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Queramos o no, las telas
que conforman la tragicomedia de nuestras vidas fueron hilvanadas por los
pespuntes de nuestra infancia. Las alegrías, los orgullos, las decepciones, los
triunfos, las frustraciones, los premios o las humillaciones que se viven en la
infancia, perfilan irremediablemente nuestro destino al llegar a adultos. Y si
no, que se lo pregunten a Alan, personaje principal de Kolimá, magistral novela
de Mauro Barea. El autor, en este caso, no solo desarrolla con ingenio esta
premisa, también enlaza el crecimiento y desarrollo como persona de Alan con un
entorno fraudulento y gris, pero lleno de matices interesantes que impiden
soltar el libro hasta devorarlo.
Según el principio dramático El arma de Chéjov, si en el primer acto tienes una pistola colgada de la pared, entonces en el siguiente capítulo debe ser disparada. En el comienzo de esta obra aparece una pistola, una Beretta cargada y apuntando a una cabeza. Pero no es solo una aparición casual o un mensaje sobre lo que puede suceder más adelante. La Beretta de Kolimá es una especie de péndulo de Allan Poe, un elemento también cargado de dramatismo, un memento mori que llega a convertirse en otro personaje más de la historia.
Mauro Barea ha dominado en
esta obra el arte del ir y venir, la capacidad de mantenernos en vilo a pesar
de las continuas analepsis, llevándonos en volandas a distintas etapas de la
vida del protagonista. Nada raro, sobre todo por la lógica y a la vez extraña
sensación de que la lectura nos lleva, flotando sobre esas intermitencias y
casi sin darnos cuenta, de México al mundo mágico y onírico de Kolimá, la
Carretera de los Huesos que atraviesa las nieves del Extremo Oriente ruso. Es
difícil no encontrar en esta obra matices oníricos que nos retrotraigan a Pedro
Páramo, no sé muy bien si por la localización de los personajes en México, por el habla de sus personajes y su rico acento, o por
la forma sutil de llevarnos hasta los huesos de Siberia. Pero no nos engañemos,
esta es una obra con entidad propia que no necesita compararse con ninguna
otra. Así lo entendió también el jurado del concurso de novela Ignacio Manuel
Altamirano de la Universidad Autónoma del Estado de México otorgándole Mención
honorífica, un segundo puesto, seguro que merecidísimo, que certifica la
calidad de la novela. Mis más sinceras felicitaciones a Mauro Barea, un
escritor joven que nos seguirá dando agradables sorpresas literarias, estoy
seguro. Uno, a veces, sueña con escribir historias así. Ah, y no diré si la
Beretta llega a dispararse o no... Tendrán que averiguarlo ustedes.
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