Club de Letras UCA (Cádiz, Jerez de la Frontera y Algeciras)
Director: Profesor de la UCA Dr. José Antonio Hernández Guerrero
Coordinación del blog:
Antonio Díaz González
Ramón Luque Sánchez

Contacto y envío de textos:
clubdeletras.uca@gmail.com


martes, 28 de enero de 2020

Presentación del libro La soledad de los ancianos


Imagen de José Antonio Hernández Guerrero:

Hoy, martes 28 a las 19:00 h., tendrá lugar la presentación del libro LA SOLEDAD DE LOS ANCIANOS, de José Antonio Hernández Guerrero, director de nuestro Club de Letras de la Universidad de Cádiz. Será en el Salón del Claustro del Palacio Provincial de la Diputación de Cádiz. Una magnífica ocasión para el reencuentro, tanto de miembros de nuestro Club como de simpatizantes, amigos y amigas de las letras y, sobre todo, de cualquier persona sensible al tema de esta nueva publicación.  Será un placer contar con vuestra presencia.

lunes, 27 de enero de 2020

BREVE Y PROFUNDO Entrevista con: JUAN EMILIO RÍOS VERA





BREVE Y PROFUNDO

Entrevista con: JUAN EMILIO RÍOS VERA

Por Ramón Luque Sánchez

Siempre me ha sorprendido la creatividad de Juan Emilio, su capacidad para la escritura, su predisposición para estar aquí y allá, su determinación para trabajar por la cultura y, sobre todo, su gran corazón, su compromiso con el mundo y con los más desfavorecidos. Nunca le he oído una queja, nunca lo he pillado en un renuncio. Él es así: limpio de corazón y con altura de miras.

Eres escritor, animador sociocultural, presides un Ateneo y eres el delegado regional de la UNEE (Unión Nacional de Escritores de España). ¿Qué te queda por hacer en el mundo de la Literatura?
R.-  Hace poco debuté como novelista y hace escasas fechas como biógrafo. Una de mis ilusiones que me queda por cumplir es que algún cantautor edite un disco utilizando las letras de algunos de mis poemas.

¿Cuándo tomas conciencia de que te gusta escribir y de que quieres dedicarte a la Literatura?
R.-  A las primeras de cambio, con 8 años ya tengo un cuaderno en el que escribí que quería ser de mayor escritor y profesor. Encontrarme una muy bien surtida biblioteca en casa fue determinante para dar el paso y ver a mi padre leer cada día también.

¿Por qué escribes? ¿Qué es para ti la Literatura?
R.- Comencé a escribir porque sentía envidia de los autores que eran capaz de escribir historias tan increíbles que me hacían soñar despierto. Hoy en día sigo sintiendo esa envidia, pero además siento la necesidad de dejar un legado de mi paso por la vida en forma de poemas, relatos, artículos, novelas o reflexiones.

Dedicas gran parte de tu tiempo a escribir. ¿Se puede vivir de eso hoy en día?
R.- Tú sabes que no, querido amigo, Aleixandre decía que, como mucho, daba para desayunar. En mi caso ni eso, pero la escritura me proporciona la energía y la ilusión necesarias para sobrevivir en este desasosegante mundo.

Has publicado poesía, relatos, ensayos y novela. ¿Dónde te encuentras más cómodo? ¿Por qué?
R.- Mi hábitat natural siempre ha sido la poesía, pero últimamente me estoy acostumbrando a salir de mi estado de confort y me he habituado a vivir en zona peligrosa y me he hecho novelista, biógrafo, articulista, ensayista, aunque siempre impregno todas mis obras con una buena dosis de poesía.

¿Cuál de tus libros salvarías de la quema? ¿Por qué?
R.- Todos. En cada uno de ellos he entregado lo mejor de mí en cada momento. No he tenido hijos, pero he parido más de 40 libros y los quiero a todos por igual, no sabría quedarme con uno solo como le pasaría a un buen padre.

Eres presidente fundador del Ateneo de Manilva y presides el Ateneo José Román de Algeciras. ¿Qué utilidad puede tener hoy en día un Ateneo?
R.- Un ateneo es un refugio contra la zafiedad de los tiempos que corren, una trinchera donde resistir el envite de la estulticia y la mediocridad que nos asolan, haciendo cultura y regodeándonos en ella, un foro donde debatir ideas y buscar respuestas entre todos a los grandes enigmas de la Humanidad.

¿Hay influencia de algún autor en particular en tu obra y en tu concepción de la Literatura? Si es así, ¿Quién es y qué te aporta?
R.- Hay dos poetas que han influenciado poderosamente en mi concepto de entender la poesía. Son el chileno Vicente Huidobro con su poemario Altazor, en el que funda el Creacionismo, y el poeta del 27 Dámaso Alonso con su escalofriante libro Hijos de la ira, al que considero el poemario más importante de nuestro país.

Has sido pregonero de la Feria del Libro de Algeciras en 2019. Se puede decir que eres profeta en tu tierra…
R.- Además, recibí el pasado año la insignia de oro de mi ciudad a manos de su alcalde. Por lo tanto, me siento querido y apreciado tanto por sus políticos como por los colegas de letras y también por la gente de a pie.

Sin pensarlo dos veces, di el nombre de un libro, un poema y un pensamiento que te  acompañen en la vida
R.- Un libro El señor de los anillos de Tolkien, junto con los dos mencionados anteriormente y El Quijote son los libros más importantes para mí. Un poema, sin duda, Imsomnio de Dámaso Alonso, con ese verso antológico “Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas)”. Y un pensamiento que es de mi propio cuño: “La Cultura es mi patria, mi bandera, mi casa, mi templo, mi única religión verdadera”.

Eres miembro del Club de Letras de la UCA. En pocas palabras, ¿qué es para ti el Club de Letras?

R.- Una amena reunión de amigos y de cómplices en pos de disfrutar con la Literatura.


sábado, 25 de enero de 2020

A la luz de la lumbre.




Crepitaban los últimos rescoldos que disfrazados de pequeños grititos me impedían echarme en la alfombra del salón, como si con ello quisieran demostrarme algún sentimiento de dolor o de rabia, pues esa lumbre que ahora con su suave calor relajaba la casa, antes había sido toda una orgullosa hoguera de redondos y gruesos troncos, que en la tarde se había afanado el abuelo en cortar hacha en mano, junto a la valla, en la trasera del jardín.

-Hubiese sido un invierno más, a no ser por el desenlace que me esperaba-.

Aún no había anochecido cuando sonó el timbre de la puerta, me afané en llamar su atención pues hacía ya un buen rato que su butaca había dejado de balancearse. Ante la insistencia de la llamada, di un salto y me aferré a la panza que formaba el vuelo bajo de la cortina, por el mismo sitio donde recibía continuas regañinas, golpeé con fuerzas el cristal de la ventana, - era el doctor en su visita diaria-.

Escuché sus pasos como se alejaban e incluso, como cerraba la puerta del jardín, -es curioso que con la edad que dicen que tengo siga con este oído tan privilegiado-.

El abuelo no se inmutó, con su cabeza un poco daleada y las gafas más bajas de lo normal, sujetaba entre sus manos el libro releído que tanto le gustaba y que, a fuerza de escucharlo, -pues lo leía en voz alta, quizás huyendo de la soledad-, me proporcionaba el confort suficiente para echar mi siesta al calor de la lumbre, -lástima que yo solo sepa ronronear-.

Una vez que la casa quedó en silencio y el frío empezaba a inundar el salón, salté con sumo cuidado a su regazo, el libro sin embargo resbaló por su bata azul y cayó abierto en la alfombra. El abuelo no se inmutó; permanecimos así toda la noche, hasta que, al amanecer, un golpe seco desencajó la puerta principal. Corrí para meterme bajo el sillón y desde allí observé toda la temida escena. Cuando al cabo de unas horas todos se fueron llevándose al abuelo, comprendí que este también sería mi final.


            Ricardo Carpintero

martes, 14 de enero de 2020

El agua que empapa el trapo. Sobre la fuente de inspiración externa.



El caudal de información y otros estímulos de las ociopantallas, arrasan los cauces del saber que cada uno tiene anclados. Tanta información desmemoria lo sabido, y desvía la mayoría de veces el plan establecido en el escritor. Por ello, para poder desarrollar lo que se ha establecido previamente, requiere especialmente una buena organización y priorización del tiempo que tenemos, concentración y voluntad.

A la inspiración hay que entrenarla con la abertura de la observación selectiva y el recogimiento del diálogo interior. Eso es lo que hace el escritor en su acto creativo, seleccionar entre el cúmulo de gotas de agua que ha ido recogiendo en un barreño abierto a inclusiones. Unas han brotado del interior y otras, del exterior, incluso la práctica rutinaria de una técnica nos puede llevar a un inicio de creación escritora. Las fuentes de inspiración provienen de sendos caminos tópicos pero eficaces. Al combinarlas somos capaces de engendrar desde un párrafo coherente hasta una novela de mil o más páginas. Escribir es un oficio también, no exento de quebraderos de cabeza –adquirir competencias- y de abandonar otros disfrutes mientras se hace –la vida misma-detrás de la puerta cerrada.

La escritura no se genera sola. En la formación de los rasgos de personalidad de un personaje, por ejemplo, basta con observar una vida cotidiana de un vecino o un personaje de una película, para ir introduciendo ficciones o autenticidades de la persona que escribe. Ese inicio de encuentros, formales o informales, de escuchas o colaboraciones, con esa vida optada, contendrán la posibilidad de que sean transformados en personaje redondo o secundario en ese diálogo interno del escritor o escritora.

Al conocer estas vidas tangenciales a la nuestra, nos revelan vetas inconclusas de su saber vivir, su saber ser, lo que conocen y cómo aprenden, tremendamente estimulantes para esta actividad de creación. Estimulantes para hacernos muchas preguntas, estimulantes para generar hipótesis de vidas con sus consecuencias. Estimulantes como para poder comenzar, complementar o inventar una trayectoria o una estructura narrativa. La escritura favorece que cada uno proyecte en el otro su propio deseo, rellene los huecos.

En la película “El buen maestro”, de Olivier Ayache-Vidal, el protagonista le sugiere a un alumno que rechaza la lectura, que lea el libro de seis palabras de Hemingway “el mejor de sus libros”, según él. Porque realmente esas seis palabras abren al lector a su ampliación y justificación. Sucedió que era tan abarcable esta lectura para el alumno que al conseguir el reto, y haber podido disfrutar de su imaginación por primera vez que, deseó leer más, deseó hablar de ello, deseó darle coherencia desde su perspectiva, y pudo defender su postura ante los otros compañeros de clase. Su pensamiento se estiró como un chicle.


Con este ejemplo llego a la conclusión de la relevancia de la lectura como fuente externa de inspiración de cualquier escritor, en su nivel, con su tema preferido, con los personajes seleccionados, con sus descripciones, etc., en conexión con la vida misma1.

            
                Josefina Núñez Montoya.
                Coordinadora de Reseñas bibliográficas.



1 José Antonio Hernández, “La escritura narrativa”. Club de Letras de la UCA. Curso 2019/2020
            

lunes, 6 de enero de 2020

La alpargatera


Los pestiños. Pavitas, guisadas con almendras, en la casa que puede, y mucho rínrín de botellas de anís. La tradición andaluza cincuenteña. Los años del hambre, poco a poco, quedando atrás; otras derivadas de la posguerra AÚN NO; ahí quedan las bóvedas del baluarte de San Roque, cobijo de derrotados, aquellas galerías de tabiques a media altura y cortinas guardando intimidades; los fogones de carbón en común; y el agujero, del suelo del excusado, tras una puerta con mal cierre.

Cerca de allí, en cada Adviento, las hermanas congregadas en la cocina familiar para preparar la Noche de Paz. Para hacer siempre igual, repartir las tareas de aquellos días, “para que todo salga como es debido” -insistía la madre-, práctica en penurias y buscavidas. Analfabeta.


En la calle Botica, frente al trece, la accesoria de la alpargatería de Ana; negocio para un mundo de pobres, céntimo a céntimo, añadiendo al corto jornal de Ramón. Atrás quedaron los años del estraperlo y las capas anchas, cubriendo su cuerpo de mujer joven, enfajado de víveres.

Cinco hijas habidas, y el mayor, criados ya; otro se les fue con un año, de una insolación playera, o ¡vete a saber de qué! ¡Las penas tragadas porque quedan cuatro que alimentar! Luego llegaron dos más, las pequeñas.

Ella, en realidad, en esa cita previa a la Noche del Niño, conseguía distribuir también, disimuladamente, sus pequeños aguinaldos. Con ellos, las penurias de algunas de sus hijas, ya casadas, entre pobres, quedarían camufladas y todas aportarán su parte a la mesa común.

A cada cual, según sus méritos. No, para ella son iguales; a cada cual, según sus necesidades.

Desde la mañana del veinticuatro, todas al calor del puchero, que cuece despacio, el aroma del aceite que burbujea en torno al trozo de cáscara de limón. Antes de que amargue, Juana, la mayor, saca la cáscara y vierte la taza de anises que han de freír al calor menguante, apartada del fuego. Tiene la receta bien aprendida, lleva desde los trece alejada de San Martín, el colegio de todas, cambiando el aprendizaje de las aulas por el de las tareas de casa. En la treintena, dirige resuelta al equipo de hermanas, las gobierna bien.

Lola la releva, acerca el lebrillo, con su volcán de harina bien cernida, que los sacos del granel suelen venir con cocos y hay que quitarlos. Vierte el aceite, ya enfriado, y amasa con energía hasta obtener la masa, ya esta fina y se separa bien de las paredes del tiesto. La envuelve en el paño blanco, muy limpio, y la deja al reposo, sobre la tabla seca del fregadero, como media hora.

Ana protesta, le duele el brazo con tanto cimbrear el soplador redondo, para que el carbón renovado prenda y releve al viejo. Un tizón inesperado tizna con su humo negro la olla del puchero.

Pasado el reposo, Ángeles y Emilia tienden la masa en el hule, bien limpio, enharinado, que cubre la mesa. Con botellas vacías por rodillos, la extienden y cortan a cuadraditos, como de cuatro centímetros, perfectos. Pliegan los picos, de dos en dos, en oblicuo, y los dejan reposar, otra media hora.

Ya están los pestiños, a falta del freír, en el aceite de la perola. Volteados a tiempo, para que doren bien las dos caras. Tras el escurrido, paso por el baño de miel, algo aguada con dos o tres cucharadas, ligeramente templada al fuego suave del rescoldo.

Entre tanda y tanda, sobre las bandejas, el robo a hurtadillas de los niños, impacientes, golosos. Luego vendrán las coliqueras.

Ya sólo nos quedan dos, Ángeles y Ana.


           Vicente Díaz

Agua de jazmín y Solo para tus ojos

AGUA DE JAZMÍN


Eres río, eres mar,
vos,
Guadalquivir.

Cauce grande
que navego, cruzo
y te nombro sin orillas...

Torre amada,
lucero que me brilla
allende los mares,
donde tu acento traspasa
la liturgia literaria...

Morir, morir de brisas
en la espera inagotable
consciente, constante
donde fluyo,
donde mi espíritu acuático
solo sabe a jazmín.


         Maritxé Abad i Bueno



SOLO PARA TUS OJOS


Quiero tatuar en tu piel
mi último vestigio del verano:
recuérdame
con mi brazo ceñido a la cintura
esa que tú recorres al amarme
sin límites que el espacio detenga...
Sé tú mi collar,
perla que resbala y acicala
mi pecho floreciente,
palpitante en tu latido...
Siénteme siendo pies y piernas que sustentan
esta pasión complementada,
aderezo de día y noche...

Sé mi escalera para alzarnos en la nube del deseo
y no caer al descender a nuestra vida cotidiana.

Recuérdame sin abordajes:
en la cercanía que palpa
el sentir del otro
reunidos ambos
en el altar vivo de la piel.



           Maritxé Abad i Bueno

Mis botas



   Dejé atrás mis botas, los pies son los mismos, el camino es otro, más ancho, más claro. Largo como uno interior pero más claro, más ancho, otro. Descalzo caminas más rápido y las piedras duelen, no como antes, menos que antes. Las dejaré al lado o las guardaré en el bolsillo. Ya veré que hago con la memoria, esta también duele, pero no puedo dejarla al lado, ni guardarla en el bolsillo. 

        Al menos.

   Si, al menos las botas quedaron atrás y los cordones que tanto apretaban. –El cuero sobrevive y ata al hombre tanto como su memoria–. No, no quiero distraerme con ellas ni salir de esta nueva deriva, que también tiene piedras que duelen, esas que el ánimo no pueden dejar de lado, junto a otras, de otros caminos. Sí, si encuentro algunas insignificantes, no las guardaré en el bolsillo junto a las demás que significan algo. 

        Adiós.

   He saludado a otro caminante, iba en otro sentido que yo, pero no tiene por qué estar equivocado. Le he sonreído, tampoco llevaba botas, eso me ha hecho bien, creo que nos repartiremos las piedras, las que duelen. Sus bolsillos también abultaban. ¿Se acordará de buscar en su memoria? Sí, claro que sí, pero me ha hecho sonreír y yo guardaré esa sonrisa en la mía, junto aquel momento en que me quedé descalzo. 

        ¡Ah esas botas! 

   Sus opresores cordones no fueron justos con mis pies. En cambio, el dolor me han hecho mirar hacia abajo y no lo había visto antes, en los bordes, justo antes de que la tierra se manche de negro y deja de ser camino, crecen las hierbas verde, de varios verde unas mayores que otras, no son rivales, son compañeras, incluso hay algunas florecillas con su descarados colores alegrando la vista. No tienen nombre, no pregunten, florecillas y poco más, pero cómo alegran la vista desafiando la soledad. A partir de ahora tendré cuidado en no pisarlas con mis bot… con mis pies descalzos. Mis pies y yo quedaríamos tristes. 

        Decidido.

   Ya no viviré más de noche, solo de día, buscando el sol. Creo que aquel árbol me ha mirado, con una mirada entre la grima y la esperanza. ¿Qué hará ahí, solo ante la orilla, junto al arroyo? meditar, ser, ¿mirar? Me sentaré a su sombra a hacer compañía a su soledad. Desde aquí el camino se ve ancho y claro, me alegro de haber abandonado el anterior. Este nuevo ya no me asusta, este es más claro y más ancho y puede que más largo  Las botas quedaron atrás con sus cordones fuertemente aferrados a la nada. Mis pies, que ya no están solos junto al río, siguen manchados de ocre albero pero ilesos, ahora respiran bajo este árbol golpeados por las piedras, que ahora son piedras amigas, que  respiran. El arroyo calma el dolor y me invita a beber, no me acucia la sed, ya no. 

        El agua no me espera. 

   Me acompaña, pero sigue su curso para regar el limonero florido, que todo río se encuentra a lo largo de su cauce. Para eso mantiene el agua fresca, por eso elude el parar, a no ser que pretenda atrapar un brillo de luna, entonces sí, para y atrapa el brillo para su mina de plata, la que guarda allá arriba tras la empinada montaña. 

        Siguiendo el cauce.

   Mi árbol ha recuperado la soledad de su memoria y yo he recuperado mi camino. En el tiempo que he estado descansando, he avanzado mucho, el camino me lo ha notado, mi semblante ha ganado el tiempo.

        Buenos días.

    Vuelvo a saludar a otro caminante, le he sonreído. Debo de hacerlo bien, pues me ha devuelto la sonrisa manchada de alegría.

                             Sí, creo que sí, ha sido hoy un buen día para mis pies.


                                                                                                                                     Ikastun.



             Eugenio Barriola Armida

sábado, 4 de enero de 2020

Café de Redacción, diciembre 2019


Debido a un error de coordinación en la convocatoria de nuestro Café de Redacción, por el que os pedimos sinceras disculpas, se han realizado dos encuentros en vez de uno: el pasado día 13 de diciembre y el 18 del mismo mes. Felizmente, y no hay contratiempo que no aproveche en su favor la buena gente del Club de Letras, se disfrutaron ambas en un ambiente cordial y enriquecedor. Aquí van sus crónicas, por Fernando Vázquez y Luisa Niebla:



CAFÉ DE REDACCIÓN

Reseña del encuentro del 13 de Diciembre de 2019 en el Parador Atlántico de Cádiz


          El viernes por la mañana, mi cabeza andaba llena de ruidos (pensamientos, preocupaciones, inquietudes y anhelos) sin poder prever, que iba encontrarme en plena Avenida Andalucía, con un compañero de la UCA que me recordaría de que, por la tarde teníamos una reunión en el Hotel Atlántico.
        
Mi primera impresión nada más llegar al Hotel fue de sorpresa y estupor, ya que esperaba que allí nos encontrásemos un nutrido grupo de personas, sin embargo, a medida que me iba acercando a la puerta, comprobé que solo se encontraba el ponente y un par de compañeros de clase.     

Y, aunque en principio, una voz interior me invitaba a juzgar al resto por su ausencia, a medida que iban pasando los minutos, otra voz me decía; que lo importante en esos momentos residía, en que, "los que estaban, estuviesen". ¡Y qué verdad es!, aunque suene a tópico, que en ocasiones lo accidental, lo espontáneo, lo que no obedece a una regla fija, suele dar mejor resultado, que lo preparado con antelación.
        
Se inició la reunión con una charla informal sobre aspectos cotidianos del día y de nuestros quehaceres diarios, que abrieron el camino hacía temas más concretos y específicos orientados hacia el ámbito de la Escritura Narrativa y sus procedimientos y del espacio de las percepciones, de la estética y del tiempo.

         A partir de ese momento, emergió de forma espontánea una escena quizás muy parecida a la que se producía entre los filósofos griegos y sus discípulos, en ese maravilloso experimento promovido por Sócrates la "mayéutica", en el cual, discípulos y maestro se funden, para generar una constructiva sinergia cognitiva y emocional en la interpretación critica de los relatos. 

         Desde mi punto de vista personal, creo que este es el método más acertado, porque genera entre el orador y los contertulios, un espacio sináptico y vibrante que multiplica las posibilidades de crecimiento de nuevos interrogantes, sobre: porque quien, porque y para que deseo escribir, que es la vida, porque, por quién y para quien vivo. Donde estoy, y hacia donde me quiero dirigir, en esta representación que llamamos "vida".        

         Fue revelador e interesante la preocupación del ponente sobre los enfermos con trastornos mentales, al desvelarnos mediante procedimientos técnicos y vívidos, como la psicología nos muestra que ninguno estamos exentos de pequeños rasgos a veces imperceptibles de neurosis bien camufladas, depresiones, manías persecutorias, histrionismo, etc. Que como suelen decirse; dejan en pañales a los verdaderos trastornos estudiados en la psiquiatría moderna, como pueden ser la esquizofrenia, la psicosis maniacodepresiva, las anorexias nerviosas, trastornos de personalidad múltiples, etc.

         Todo esto reforzó mi convicción, de la urgente necesidad en el momento actual, que cada uno de nosotros, tal como nos muestra los evangelios, invirtamos los talentos con los que hemos sido agraciados, en el desarrollo de una sociedad más justa, más libre y más humana. Y eso solo podemos hacerlo, desde la humildad y la determinación, todo lo demás, podría sonar a ruidos innecesarios para crecer como seres libres e independientes.


                Por Fernando Vázquez




 Café de Redacción. Hotel Atlántico, Cádiz. 18-12-2019.


Convocados por el Club de Letras de la UCA, nos dimos cita en la cafetería del Hotel Atlántico a las 18.00 horas, atraídos por las ganas de compartir nuestras vivencias e inquietudes en torno al tema propuesto para esta tertulia literaria: “El libro que cambió mi vida”.

El primero en tomar la palabra fue José Antonio porque no podía quedarse hasta el final dado que tenía que asistir a la presentación de un libro en la Diputación de Cádiz. Nos decía que hay libros que le han influido como lector, como escritor y como ser humano. Destacó dos títulos que se hayan en la bibliografía de su libro La escritura narrativa, del cual repartió ejemplares entre los miembros del Club que aún no lo tenían. Estos libros son: “El lobo estepario” de H. Hesse y “La insoportable levedad del ser” de M. Kundera.

Aprovechó para recordarnos que está próxima la publicación de su libro “La soledad de los ancianos”, que tendremos una reunión en enero que se podrá celebrar en Cádiz o en Jerez y para sugerirnos un tema para nuestro segundo café de redacción “El trastorno mental en la Literatura”, al hilo de su próximo libro “Cómo luchar contra el estigma de la enfermedad mental”.

El resto de participantes no se hizo de rogar para participar con entusiasmo e interés, saliendo a la palestra la obra poética  de Luis Cernuda como el despertar a la palabra bella y precisa que suscitó el interés y el gusto por la Literatura del primer tertuliano que intervino.

”La edad prohibida” de Torcuato Luca de Tena, “El coronel no tiene quien le escriba” de Gabriel García Márquez y “El corazón tardío” de Antonio Gala, sirvieron al segundo participante para acompañar etapas cruciales en su vida.

Coincidiendo con este tertuliano, otro lector aseguraba que otras obras fueron también compañeras de viaje en momentos vitales grabados en su memoria: “La realidad y el deseo” de Luis Cernuda, el libro de poemas “Los heraldos negros” de César Vallejo y la dramaturgia de Jardiel Poncela como antídoto contra el dolor de cualquier etiología.

Otra sentida tertuliana, nos contaba cómo el libro “El Kempis del enfermo” de Juan Manuel Fernández Piera, le sirvió como una guía de meditación que despertó su espiritualidad dando sentido a su experiencia infantil de la enfermedad.

Para otro tertuliano, “Zalacaín el aventurero” de Pío Baroja, le ayudó a vivir el pueblo, a revivirlo, una vez abandonadas sus raíces cántabras con el traslado geográfico al sur de la Península.

La lectura de “Oliver Twist” de Charles Dickens provocó la escritura de una lectora sensible que apuntó también el beneficio personal que le supuso la lectura del libro “Cuando sea feliz” de Mónica Esgueva.

El mundo femenino en “Cumbres borrascosas” de Emily Brönte y en “Sueños en el umbral. Memorias de una niña del Harén” de Fátima Mernissi, inspiran profundamente a otra lectora, impresionada por la diversidad perceptiva que aporta puntos de vista tan diferentes.

Para otra tertuliana, interesada en el mundo de la locura, sus títulos señeros son: “Los renglones torcidos de Dios” de Torcuato Luca de Tena y “Alguien voló sobre el nido del cuco” de Ken Kesey. Añade otro título: “El último encuentro” de Sándor Márai, donde queda constancia de las heridas imborrables del pasado.

Autodenominada como devoradora de libros, una compañera asegura que los libros le han acompañado toda su vida y, aunque le cueste señalar algunos, se decanta por “Los padres pródigos” de Sinclair Lewis, “El filo de la navaja” de W. Somerset Maugham y “El año de Malandar” de Juan Villa Díaz.

Para otra tertuliana, los libros han guiado sus pasos desde la infancia. Despertaron su sensibilidad literaria aquellos fragmentos de “Platero y yo” que leía en la escuela, su conciencia social los relatos de Charles Dickens, y su vocación escritora la primera novela que cayó en sus manos: “Las cárceles del alma” de Lajos Zilahy.

Otra lectora voraz, coincide en la dificultad de elegir un solo libro determinante, afirmando que su impacto depende del momento en el que lo lees. Pese a esta dificultad, se decanta por “El lobo estepario”, ya mencionado al principio y por “1984” de George Orwell, curiosamente premonitorio de los tiempos actuales en muchos aspectos.

Para uno de los tertulianos, lo que marcó su vida no fue un libro, sino un autor: Gabriel García Márquez; aunque también manifestó su decepción por las versiones cinematográficas que no muestran fidelidad al libro.

Otro participante afirma ser un mal lector y recuerda “El Catecismo” como inoculador del sentimiento de culpa.

Como contrapartida, leemos las preferencias de otro compañero que no ha podido asistir y que asegura que el libro que más ha cambiado su vida es “el Nuevo Testamento” con sus cuatro Evangelios llenos de poesía y de espiritualidad.

“Las Selecciones del Reader´s Digest”, junto a “Narraciones extraordinarias” de Edgar Allan Poe y “Las mil noches de Hortensia Romero” de Fernando Quiñones, han marcado la trayectoria vital y literaria de otro compañero.

Y, por último, un tertuliano describe la lectura de libros como las capas de cebolla que han ido conformando su personalidad, su vida. Menciona los libros de Agatha Christie y la literatura infantil de Enid Mary Blyton como compañeros de su infancia y destaca “Escribir” de Marguerite Duras y “El arte de callar” de José Antonio Hernández Guerrero, como guías indispensables para conciliarse con la soledad propia.

Como podéis comprobar, la veintena de asistentes no dudó en participar, por lo que no pudimos dejar mucho espacio para hacer comentarios, aunque la mayoría coincidimos en no poder limitar a un solo título la influencia de los libros en nuestras vidas.

Se abrió un pequeño debate en torno a las versiones cinematográficas de obras literarias y a las peculiaridades del cine español, francés o norteamericano que dan lugar a enfoques diversos con ritmos propios. Como no había tiempo para profundizar en estos aspectos, sugerimos esta temática para una próxima tertulia de Café de Redacción.

Con un puntualidad asombrosa, a las 20.00 horas, llegamos al final, sorprendidos por lo que había dado de sí este encuentro, encantados por el buen sabor de boca que nos había dejado y agradecidos por la buena voluntad de todo el mundo para compartir un poco de literatura y un mucho de nuestras vidas.

Gracias.

         Luisa Niebla


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