020123
Día
inacabado,
cambio
de viento,
itinerario
en marcha,
cambio
de estación también.
Digo
que estamos de tránsito:
por
calles cruzadas,
desorientada
en una ciudad grande en la que se habla otro idioma.
/JIAR/,
“hiar”, deduje: aquí.
Era
el hallazgo cuando el joven puso su dedo en el punto del mapa donde mi hija y
yo nos encontrábamos.
060123
Una
melodía de un niño, incansable y repetida sobresale del ambiente. Canta en
agudo como un mantra. Está alegre. No sé qué dice, pero canta entusiasta, sin
vergüenza, desinhibido en la burbuja de algún juego. ¿Cómo sé que está
espléndido a rebosar de gozo? Quizás porque noto un cimbreo de ilusión en el
aire. Es que estoy contenta, es que sonrío, es que lo busco desde la terraza y
no lo veo. Pero está porque siento su amplitud en mí.
211122
Quedábamos
los viernes por la noche. El personal del Ayuntamiento, había colocado una
carpa para que los jóvenes hiciéramos la
botellona. Era un llano amarillo con monstruos mercantiles bellos y
rugientes en el costado. Compañeros de clase, de otros institutos, otros muy
guapos y piratas y no tan jóvenes, no estudiantes, vendían alguna sustancia
para que la desinhibición no fuera un riesgo. Era mi noche. Nuestra noche: dos
amigos y una amiga. Descubrimos en aquella temporada aspectos repetidos en
otras ciudades: bolsas con cerveza y licores; frutos secos; risas desinhibidas.
Las calles regadas de gente animosa. El pulso acelerado de las motos iba y
venía; imprudencias… la luna cruzando los edificios. También descubrimos que la
sensación de cruzar los límites es elástica. Volvíamos a ser niños juguetones
cuando tocábamos los timbres de las casas y corríamos a escondernos. Aguantar
la respiración detrás de un coche equivalía a aguantar la risa como si un globo
fuera a explotar lleno de agua. Luego nos contagiábamos de nuestras risas hasta
la carcajada comunitaria, tonta, al ver que las luces de las ventanas se
encendían molestas. A veces desaparecían los chaquetones de los compis y los
móviles que aparecían al día siguiente en la mesa del profesorado. El caos era
evidente. Una madrugada esperamos a Jaime a que se aproximara a la puerta de su
casa. Nos escondimos en la obra de enfrente, detrás de un muro de ladrillos
intermitentes. Cuánta excitación. Nos agenciamos un altavoz básico, de juguete,
que deformaba la voz. Te crees que no existimos, ya verás… ven aquí…venimos a
por ti… Giró a un lado la cabeza, luego al otro lado. No atinaba a meter la
llave. Tocó el timbre. Temblaba su voz
cuando gritó: ¡Abre papá! Así espantábamos la madurez tenebrosa. No nos
descubrieron. Ahora no hace falta cubrirnos el rostro con medias, ni ponernos
un uniforme negro, ni escondernos para gastar bromas de este tipo. Nos cruzamos
por la calle, nos palmeamos las manos con un golpe nostálgico. Nos abrazamos.
Cada uno conduce algún vehículo, trabaja, desarrolla proyectos variopintos,
estudia… mientras tanto, el llano amarillo vuelve a aglutinar a chicos y chicas
el fin de semana, en la carpa que pone el Ayuntamiento para la botellona y nosotros nos mostramos
fragmentados por la vida adulta.
231222
La
mujer casada se levanta a la misma hora, del mismo lado de la cama, se pone
zapatillas bordadas de saltamontes. Están ancladas al suelo de barro porcelano.
Sobre la mesa de la cocina, el sol de verano ilumina el pan del desayuno, pero
ella no ve la belleza del bodegón de la pared. Viene y va con los platos, coge
algo que alguien le pide, pide que se quite la televisión, pero no le hacen
caso. Habrá barrido, habrá hecho la cama, se habrá quedado mirando el poster
nuevo que su hijo ha colocado enfrente del escritorio, ¿Quién será éste con tantos tatuajes? Ordenará el sofá y la ropa,
otra vez quitará el polvo a los muebles, la comida se está haciendo y pondrá
una ensalada. Había puesto el mantel, los cubiertos, los platos, los platos
llevados por sus dos manos mordidos por la mejor sonrisa. No solo eso, sino que
le piden algo más cuando está de pie. Mientras, el bodegón la mira. Está
esperando a ser mirado por ella. Porque
se sentaría frente a él y tendría todos los alimentos a mano. Es más, el
saltamontes también está esperando a que flexione un poco las rodillas, tome
impulso y se eleve para sentir el cosquilleo de la altura y el aleteo de las
alas.
1 comentario:
Buena prosa y creativa, enhorabuena Josefina
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