Club de Letras UCA (Cádiz, Jerez de la Frontera y Algeciras)
Director: Profesor de la UCA Dr. José Antonio Hernández Guerrero
Coordinación del blog:
Antonio Díaz González
Ramón Luque Sánchez

Contacto y envío de textos:
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viernes, 29 de noviembre de 2019

El paseo




Tenía motivos para sentirme bien. Los colegas subían sus pulgares a mi paso como gesto de admiración. Mi jefe, hosco tantas veces, me consiguió una bonita casa sobre la colina del acantilado, y Mery, mi secretaria, comenzó a llegar al trabajo en minifalda, se mostraba seductora a la hora del café, y lo mejor de todo: complaciente durante los fines de semana en mi nueva casa con vistas al mar.

Se podía decir que nada me faltaba. Mis trabajos de investigación sobre el Generador Dinámico de Energía Magnética comenzaban a dar los resultados que yo esperaba. Todo parecía sonreírme. Incluso, en el último congreso en Londres, mis colegas competidores de la Princeton University, me obsequiaron con un largo aplauso. Estaba a punto de conseguir una energía inagotable, sin emisiones atmosféricas ni residuos. Gracias a ello, la contaminación pasaría a ser un recuerdo venenoso en la historia humana.

Hacía tiempo que no me sentía observado. Eso, además de ser tranquilizador, me incitaba en el propósito de propagar mis progresos. Por supuesto que mi nueva casa y la oficina tenían inhibidores, y que todas mis comunicaciones eran analizadas por los servicios de seguridad. Hasta las papeleras eran investigadas.

Desde que me entrevistaron en Time, florecieron los imitadores de mis estudiadas manías: escribir sobre una mesa de delineante, pasear por el bosque al amanecer o almorzar solo a medio día mirando al mar. Incluso Peter, un fotógrafo ilustrador y bromista incontinente, decía ser imitador de mis costumbres. El jovenzuelo, llegado al Instituto de Investigación unos meses atrás, era el protegido del presidente; al parecer, presionado por la familia del joven, que, según los cotilleos, necesitaba rehabilitarse de unas graves adiciones, y al que nadie hacía caso en el centro, al haber sido etiquetado como un tarambana.

Por las noches, cuando todo eran sombras frente al acantilado y solo titilaban las estrellas y las luces de los barcos a lo lejos, cerraba las cortinas del ventanal, encendía el flexo lupa sobre mi mesa de delineante, y en un cuadradito de papel, con mi antiguo Bic de punta fina sin tinta, escribía una minuciosa chuleta. Al terminar, la enrollaba cuidadosamente y la introducía en hueco de una caña tomada de los cañaverales cercanos.

Ese trabajo lo haría si, a la hora convenida, durante mi solitario almuerzo, lograba ver al bote de pesca frente al acantilado desplegando un parasol. Tomaría la pitillera encendiendo un cigarro, sin dejar de mirar a uno y otro lado, como saboreando el humo, así, hasta cerciorarme de estar solo. Si no había nadie, al descorrer el espejo escondido en la tapadera de la pitillera, apuntaría a la embarcación de la forma que sabía. Si después de diez minutos exactos el barco cambiaba de posición rumbo al este, había trabajo que hacer bajo el flexo lupa esa noche. A la mañana siguiente, antes de salir el sol, al dar mi paseo diario camino de la oficina, depositaría bajo la piedra acostumbrada la caña preñada con el papel.

Pero el acantilado tenía un faro, y Peter hizo amistad con el farero. Diariamente jugaban al ajedrez, discutían sobre fotografía, y nunca olvidaban chismorrear sobre las chicas del Instituto de Investigación. Siempre frente a un vaso de vino sentados en el balcón del faro. Era la atalaya del depredador inadvertido, al acecho de mis encuentros señaléticos con la embarcación de pesca. Un amanecer en el que no me sentí observado, Peter, agazapado tras los arbustos, me filmó cuando yo escondía el mensaje bajo la piedra. Todo acabó.

Peter —que ya no actuaba como un calavera— fue deferente durante los interrogatorios en mi propia casa. Para mis compañeros del Instituto, yo había acudido a Nueva York a ver a mi madre enferma. La ausencia de Peter nadie la tomó en serio. Cuando los del FBI pronunciaron el nombre de mi nieto por primera vez, comprendí que tenía que colaborar, y les di más detalles de los que esperaban. Mi actitud era la consecuencia de una decisión lógica: entre dos caminos, se ha de elegir el más simple, el otro, siempre habrá tiempo de explorarlo. Ellos parecían agradecidos. Al final, el jefe de Peter me preguntó:

¾¿Por qué lo has hecho?, ¿acaso no vives bien aquí, en esta casa, rodeado de este paisaje?

¾Quiero un mundo mejor. Esa es la razón de mi proyecto.

¾Así que un mundo mejor —asentía sonriendo como llamándome imbécil.

¾¿Acaso mi proyecto no acabará en manos de las grandes corporaciones?, ¿acaso no especularan con él, hasta convertirlo en otra herramienta de opresión?

¾Ya. Los especuladores —me miró con fijeza.

¾Sin embargo, al otro lado…—intenté decir, aunque, fue tan demoledora su sonrisa irónica, que no pude concluir.

Se llamaba Yure, y días antes, me contó que nació en Odesa, en el año 42. No conoció a su padre, porque un invierno murió congelado durante una guardia de castigo a la intemperie. Lo habían sorprendido leyendo un ejemplar de Literatura y Revolución, de León Trosky.

¾¿Sabes? Imagino a tu madre preguntándose, si al otro lado, cuidarían de tu hija y de tu nieto como lo vamos hacer aquí. —lo miré vencido, y al fin asentí, grave.

¾Es posible que lleves razón —concedí sin engañarlo, y sin engañarme del todo.

A las pocas horas de llegar mi familia a casa, traídos desde Nueva York en un jet especial —les habían dicho algo sobre un accidente en la playa— los interrogadores, camuflados de enfermeros, ya habían recibido órdenes y sacado sus propias conclusiones. Al final, con un gesto mudo de advertencia, me entregaron la pitillera del espejo. Mi madre fue la única que interpretó la situación. Nunca dijo nada.

El trato fue razonable. A partir de ahora, ellos me dirían que información debía escribir con el bolígrafo BIC. A cambio, seguiría manteniendo mi casa, me ascenderían en el trabajo, mi familia se sentiría segura y orgullosa de mí, y Mery, desbragada en verano, y con un visón sobre su piel desnuda en el invierno, seguiría acudiendo los fines de semana a la casa del acantilado.



              Manuel Bellido Milla.

miércoles, 27 de noviembre de 2019

Puntos de partida: lo que soy y sé, la reescritura y la lectura




Puntos de partida: lo que soy y sé, la reescritura y la lectura

Podríamos considerarlo como un punto de partida. Comienza el curso y aparece como si fuera un inicio en el aprendizaje de las letras, si acaso como continuar en segundo de educación primaria con el afianzamiento de la lengua porque nuestros perfiles se han dibujado, en diferentes niveles, por la lectura y la escritura. Todos tenemos unos conocimientos previos que son otro punto de partida. Pero lo cierto es que aún teniendo bagaje en el conocimiento de las letras, el proceso para adquirir la competencia poética o narrativa es largo y personal si nos ponemos a ello con compromiso. Hay un pasado lector y escritor sin duda en cada uno de nosotros que como una alfombra en la entrada, sirve para limpiar los zapatos o cambiarlos por unas zapatillas cómodas según la familiaridad con la casa.

Así pues, se abre la puerta al curso 19/20 y debiendo acortar el texto y priorizar qué quiero decir y por dónde dirigiría mis pasos si fuera mi primera inmersión en el curso de letras, con personas ilusionadas y estimulantes, con medios que pueden soportar mis producciones literarias, plantearía la indisolubilidad de la lectura con el acto de escribir un poco mejor.

Hay dos escritores en nosotros. El que tiene la impronta de escribir lo llamativo y asombroso que sentimos o ideamos en un momento, y el otro escritor que relee y perfecciona lo ya escrito. Son dos habilidades que se unen para que el acto último de la devolución de lo escrito, sea pulido y abrillantado, mejorado.

El escritor poeta o narrativo, o ideativo, parte de la idea o/y de la emoción encontrado en el exterior (lectura de Maestros, hechos que observa –que ve o escucha o vive-) hacia un diálogo interior propio que le atormentan o le lleva a conclusiones que le empujan como una corriente motivacional a expresarse. Es el reto y la necesidad unidos. Es la fuente y fuerza de inspiración basada en la alerta del que desea aprehender algo potente para luego transmitirlo.  Ese destello intuitivo, se ha de reflejar por escrito en nuestro caso, se hace necesario retenerlo y fijarlo. No obstante, seguiría imperfecta la producción si no revisamos y reescribimos lo dicho por escrito. Aparece entonces el escritor crítico. Ese escritor que ha vampirizando los conocimientos, -conceptos, procedimientos y actitudes-, en otras fuentes literarias que lo van dotando de profesionalidad técnica, precisión en el lenguaje, y conocimiento literario en general. Es como si un escritor en esta segunda fase de la escritura se disociara de sí mismo, de aquel que escribió reteniendo la voz de un momento intenso, y se convirtiera en un lector objetivo y distanciado, un crítico literario de su propia obra.

Tanto en el escritor de la impronta intuitiva como el escritor crítico se diluye la lectura planificada como procedimiento para madurar la escritura.

No existirá el escritor crítico –y es adónde quiero llegar- si no nos hacemos buenos lectores.

En este sentido, el escritor en su doble vertiente, se beneficia de la lectura, no ya como entretenimiento, sino como lectura formativa, porque el autodidactismo lector se acomoda a las necesidades personalizadas del aprendiz. Una lectura se le puede desgranar en sus partes: estructura, acción, entorno y personajes; servir de modelo o contradecirla. Las posibilidades son amplias. Cada libro es en definitiva un maestro que nos confronta con nuestras concepciones literarias, estableciendo intersecciones, elementos comunes, disyunciones…favorecedoras siempre de nuestro desarrollo creativo como escritor o escritora.

¿Por dónde empezar? ¿Cuál es el punto de partida en este proceso de enseñanza aprendizaje de la literatura?  Sin duda, nos gustaría escribir como lo que leemos cuando disfrutamos de la lectura abalado por todos los que escriben y escribimos. Los maestros y maestras de nuestra escritura están en sus letras. Palabras, párrafos, enlaces, recursos…se encuentran en los libros.

Es por lo que resumo, que la acción en la lectura, es un punto de partida y de acompañamiento para toda la vida de un escritor o escritora, si se quiere engrandecer, mejorar, o ser más completos. De ahí que, haya que adquirir dos momentos metodológicos, uno de lectura rápida, de inmersión de disfrute entretenido y otra de inmersión formativa, pausada e intencionada, de cariz absorbente y desmenuzante, para aprehender con mente avizora, atenta y vigilante, imitativa o no, el legado generoso del trabajo de otros escritores.


          Josefina Núñez Montoya.

          Coordinadora del Club de Letras de las Reseñas bibliográficas.

domingo, 24 de noviembre de 2019

Danzas y Honestidad


DANZAS

Arco iris viviente esparces
la alegría de tus matices
en esta tierra que te abona
de abrazos y versos conversos.

Un requiebro dilucido,
una añoranza de la sangre
a la que dices, perteneces...

Un brillo aparece en tu mirada
por la sangre nueva, agradecida
que habita la morada presente.

Lo percibes, lo percibo incluso
en ausencia de tu risa niña
que resuena en mis oídos.

Carrusel tu gracia al moverte
me recuerda lo cerca que estuvimos,
que estamos, en todas las danzas
que nos precedieron.







HONESTIDAD

Vive la congruencia
en esa casa que tú
dices que ya no tienes...
Más allá de las paredes
que de piedra y barro
ladrillo y argamasa de los tiempos
que un día contuvieron
el calor de una familia,
en esa casa que hoy eres
la vida se reinventa de albricias,
honesta concepción del latido
al que perteneces.

A Carlos Ernesto García


              Maritxé Abad i Bueno











Noches mágicas



—Mis días eran corrientes y los compartía con mi entorno más cercano, pero mis noches eran especiales, y no porque tuviera una doble vida y por la noche me bebiera una botella de vodka para olvidar. Mis noches eran mágicas y especiales porque soñaba. Tenía un sueño recurrente que me hacía muy feliz.

El ritual nocturno, una vez que me retiraba al dormitorio, era siempre el mismo: leer un poco, tomar un ansiolítico y dormir-soñar o viceversa. Antes me daba igual el orden.

Me prefabriqué mi sueño, a conciencia pero también un poco a hurtadillas, como si de la colocación de un mobilhome en un terreno no urbanizable se tratara.

Yo era Venus, la de Botticelli: tipazo, melena rubia ondulada y con un velo que cubría parte de mi cuerpo; ya sé que iba casi desnuda, pero estaba justificado por motivos mitológicos. Al igual que esa Venus salía de su concha, yo salía de mi cama al ritmo de ópera con “Una furtiva lágrima”, cantada por Pavarotti. Quería tener un sueño liberador, pero con un toque intelectual.

Cada noche cambiaba el color del velo y, al ritmo de la romanza, corría o volaba por las calles. En definitiva, soñaba que era etérea, que era una diosa de amor y belleza.

Esa noche horrible, salí como todas del dormitorio para hacer mi viaje semiastral. No sé cuánto tiempo había transcurrido, cuando me pareció que alguien me perseguía. ¡Qué raro!, pensé, mi viaje siempre lo hacía en solitario. Ese alguien se acercaba cada vez más y más, y creo que gritaba. El que fuera me atrapó y…

—¿Y?

—Me puso estas esposas, señora jueza, y aquí me hallo ante usted denunciada por escándalo público, resistencia a la autoridad y por sobrepasar con la música los cincuenta decibelios.

—Bueno, Sra. Ramírez, ¿tiene algo más que alegar en su defensa?

—Pues sí, Sra. jueza. En mi defensa diré que sólo era un sueño, o eso me parecía a mí.  ¿Ud. se cree  que si yo hubiera sabido que salgo desnuda en la portada del Diario de Cádiz, no hubiese ido a la peluquería y  adelgazado al menos tres kilos? No resulta agradable ver una foto tuya, robada, donde el pecho toca el estómago, con los pelos encrespados y con las raíces sin tinte. Yo misma le hubiera facilitado una foto, pactada, para mi minuto de gloria. Y ya para rematar, en el pie de foto el reportero de turno comenta: “anciana de sesenta años, desnuda y corriendo de madrugada por nuestras calles”… es que no hay derecho, Sra. Jueza. ¿Anciana, una anciana con sesenta años? Ese comentario sí que es un delito y no mis noches mágicas.


          Yayo Gómez

viernes, 22 de noviembre de 2019

A Luis Rosales, poeta en el silencio




Hoy cuando el viento corre sin prisas
me llega la voz de un poeta
quizás como tantos otros olvidados
no así su maravillosa poesía
de dolor y verdad nacidas de su corazón.

Su recorrido por la vida
lleno de tragedia y contradicciones
fueron sepultadas por silencios
que llevaban a los ojos ajenos
culpabilidad y señalamientos.

Su poesía digna de reconocimientos
la sensibilidad preñaba sus versos
con el temblar de los recuerdos
los ojos cerrados para soñar
aquellos vacíos que todos tenemos.

Su andalucismo cumbre con el flamenco
“Esa angustia llamada Andalucía”
saca las entrañas como nadie
a esa voz primitiva, jonda
que los gitanos llevan en su sangre.

Un colorido barroco unida a la amistad
fueron el navegar de su velero huido
en un mar de complacencia religiosa
por encima de una razón impuesta
de la que nunca logró desatarse.


                Francisco Herrera López






Síntomas y causas


Imagen tomada de: https://www.istockphoto.com/es/ilustraciones

¾Buenos días doctor. ¾Le digo con aire preocupado.
¾¿Qué le pasa? ¾Me responde con cara de estar muy atareado.
¾Es mi estómago. Son unos dolores que me repinten una y otra vez.
¾¿Desde cuándo? ¾Muy serio.
¾Desde hace mucho tiempo, no sabría decirle: ya ni me acuerdo.¾Me quedo pensando.
¾Ya ¾asiente en posición docta¾. A ver, dígame donde le duele exactamente.
¾Es aquí en esta parte. ¾Le señalo la parte superior derecha de mi estómago bajo las costillas. Él, me mira sentado tras su escritorio y pone los dedos en el teclado.
¾Se va a tomar estos analgésicos dos al día, y si le sigue doliendo, duplique la dosis hasta acabar la caja. Y, no se preocupe, que a ese dolor lo vamos a meter en cintura como está mandado.
Escribe, me da la receta, y pone cara de haber concluido. Me levanto buscando sus ojos, y a cambio, me ofrece gestos afirmativos mirándome por encima de sus gafas.
Una vez en la calle, sigo pensando en el analgésico, y en el hecho, de que el doctor no se interesara por las causas, por el origen de mi dolor, y es entonces cuando no puedo evitar preguntarme: ¿Realmente es posible remediar algo atendiendo a la eliminación de los síntomas; únicamente?: de nuestro cuerpo, de los conflictos familiares, de las relaciones con nuestros vecinos, de los problemas de nuestra ciudad, del tipo de medidas para solucionar los conflictos de convivencia…
En la esquina de la calle me encuentro de sopetón con Pepe, que interrumpe mis elucubraciones. Nos saludamos con afecto y hablamos un rato de las noticias más calientes del día, de estos días, y entonces me asalta otra pregunta: ¿Dónde queda Cataluña?, ¿más cerca de las causas o más cerca de los síntomas?
Menos mal, que la pregunta me vino después de hablar con Pepe, que si no, se me hace tarde para preparar la comida.
              

            Manuel Bellido Milla.

jueves, 7 de noviembre de 2019

Los miedos


Los miedos

Los seres humanos ocultamos nuestros miedos en el bolsillo del corazón
las tinieblas que los llevan están ocultas a veces en la sonrisa
otras en la ofensa o la prepotencia
o en la mentira o el cinismo
o en la amabilidad o la paciencia.

Así los miedos son pequeños cristales
esparcidos por todo nuestro cuerpo
silenciosos, punzantes
nadie los ve
es como nuestra callada sombra
que cada paso que damos
siempre nos recuerdan que están ahí
para acortar nuestra libertad.

    
              Francisco Herrera López




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