Club de Letras UCA (Cádiz, Jerez de la Frontera y Algeciras)
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sábado, 25 de enero de 2020

A la luz de la lumbre.




Crepitaban los últimos rescoldos que disfrazados de pequeños grititos me impedían echarme en la alfombra del salón, como si con ello quisieran demostrarme algún sentimiento de dolor o de rabia, pues esa lumbre que ahora con su suave calor relajaba la casa, antes había sido toda una orgullosa hoguera de redondos y gruesos troncos, que en la tarde se había afanado el abuelo en cortar hacha en mano, junto a la valla, en la trasera del jardín.

-Hubiese sido un invierno más, a no ser por el desenlace que me esperaba-.

Aún no había anochecido cuando sonó el timbre de la puerta, me afané en llamar su atención pues hacía ya un buen rato que su butaca había dejado de balancearse. Ante la insistencia de la llamada, di un salto y me aferré a la panza que formaba el vuelo bajo de la cortina, por el mismo sitio donde recibía continuas regañinas, golpeé con fuerzas el cristal de la ventana, - era el doctor en su visita diaria-.

Escuché sus pasos como se alejaban e incluso, como cerraba la puerta del jardín, -es curioso que con la edad que dicen que tengo siga con este oído tan privilegiado-.

El abuelo no se inmutó, con su cabeza un poco daleada y las gafas más bajas de lo normal, sujetaba entre sus manos el libro releído que tanto le gustaba y que, a fuerza de escucharlo, -pues lo leía en voz alta, quizás huyendo de la soledad-, me proporcionaba el confort suficiente para echar mi siesta al calor de la lumbre, -lástima que yo solo sepa ronronear-.

Una vez que la casa quedó en silencio y el frío empezaba a inundar el salón, salté con sumo cuidado a su regazo, el libro sin embargo resbaló por su bata azul y cayó abierto en la alfombra. El abuelo no se inmutó; permanecimos así toda la noche, hasta que, al amanecer, un golpe seco desencajó la puerta principal. Corrí para meterme bajo el sillón y desde allí observé toda la temida escena. Cuando al cabo de unas horas todos se fueron llevándose al abuelo, comprendí que este también sería mi final.


            Ricardo Carpintero

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