Club de Letras UCA (Cádiz, Jerez de la Frontera y Algeciras)
Director: Profesor de la UCA Dr. José Antonio Hernández Guerrero
Coordinación del blog:
Antonio Díaz González
Ramón Luque Sánchez

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lunes, 26 de abril de 2021

Muertes en silencio

 


 

Llamó la muerte

por la puerta trasera

sin timbre ni golpecitos

con un silencio aterrador.

como todos los entierros.

 

Manos oscuras

sin huellas, ni ungüentos

lleva el sello de muerte

muerte invisible

hasta en el aliento.

 

Andas la muerte rondando,

como el viento

como los silencios

no lleva avisos ni trompetas

ni conciencia.

 

¡Llamó la muerte¡

como quien llama a la vida

engañando al reloj

sin horas, ni días

es la soledad del enfermo.

 

¡Llamó la muerte¡

sin lágrimas ni pañuelos

solos en camas blancas

sin manos acaricidas

como velas terminadas.

 

¡Llama la muerte y llama¡

sin respuestas, ni dolor

llama la muerte ¡cómo llama¡

perdida por las calles

sin dueño, ni corazón.

 

                  Francisco Herrera López

El gas argón


Vivo en el noveno piso. Me gusta sentarme junto a la ventana.  Cuando la cierro ahora, la luna no figura doble en el cristal. Desaparece la intersección de los círculos. Afuera hace frío. Es un buen invento el doble cristal: aislante de los ruidos; absorbe el calor en los meses fríos y no permite la entrada del ardimiento del calor. También es seguro. Porque los intrusos paralizarán sus intenciones además de por la altura, por la resistencia a romperse con los golpes.

Me recuerdo respondiéndole a mi amiga Marisita -pequeña como yo- que podré entrar en el servicio de las chicas cuando vengan los papeles. Lo importante para mi era llevar la falda del uniforme y que mi madre me peine con dos trenzas. Hay diferencia entre llamarse Jesús y María Jesús. Vino una psicóloga y le preguntaron a mis compañeros de clase que si yo era niño o niña. ¿Y usted qué es? ¿Investigadora o jueza? En aquella época el doble acristalamiento se construía en algunos países del Norte. Más avanzados. El aire deshidratado o el gas argón se introduce a presión entre ellos consiguiendo una distribución equitativa. Según su color se clasifican en verde, ámbar o transparente. Es beneficioso para el ser humano mostrar el color del cristal de sus ventanas y sentirse bien en su propia casa. Saqué en claro que era niña por dentro, niña a medias por fuera.

Suena un mensaje. Él viene en camino. Por eso abandono la lejanía de la carretera, la cúpula de la iglesia que parece de oro y el roce de las ruedas de afuera. Desde la ventana me siento yo misma, niña por dentro, niña por fuera, y la única luna me lo repite con su redondez.

Después del bachillerato me operarán, -guardaba esperanzas. Por eso seguí sepultada en la apariencia de mi ropaje de mujer, mi documento de identidad y mis exitosas notas. No es un lugar para vivir la soledad íntima ni la duda de los demás. En aquella época, detesté la palabra “maricón”, “gay”, “trans”... “Climatil”. Así se le llamó a la marca con la que el primer fabricante comercializó este producto. Pero, ya que existe, la nombran o ¿la nombran porque existe desde su creación? Dar el paso a denominar las cosas es salir del cautiverio para conquistar la libertad. Luego, no omitirse. Aun así, la intersección de los círculos de la luna se manifiesta en el doble cristal de la ventana. Me operarán cuando termine la carrera, volvieron a decirme, volvieron a atrasar la inmunidad, volvieron a alargar la esperanza. El orgullo es algo que se construye poco a poco para mantenerse en pie como la prótesis que da apoyo y protege al sistema locomotor. Por eso yo no quería un espejo grande en mi habitación que me enseñara que, debajo del vestido estaba el sujetador de las hormonas y las braguitas de elástico y que debajo de ellas, estaba la esencia del tormento.

El argón comprimido que le oculté a mi primer novio lo están liberando ahora las abejas libres que desplazan con sus alas las partículas de azufre y crean leyes de miel. No pude contener su mano. Ocurrió tan rápido. Nuestro último curso de la carrera de Historia, nuestro último brindis de menta con hielo, en un pub nocturno como otras veces ¡Por dios! ¿Quién iba a suponer que del beso y la caricia pasaría a tocar mi sexo? Ojos de alarma. Boca decepcionada. Estampida de antílopes. ¡Por un bulto en la entrepierna! Además, era pronto para poder recibir de él la comprensión a mi secreto. Me operarán dentro de unos días, le rogué que se quedara. Pero él quiso no amar a quien amaba. 

Ahora sí, con otro novio, la luna se perfila única y entera. Ella le coge su mano, la besa y la dirige a donde estaba el bulto de la entrepierna. No ha sido fácil, le dice. Duele de otra manera. La herida cicatriza con capacidad de regeneración a su lado. 

Afuera hace frío, el ruido ha cesado. Pongo a calentar las empanadillas de pisto y la sopa de verduras mientras pongo la mesa como a mí me gusta: con una vela que huele a vainilla y los posamanteles de cáñamo. Sigo mirando la completitud de la luna con la ventana cerrada que abandono cuando oigo abrirse la puerta del piso.



        Josefina Núñez

miércoles, 14 de abril de 2021

EL ESPEJO

 



Con el merengue a todo volumen en la radio, la pick-up caía, uno tras otro, en todos los baches ocultos por la alfombra de barro que cubría el castigado y tortuoso camino rural. Lo normal en la República Dominicana. Así que entre la música y los saltos ni el conductor ni yo escuchamos el camión que casi nos echa de la carretera al adelantarnos a toda velocidad. Además, nos arrojó una manta de agua sucia, que saliendo de un charco, primero entró por la ventanilla poniéndonos perdidos y después cubrió el parabrisas y nos dejó ciegos un instante que me pareció eterno, hasta que, en un acto reflejo, Sebastián accionó los limpias.

 

Inmediatamente recuperó el control del vehículo, que había derrapado unos metros. Sebastián le gritó un “¡abusador!”, que para un español acostumbrado a los verdaderos tacos sonó muy inocente como insulto entre camioneros. Pero ojo, entre los nacionales del país esta leve injuria puede dar paso -sin más preámbulos- a una buena reyerta a machetazos.

 

Sebastián era mi conductor para los viajes largos, asignado a nuestro proyecto principalmente en el mantenimiento de los coches, pero en la práctica “hombre para todo” que asumía muy distintas faenas. Para llegar a las comunidades cercanas a impartir mis talleres de ganadería, sanidad o higiene de los alimentos me manejaba mejor con una moto, más práctica en la veredas y carriles estrechos, pero ir a Monte Plata, la capital provincial, o a Santo Domingo a compras importantes, siempre contaba con este hombre para sortear el tráfico endiablado y las carreteras secundarias llenas de hoyos de esta bendita tierra.

 

⸺¡Coño con el camión! ¿es que no lo ha visto usted por el espejo? ⸺le pregunté, aún recuperándome del susto.

 

⸺Nunca miro yo esa vaina” ⸺me dijo ajustándose la gorra de béisbol sin alterarse⸺ desde una cosa que me pasó, hace varios años. Desde entonces, jamás miro el espejo.

 

Recorrimos unos kilómetros de barro y baches y como él no remataba la historia, me armé de valor y le pregunté, aunque mi compañero de viaje había dejado claro con su silencio que no quería hablar del tema.

 

⸺Una vez iba llevando en el camión un ataúd, desde donde murió el hombre hasta su pueblo, para que lo enterraran. Cuando llevaba un par de horas de viaje me alcanzó un carro y el tipo se me puso en paralelo gritando “¡Compadre, has botado al muerto!”. Ya sabe cómo son estas carreteras, aunque la caja iba bien amarrada se ve que con los baches se fue soltando hasta que se cayó por la portezuela de atrás y yo ni me enteré. Me di la vuelta y recorrí lo menos 4 o 5 kilómetros. Allí estaba mi cliente, rodeado de unos cuantos vecinos que habían llegado desde los conucos cercanos. La caja estaba rota y el hombre ⸺vestido de traje y con muy mala postura⸺ revoleado en la cuneta. Y le faltaba un zapato”.

 

Sebastián hizo un silencio mirándome la cara de asombro al imaginarme la escena y finalmente dijo, muy serio:

 

⸺El muerto murió dos veces.

 

Los dos nos reímos a carcajadas con la ocurrencia y él, ya relajado, me siguió contando con todo lujo de detalles que tuvo que meter el cadáver en lo que quedaba de la caja fúnebre, con la ayuda de algún valiente y escuchando las recriminaciones de los curiosos: “que si iba muy deprisa, que si esto trae mala suerte, que si pobre hombre, que si qué dirán sus familiares...” En el primer pueblo se paró en una funeraria (por aquí las hay por todas partes) y como no tenía dinero para otro ataúd le repararon el que llevaba con unos tablones mientras el muerto se quedaba en el camión, tapado con una lona, un buen rato. Y así salió del paso como pudo, aguantando el chaparrón cuando finalmente entregó el cuerpo con su féretro desencajado y echándole la culpa a los que enviaron el paquete.

 

⸺Ya… y entonces ¿lo del espejo?

 

⸺Ah, es que desde entonces se me aparece el tipo, que es muy rencoroso. Se me sienta ahí detrás, en la trasera de la pick-up o el asiento, en cualquier carro que yo maneje, y no me quita la vista del cogote.

 

Yo tardé unos segundos hasta que miré hacia atrás, espantado. Afortunadamente entre los trastos que llevábamos no estaba el muerto con los huesos y la cara desencajada, mirándonos a los dos con su enfado de ultratumba.

 

⸺No hombre, se rio él. Con la vista no se le ve, sólo aparece en el reflejo del espejo. Así que yo no lo miro, aunque sé que está ahí. A veces si voy solo hasta hablo con él, aunque nunca contesta, sigue resentido. Pero eso sí, yo el espejo, ni mirarlo.

 

Dos o tres meses me pasé yo sin mirar el espejo interior del coche, y todavía me da un poco de susto, la verdad. Una vez se me olvidó que llevaba a la perra en el asiento de atrás; en un vistazo involuntario la vi de refilón y creí durante un segundo interminable que el bueno de Sebastián me había transmitido el malfario.


                Agustín Fernández Reyes


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