, náufragos perennes
sin tiempo para los rescates
olvidados en nuestras conciencias
sintiendo como olas, tras olas
a ese reloj miserable que no se detiene
que nos lleva a la deriva inevitablemente.

            
            Francisco Herrera

jueves, 6 de febrero de 2020

BREVE Y PROFUNDO: Entrevista con 

Josefina Núñez Montoya



BREVE Y PROFUNDO
Entrevista con: JOSEFINA NÚÑEZ MONTOYA
Ramón Luque Sánchez

Hablar con Josefina Núñez Montoya es una delicia. Su voz es aterciopelada, muy dulce, y las razones que desgrana son de una coherencia infinita. Uno desea que el tiempo no pase, por eso cada vez que tengo ocasión de intercambiar con ella palabras e ideas no lo dudo. Siento que algo en mí se ensancha y me da vida.

Josefina, has sido educadora toda una vida ¿qué es para ti la educación?
R.- La educación, ¿es inseparable del aprendizaje permanente? Sé que el término de “educación” se ha entendido a lo largo de la historia fluctuando entre el sacar de la persona sus potencialidades “educcere”, y el “educare” que contemplaría el introducir en ella, los conocimientos, actitudes, procedimientos y destrezas básicos para el desarrollo integral de la personalidad. Podríamos coger la acepción propuesta por la UNESCO como el instrumento para que el individuo dirija su vida en las dimensiones del ser humano, aprender a hacer, a pensar, a ser y aprender a aprender. ¿Con cuál me quedo yo? Con ambas. Sin embargo, creo que esta pregunta, de mucha enjundia, en niveles y amplitud, estaría mermada si no nos contestáramos a otras preguntas que tienen que ver -aparte de su contenido e intencionalidad- a quién va dirigida, a quiénes corresponde, cómo hacerlo, y cómo valorar lo anterior con miras al futuro; si no nos situásemos en el tipo de cultura donde se está desarrollando la persona; en cómo interioriza las experiencias que vive; en la etapa evolutiva en la que se encuentra y las necesidades del futuro.

A nivel vital, la educación ha sido mi fragmento laboral de una vasija esculpida por proyectos personales con otros sociales, entremezclados e indivisible si no es para explicarme. A través de ella he cumplido con la función social y política que me correspondía y he podido impulsar mis tareas hacia la compensación de las desigualdades dando sentido a mi vida laboral y personal.

¿Qué habría que hacer para que nuestros alumnos y alumnas dejaran de ser motivo de lucha política y recibieran una educación de calidad?
R.-Los grandes temas de educación deberían estar en las voces de los docentes principalmente. Los partidos usan la educación para sus luchas políticas. El estamento docente es una pieza clave para tomar el papel protagonista en la educación. Los docentes debemos adoptar un papel crítico, denunciando la manipulación política y centrándonos realmente en la esencia y exigencias actuales: las cualidades humanas.

 Has impartido cursos para profesores y participado en los más variados congresos sobre educación y seminarios, ¿qué le falta y qué le sobra los maestros y maestras de España?
R.- La educación informal es un hecho dominante en nuestra sociedad por lo cual, los jóvenes –en este ámbito educativo- se construyen un curriculum paralelo al institucional. De ahí que –como dije antes- la escuela es un lugar de socialización fundamental y básico, a veces, único para el desarrollo de cualidades humanas: valores, espíritu crítico, etc. donde las metodologías interaccionistas y métodos basados en proyectos sean plataformas óptimas para conseguir ese saber “hacer, aprender con autonomía, y ser”, tan necesario actualmente. El profesorado, equipo docente, tiene en su poder nuevamente la decisión y no dejarlo en los libros de texto tan dominantes.
Por otra parte, destacaría la inoperancia del acceso a la función pública, o al puesto de trabajo docente en general, ya que no se tiene en cuenta la personalidad y madurez de los futuros docentes. Necesitamos personas equilibradas, con un largo recorrido competencial que demuestren sus cualidades humanas equilibradas y, su apuesta por la formación de futuros ciudadanos democráticos, responsables, morales y autónomos.


 Como escritora tienes más de veinte libros publicados. ¿Qué persigue en la Literatura Josefina Núñez Montoya?

 R.- En mi caso particular, creo que el placer y el reto de escribir y leer, elimina el negocio, o el poder vivir de ello, ya que la ambición está en el proyecto mismo, en la superación de las dificultades y en la oportunidad vital de poder aportar esto a la sociedad, como si esta dedicación ínfima, pero que sigue siendo “algo” del conocimiento y experiencias vitales, deban ser devueltas y compartidas.

¿Cuáles son los géneros literarios que cultivas y cuáles son los temas que te motivan a escribir?
R.- Mi tendencia al leer es cruzar géneros: poesía, ensayos y artículos, trabajos de investigación, y narrativa, especialmente la corta. El horizonte es ilimitado y sus cruces también. Es tan amplio el viaje de las letras que no queda otro que elaborar tu propio itinerario.
Los temas que me motivan suelen venir de lo que vivo: leo, siento, veo, etc. de ese destello de injusticia o de belleza, de falta de comprensión o de valor,  de constatación o de rechazo.

¿De cuál de tus libros te sientes más feliz de haberlo escrito y con cuál te identificas más? Razona tu respuesta.
R.- Creo que está por llegar. Pero en cada uno de los cuentos cortos que he escrito, he obtenido en el proceso de construcción de estructura y desarrollo, afianzamiento de técnicas y replanteamientos de vida. En ellos, he entregado algunos de mis anhelos, críticas, etc. pero también mis nuevos aprendizajes teóricos-prácticos acerca de la literatura. “Irene y Nitocris”, se ha leído en varios institutos, “La casa número cincuenta” aportó contenidos sobre la afasia y la eutanasia que les interesaron a las personas que lo leyeron, “Jacob y Andy” el cual estuvo en el lugar preferente de los cuentos más leídos en la biblioteca de un colegio de educación primaria. La ultima narrativa se titula “Volubilis” esperando ser editada por Editamundo. Pero constatamos que la metrópolis sigue mandando, que la publicidad, márquetin, y medios de comunicación, son elementos básicos para la difusión de las obras y que está en manos de la industria del libro. Sin embargo, estoy esperanzada en las editoriales independientes que se están especializando en géneros y tendencias –metaliteratura, por ejemplo de la editorial Burguer Camer- y sobretodo en las posibilidades abiertas de internet, como la página web del cervantes virtual, una magnífica plataforma de difusión de nuestros textos aglutinados en la revista Speculum.

¿Cuáles son tus escritores de referencia? ¿Hay alguno que haya influido de manera especial en tu obra y en tu visión del mundo?
R.- Tuve la suerte de encontrar a Manuel Rivas y Enrique Mata Mala en la feria del libro en Madrid de este año. Emocionante. Alguno de sus libros fueron significativos para mi escritura iniciática y de los cuales he disfrutado y admirado con gratitud. Pero en realidad, la poesía y los narradores latinoamericanos clásicos –que no antiguos-, de narrativa corta, han sido y son  muy influentes actualmente en mi proceder. En Alcultura los estudiamos con entusiasmo. En general me gustan los escritores de lengua hispana, rompedores y experimentales, de narrativa densa y filosófica.  Otro escritor al que sigo es Ricardo Menéndez Salmón, que tiene la capacidad de aportar con su escritura un mundo imaginario que me impulsa a la reflexión sobre el mundo y el ser humano. Llegar a ese nivel es un desafío deseable. Jeje. Sabemos que imitar un estilo o un tono literario es relativamente fácil, pero sin su talento rápido y eficaz. La solución o el avance creativo estaría en escribir con ellos, mezclando, combinando, sus influencias con lo que somos capaces de hacer. Sin embargo, cualquier libro o texto de Speculum, me posiciona en la intersección, disyunción o coincidencia de mi pensamiento  y la forma de mi escritura. Me resulta difícil seleccionar los autores si no vienen acompañados por las útiles referencias de compañeros o, aquellas explícitas en los medios de comunicación e información.
 
Actualmente estás muy involucrada en la Asociación Alcultura de Algeciras. ¿En qué consiste este proyecto?
R.- A veces es cuestión de oportunidad. Lo digo porque la autoridad portuaria de la bahía de Algeciras, adapto unos contenedores para difundir la conmemoración del centerario de la Conferencia de Algeciras de 1916. Cuando finalizaron las actividades, un grupo de personas con perspectivas culturales y sin ánimo de lucro, le solicitamos aquellas instalaciones para reutilizarlas como una asociación. Con la cesión de las instalaciones y un convenio de mantenimiento “Alcultura” nació. 
Actualmente la junta directiva la conforman los responsables de distintas áreas. Una de ellas es la de Literatura que es la que coordino y dinamizo con entusiasmo. Cómo hemos llegado al taller de Técnicas narrativas y a las tertulias literarias sería largo de contar, pero es justo que se sepa que la influencia del Club de Letras nos acompaña en su recorrido. Lo cierto es que se ha conseguido ofrecer a la ciudadanía un tiempo y un espacio para disfrutar de la escritura a través del taller “Infusión” y de los universales autores de lengua hispana a través de las tertulias literarias.
   
Eres miembro del Club de Letras de la UCA y formas parte de la comisión de selección de la revista Speculum. ¿Qué es para ti el Club de Letras? ¿Qué te aporta?
R.- El Club de Letras tiene ya un recorrido por el cual, se ha afianzado una estructura y unos miembros colaboradores que sin nuestro líder Jose Antonio Hernández no hubiera sido posible, al menos a este nivel.
Llegados al presente, me identifico afectivamente con el grupo que desea compartir conocimientos, habilidades y experiencia poética con los demás, siendo inseparable el círculo de lo intercambiable. Es decir, que se da pero igualmente se recibe, y mucho.
El poder compartir la experiencia poética; estimular la abertura individual de nuestros sentidos; el poder resonar las emociones en un escrito, interpretando a alguien o a un hecho; identificarnos afectivamente con el grupo del Club de Letras; ejecutar algunas tareas, para contribuir a que el grupo pueda estar más conexionado y facilitar el acceso fácil a la plataforma  abierta y libre de la revista Speculum, blog del Club de Letras, o Edición de libros entre otras actividades, son entre otros, el haz que da sentido al Club de Letras. Llegados a este presente, la responsabilidad y el compromiso de sus miembros empuja hacia una dimensión más profunda tanto en los proyectos individuales, como el colectivo inmersos en la Letras. 
Autoreflexión, interés por las palabras, aprender las técnicas narrativas, aceptar el propio desarrollo literario en éste ámbito, valorar la buena literatura; dejar constancia de tu existencia de alguna manera a través de tus aportaciones, la transferencia a otros grupos o personas,…son aportaciones reflexionadas por el Club de letras.

¿Cómo ha evolucionado la escritura y la propia Josefina desde que un día de das cuenta de que a ti lo que realmente te gusta es escribir y trabajar por la difusión de la cultura?
R.- Me recuerdo a mi misma formulándome una trayectoria de futuro, sujetándome a las palabras de otros que tan consoladoras y estimuladoras me parecieron en su día. Si bien la escritura me ha acompañado junto a la investigación con intermitencia, en serio, con orden y compromiso, lo decidí en 2002. Desde entonces dedico un tiempo madrugador a la realización de pequeños proyectos que sirvan para algo, desde superar retos relacionados con la escritura y el pensamiento, intentando disfrutarlos como, aportar valores o contenidos de vida que creo que son importantes a través del soporte del lenguaje narrativo o científico. Ya ves, compaginar un proyecto personal con otro colectivo no es fácil. Desde luego estoy fraccionada y hago lo que puedo con lo que tengo.
Por otra parte, con las tertulias literarias ocupaban una tarde a la semana, primero las municipales, alrededor un autor que los tertulianos proponíamos, luego en la fundación dos orillas con autores árabes, y en Alcultura, desde hace cuatro años, acercándonos a escritores universales de lengua hispana.
Si miro atrás, mis primeros escritos contienen los errores comunes a los escritores iniciáticos. Por ejemplo, implicarme de lleno en las emociones y sentimientos veraces cuando escribía –a modo de diario-, usar los tópicos, no reescribir o revisar los textos, demasiados “yo”, sin técnica, sin estructura. Así escribía sumando errores que aún sigo cometiendo, por ejemplo tengo que tener cuidado por evitar las recetas en el libro que estoy escribiendo ya que como orientadora, me derivo hacia consejos o alarmas innecesarias que pueden generar rechazo. No es conveniente el tono maternalista o pedagógico que aporta al relato con las tendencias explícitamente morales. Pero sabemos por nuestro líder Jose Antonio Hernández que el texto tiene derecho a ser mal escrito y ese es un buen consejo para los iniciados en la escritura, ya que quita un peso de encima inútil aligerando el camino de las letras que nunca se termina.

¿En qué proyectos andas metida en la actualidad?
R.- El arsenal de casos reales en los que he trabajado como  orientadora escolar son fuente de inspiración para el desarrollo de cuentos morales para jóvenes que estoy escribiendo. Mi formación acreditada y la informal, define de alguna manera este libro. Lo que uno ha vivido se nota en lo que hace y en lo escribe. El sentimiento derivado de los encuentros con ellos y sus familias permanece cuando los recuerdo al igual que los perfiles de personalidad, cómo afrontan las dificultades y cuáles son sus consecuencias, cierran al sujeto sobre sí mismo, impidiéndoles abrirse generosamente a los demás dañándose e incluso a los demás, por lo que las consecuencias, muchas de ellas ficcionadas o entremezcladas por el recuerdo, son el fundamento de los relatos.
Y desde la misma justificación e intencionalidad, estoy preparando dos comunicaciones para las próximas Jornadas de psicología y pedagogía promovidas por el Instituto de Estudios Campogibraltareños al cual pertenezco. Una es un estudio de opinión del alumnado de sexto de Educación Primaria, sobre su barriada “El Saladillo” que ayuda a conocer esta parcela de cerca  a través de la voz emotiva de los chicos y chicas. Hace falta este observatorio para que los dirigentes políticos actúen en consecuencia  y sensibilizar a la comunidad educativa de los recursos que ella contiene y de sus mejoras.  La otra comunicación se dirige hacia las conclusiones de un estudio comparativo de dos poblaciones estudiantiles, de dos zonas de Algeciras, agrupando las respuestas según las dimensiones de las áreas de desarrollo propuestas por la UNESCO: dimensión física, moral-intelectual-estética, dimensión sociorelacional y dimensión trascendental o religiosa. Como ves -y como me percato- estoy focalizada en los jóvenes en una y otra actividad y es que pienso que forman parte de mi universo vital después de tantos años laborales con ellos.

Sin pensarlo dos veces, di el nombre de un libro, un poema y un pensamiento que te  acompañen en la vida.
R.- Rayuela, de Julio Cortázar es el primer libro que se viene a la mente. Mi libro iniciático. Al momento aparecen otros, como El túnel de Ernesto Sávato, o Vida y destino de Vasili Grossman, El principito de Antoine de Saint Exupéri, o el último que estoy leyendo de Elena Poniatowska  “Llorar en la sopa”… En general, disfruto del buen hacer y de las historias expresadas por los grandes escritores, especialmente aquellos de lengua hispana.
Con respecto a un pensamiento, lo he mencionado antes. Me quito el querer hacer y no poder con la frase “hacer lo que se pueda con lo que se tiene”. Pero no dejar de tener proyectos. Dan energía y utilidad a la vida.
Te recito el último poema que he memorizado. Se titula “Madrugada” y es de Octavio Paz. ¡Cuánta sencillez para describir un momento tan intenso, tan común al ser humano: la herida fresca.
Rápidas manos frías
Retiran una a una
La verdad de las sombras.
Abro los ojos.
                   Todavía
Estoy vivo
En el centro

De una herida todavía fresca.




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