Club de Letras UCA (Cádiz, Jerez de la Frontera y Algeciras)
Director: Profesor de la UCA Dr. José Antonio Hernández Guerrero
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sábado, 7 de enero de 2023

Hallazgo

 




020123

 

Día inacabado,

cambio de viento,

itinerario en marcha,

cambio de estación también.

Digo que estamos de tránsito:

por calles cruzadas,

desorientada en una ciudad grande en la que se habla otro idioma.

/JIAR/, “hiar”, deduje: aquí.

Era el hallazgo cuando el joven puso su dedo en el punto del mapa donde mi hija y yo nos encontrábamos.

 

060123

Una melodía de un niño, incansable y repetida sobresale del ambiente. Canta en agudo como un mantra. Está alegre. No sé qué dice, pero canta entusiasta, sin vergüenza, desinhibido en la burbuja de algún juego. ¿Cómo sé que está espléndido a rebosar de gozo? Quizás porque noto un cimbreo de ilusión en el aire. Es que estoy contenta, es que sonrío, es que lo busco desde la terraza y no lo veo. Pero está porque siento su amplitud en mí.

 

211122

Quedábamos los viernes por la noche. El personal del Ayuntamiento, había colocado una carpa para que los jóvenes hiciéramos la botellona. Era un llano amarillo con monstruos mercantiles bellos y rugientes en el costado. Compañeros de clase, de otros institutos, otros muy guapos y piratas y no tan jóvenes, no estudiantes, vendían alguna sustancia para que la desinhibición no fuera un riesgo. Era mi noche. Nuestra noche: dos amigos y una amiga. Descubrimos en aquella temporada aspectos repetidos en otras ciudades: bolsas con cerveza y licores; frutos secos; risas desinhibidas. Las calles regadas de gente animosa. El pulso acelerado de las motos iba y venía; imprudencias… la luna cruzando los edificios. También descubrimos que la sensación de cruzar los límites es elástica. Volvíamos a ser niños juguetones cuando tocábamos los timbres de las casas y corríamos a escondernos. Aguantar la respiración detrás de un coche equivalía a aguantar la risa como si un globo fuera a explotar lleno de agua. Luego nos contagiábamos de nuestras risas hasta la carcajada comunitaria, tonta, al ver que las luces de las ventanas se encendían molestas. A veces desaparecían los chaquetones de los compis y los móviles que aparecían al día siguiente en la mesa del profesorado. El caos era evidente. Una madrugada esperamos a Jaime a que se aproximara a la puerta de su casa. Nos escondimos en la obra de enfrente, detrás de un muro de ladrillos intermitentes. Cuánta excitación. Nos agenciamos un altavoz básico, de juguete, que deformaba la voz. Te crees que no existimos, ya verás… ven aquí…venimos a por ti… Giró a un lado la cabeza, luego al otro lado. No atinaba a meter la llave.  Tocó el timbre. Temblaba su voz cuando gritó: ¡Abre papá! Así espantábamos la madurez tenebrosa. No nos descubrieron. Ahora no hace falta cubrirnos el rostro con medias, ni ponernos un uniforme negro, ni escondernos para gastar bromas de este tipo. Nos cruzamos por la calle, nos palmeamos las manos con un golpe nostálgico. Nos abrazamos. Cada uno conduce algún vehículo, trabaja, desarrolla proyectos variopintos, estudia… mientras tanto, el llano amarillo vuelve a aglutinar a chicos y chicas el fin de semana, en la carpa que pone el Ayuntamiento para la botellona y nosotros nos mostramos fragmentados por la vida adulta.

 

231222

La mujer casada se levanta a la misma hora, del mismo lado de la cama, se pone zapatillas bordadas de saltamontes. Están ancladas al suelo de barro porcelano. Sobre la mesa de la cocina, el sol de verano ilumina el pan del desayuno, pero ella no ve la belleza del bodegón de la pared. Viene y va con los platos, coge algo que alguien le pide, pide que se quite la televisión, pero no le hacen caso. Habrá barrido, habrá hecho la cama, se habrá quedado mirando el poster nuevo que su hijo ha colocado enfrente del escritorio, ¿Quién será éste con tantos tatuajes? Ordenará el sofá y la ropa, otra vez quitará el polvo a los muebles, la comida se está haciendo y pondrá una ensalada. Había puesto el mantel, los cubiertos, los platos, los platos llevados por sus dos manos mordidos por la mejor sonrisa. No solo eso, sino que le piden algo más cuando está de pie. Mientras, el bodegón la mira. Está esperando a ser mirado por ella.  Porque se sentaría frente a él y tendría todos los alimentos a mano. Es más, el saltamontes también está esperando a que flexione un poco las rodillas, tome impulso y se eleve para sentir el cosquilleo de la altura y el aleteo de las alas.

 


                       Josefina Núñez Montoya

 

 

1 comentario:

Francisco Herrera dijo...

Buena prosa y creativa, enhorabuena Josefina

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