Club de Letras UCA (Cádiz, Jerez de la Frontera y Algeciras)
Director: Profesor de la UCA Dr. José Antonio Hernández Guerrero
Coordinación del blog:
Antonio Díaz González
Ramón Luque Sánchez

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martes, 24 de enero de 2023

ALELUYA

 

           Mantener una relación interpersonal fluida y sana, en vivo y en directo, se está convirtiendo en una utopía. Estamos en la era del aislamiento y la  incomunicación. Ya me he cansado de  postear esperando el aluvión de likes y emoticones y he optado por intentar ser feliz con lo que tengo alrededor.

     A algunos les habla la conciencia, dicen que escuchan una voz interior. Para entendernos, sería como un pálpito, un monólogo, un pensamiento furtivo que te acompaña y siempre te lleva al bien. Pues qué bien. Suena como una guía de vida, con cierto tufo a Padre, Hijo y Espíritu Santo.

         Lo mío es mucho más liviano. Me relaciono y comunico con los electrodomésticos. Así como suena.  Ellos me miran, me hacen la vida más fácil, me acompañan y hasta se enfadan si se notan traicionados. Son artefactos que, cuando los enchufo, reviven, hablan y hasta sienten.

Con la Roomba es difícil la convivencia, si se mosquea porque echo restos de pan en el suelo del comedor, inicia una huelga a la japonesa y en cuanto divisa una brizna de polvo, sale a su caza y captura, sin respetar ni hora ni día en el calendario.  Ella se cree muy lista, pero creo que roza lo borderline, a veces, se enreda debajo de la mesa y no sabe salir. A la lavadora le hablo poco, no la quiero preocupar porque sufre de rumiación mental, a todo la da vueltas y vueltas. La de peor carácter es la plancha, que poco aguante tiene, se calienta por todo. La nevera ahora está fría conmigo, cuando la abro me pregunta con cierto retintín: ¿Qué, vas a picar otra vez? Pero, ¡Habrase visto, la muy metomentodo! ¡Qué le importará mi vida y mis kilos! Me dan ganas de castigarla como a la báscula del baño, que la tengo contra la pared, porque es una exagerada y mentirosa. La que merece una subordinada es la sádica de la depiladora que, según ella, corta el vello de raíz y aprovecha para meterme unos pellizcos malintencionados de aquí te espero cuando se me pone celosa porque me ve hablando con el tranquilo y sosegado cargador. El radiador, va a lo suyo, es un pijo estirado, siempre mirando por encima de la nariz, no entiende que trabajando tanto siga siendo pobre y apenas lo pueda enchufar; como no quiero sorpresas, lo he sustituido por la mantita y unos buenos calcetines con unas estrellas azules, también pijos, pero menos. La campana extractora es otro cantar, suena que no veas, cuando se estropea dices: qué a gusto me he quedado, pero en cuanto fríes algo, ya la estás echando de menos. Así es la vida.

El único inconveniente de relacionarme y tener como compañeros de viaje a los electrodomésticos es que hay que enchufarlos a la corriente y el precio de la electricidad está por las nubes. Ahora con la crisis, igual me paso a lo de la conciencia que es gratis y más ecológico. ¡Aleluya!

 

                   Yayo Gómez

sábado, 14 de enero de 2023

Revista Speculum Nº 50

 

Queridos miembros del Club de Letras, me complace mucho informaros que se acaba de publicar el número cincuenta de nuestra Revista Speculum. Con el deseo de que disfrutéis de su lectura, recibid mis saludos más afectuosos, 


             Luisa Niebla.

 

Para acceder a la revista, haz clic en la portada.

https://www.cervantesvirtual.com/obra/speculum-revista-del-club-de-letras--0-segunda-epoca-num-50-2022-1199398/

jueves, 12 de enero de 2023

Kolimá

 

Para descargar la novela en PDF, haz clic en la portada.


Queramos o no, las telas que conforman la tragicomedia de nuestras vidas fueron hilvanadas por los pespuntes de nuestra infancia. Las alegrías, los orgullos, las decepciones, los triunfos, las frustraciones, los premios o las humillaciones que se viven en la infancia, perfilan irremediablemente nuestro destino al llegar a adultos. Y si no, que se lo pregunten a Alan, personaje principal de Kolimá, magistral novela de Mauro Barea. El autor, en este caso, no solo desarrolla con ingenio esta premisa, también enlaza el crecimiento y desarrollo como persona de Alan con un entorno fraudulento y gris, pero lleno de matices interesantes que impiden soltar el libro hasta devorarlo.

Según el principio dramático El arma de Chéjov, si en el primer acto tienes una pistola colgada de la pared, entonces en el siguiente capítulo debe ser disparada. En el comienzo de esta obra aparece una pistola, una Beretta cargada y apuntando a una cabeza. Pero no es solo una aparición casual o un mensaje sobre lo que puede suceder más adelante. La Beretta de Kolimá es una especie de péndulo de Allan Poe, un elemento también cargado de dramatismo, un memento mori que llega a convertirse en otro personaje más de la historia. 

Mauro Barea ha dominado en esta obra el arte del ir y venir, la capacidad de mantenernos en vilo a pesar de las continuas analepsis, llevándonos en volandas a distintas etapas de la vida del protagonista. Nada raro, sobre todo por la lógica y a la vez extraña sensación de que la lectura nos lleva, flotando sobre esas intermitencias y casi sin darnos cuenta, de México al mundo mágico y onírico de Kolimá, la Carretera de los Huesos que atraviesa las nieves del Extremo Oriente ruso. Es difícil no encontrar en esta obra matices oníricos que nos retrotraigan a Pedro Páramo, no sé muy bien si por la localización de los personajes en México, por el habla de sus personajes y su rico acento, o por la forma sutil de llevarnos hasta los huesos de Siberia. Pero no nos engañemos, esta es una obra con entidad propia que no necesita compararse con ninguna otra. Así lo entendió también el jurado del concurso de novela Ignacio Manuel Altamirano de la Universidad Autónoma del Estado de México otorgándole Mención honorífica, un segundo puesto, seguro que merecidísimo, que certifica la calidad de la novela. Mis más sinceras felicitaciones a Mauro Barea, un escritor joven que nos seguirá dando agradables sorpresas literarias, estoy seguro. Uno, a veces, sueña con escribir historias así. Ah, y no diré si la Beretta llega a dispararse o no... Tendrán que averiguarlo ustedes.

 

               Antonio Díaz González



sábado, 7 de enero de 2023

Hallazgo

 




020123

 

Día inacabado,

cambio de viento,

itinerario en marcha,

cambio de estación también.

Digo que estamos de tránsito:

por calles cruzadas,

desorientada en una ciudad grande en la que se habla otro idioma.

/JIAR/, “hiar”, deduje: aquí.

Era el hallazgo cuando el joven puso su dedo en el punto del mapa donde mi hija y yo nos encontrábamos.

 

060123

Una melodía de un niño, incansable y repetida sobresale del ambiente. Canta en agudo como un mantra. Está alegre. No sé qué dice, pero canta entusiasta, sin vergüenza, desinhibido en la burbuja de algún juego. ¿Cómo sé que está espléndido a rebosar de gozo? Quizás porque noto un cimbreo de ilusión en el aire. Es que estoy contenta, es que sonrío, es que lo busco desde la terraza y no lo veo. Pero está porque siento su amplitud en mí.

 

211122

Quedábamos los viernes por la noche. El personal del Ayuntamiento, había colocado una carpa para que los jóvenes hiciéramos la botellona. Era un llano amarillo con monstruos mercantiles bellos y rugientes en el costado. Compañeros de clase, de otros institutos, otros muy guapos y piratas y no tan jóvenes, no estudiantes, vendían alguna sustancia para que la desinhibición no fuera un riesgo. Era mi noche. Nuestra noche: dos amigos y una amiga. Descubrimos en aquella temporada aspectos repetidos en otras ciudades: bolsas con cerveza y licores; frutos secos; risas desinhibidas. Las calles regadas de gente animosa. El pulso acelerado de las motos iba y venía; imprudencias… la luna cruzando los edificios. También descubrimos que la sensación de cruzar los límites es elástica. Volvíamos a ser niños juguetones cuando tocábamos los timbres de las casas y corríamos a escondernos. Aguantar la respiración detrás de un coche equivalía a aguantar la risa como si un globo fuera a explotar lleno de agua. Luego nos contagiábamos de nuestras risas hasta la carcajada comunitaria, tonta, al ver que las luces de las ventanas se encendían molestas. A veces desaparecían los chaquetones de los compis y los móviles que aparecían al día siguiente en la mesa del profesorado. El caos era evidente. Una madrugada esperamos a Jaime a que se aproximara a la puerta de su casa. Nos escondimos en la obra de enfrente, detrás de un muro de ladrillos intermitentes. Cuánta excitación. Nos agenciamos un altavoz básico, de juguete, que deformaba la voz. Te crees que no existimos, ya verás… ven aquí…venimos a por ti… Giró a un lado la cabeza, luego al otro lado. No atinaba a meter la llave.  Tocó el timbre. Temblaba su voz cuando gritó: ¡Abre papá! Así espantábamos la madurez tenebrosa. No nos descubrieron. Ahora no hace falta cubrirnos el rostro con medias, ni ponernos un uniforme negro, ni escondernos para gastar bromas de este tipo. Nos cruzamos por la calle, nos palmeamos las manos con un golpe nostálgico. Nos abrazamos. Cada uno conduce algún vehículo, trabaja, desarrolla proyectos variopintos, estudia… mientras tanto, el llano amarillo vuelve a aglutinar a chicos y chicas el fin de semana, en la carpa que pone el Ayuntamiento para la botellona y nosotros nos mostramos fragmentados por la vida adulta.

 

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La mujer casada se levanta a la misma hora, del mismo lado de la cama, se pone zapatillas bordadas de saltamontes. Están ancladas al suelo de barro porcelano. Sobre la mesa de la cocina, el sol de verano ilumina el pan del desayuno, pero ella no ve la belleza del bodegón de la pared. Viene y va con los platos, coge algo que alguien le pide, pide que se quite la televisión, pero no le hacen caso. Habrá barrido, habrá hecho la cama, se habrá quedado mirando el poster nuevo que su hijo ha colocado enfrente del escritorio, ¿Quién será éste con tantos tatuajes? Ordenará el sofá y la ropa, otra vez quitará el polvo a los muebles, la comida se está haciendo y pondrá una ensalada. Había puesto el mantel, los cubiertos, los platos, los platos llevados por sus dos manos mordidos por la mejor sonrisa. No solo eso, sino que le piden algo más cuando está de pie. Mientras, el bodegón la mira. Está esperando a ser mirado por ella.  Porque se sentaría frente a él y tendría todos los alimentos a mano. Es más, el saltamontes también está esperando a que flexione un poco las rodillas, tome impulso y se eleve para sentir el cosquilleo de la altura y el aleteo de las alas.

 


                       Josefina Núñez Montoya

 

 

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