Club de Letras UCA (Cádiz, Jerez de la Frontera y Algeciras)
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miércoles, 14 de abril de 2021

EL ESPEJO

 



Con el merengue a todo volumen en la radio, la pick-up caía, uno tras otro, en todos los baches ocultos por la alfombra de barro que cubría el castigado y tortuoso camino rural. Lo normal en la República Dominicana. Así que entre la música y los saltos ni el conductor ni yo escuchamos el camión que casi nos echa de la carretera al adelantarnos a toda velocidad. Además, nos arrojó una manta de agua sucia, que saliendo de un charco, primero entró por la ventanilla poniéndonos perdidos y después cubrió el parabrisas y nos dejó ciegos un instante que me pareció eterno, hasta que, en un acto reflejo, Sebastián accionó los limpias.

 

Inmediatamente recuperó el control del vehículo, que había derrapado unos metros. Sebastián le gritó un “¡abusador!”, que para un español acostumbrado a los verdaderos tacos sonó muy inocente como insulto entre camioneros. Pero ojo, entre los nacionales del país esta leve injuria puede dar paso -sin más preámbulos- a una buena reyerta a machetazos.

 

Sebastián era mi conductor para los viajes largos, asignado a nuestro proyecto principalmente en el mantenimiento de los coches, pero en la práctica “hombre para todo” que asumía muy distintas faenas. Para llegar a las comunidades cercanas a impartir mis talleres de ganadería, sanidad o higiene de los alimentos me manejaba mejor con una moto, más práctica en la veredas y carriles estrechos, pero ir a Monte Plata, la capital provincial, o a Santo Domingo a compras importantes, siempre contaba con este hombre para sortear el tráfico endiablado y las carreteras secundarias llenas de hoyos de esta bendita tierra.

 

⸺¡Coño con el camión! ¿es que no lo ha visto usted por el espejo? ⸺le pregunté, aún recuperándome del susto.

 

⸺Nunca miro yo esa vaina” ⸺me dijo ajustándose la gorra de béisbol sin alterarse⸺ desde una cosa que me pasó, hace varios años. Desde entonces, jamás miro el espejo.

 

Recorrimos unos kilómetros de barro y baches y como él no remataba la historia, me armé de valor y le pregunté, aunque mi compañero de viaje había dejado claro con su silencio que no quería hablar del tema.

 

⸺Una vez iba llevando en el camión un ataúd, desde donde murió el hombre hasta su pueblo, para que lo enterraran. Cuando llevaba un par de horas de viaje me alcanzó un carro y el tipo se me puso en paralelo gritando “¡Compadre, has botado al muerto!”. Ya sabe cómo son estas carreteras, aunque la caja iba bien amarrada se ve que con los baches se fue soltando hasta que se cayó por la portezuela de atrás y yo ni me enteré. Me di la vuelta y recorrí lo menos 4 o 5 kilómetros. Allí estaba mi cliente, rodeado de unos cuantos vecinos que habían llegado desde los conucos cercanos. La caja estaba rota y el hombre ⸺vestido de traje y con muy mala postura⸺ revoleado en la cuneta. Y le faltaba un zapato”.

 

Sebastián hizo un silencio mirándome la cara de asombro al imaginarme la escena y finalmente dijo, muy serio:

 

⸺El muerto murió dos veces.

 

Los dos nos reímos a carcajadas con la ocurrencia y él, ya relajado, me siguió contando con todo lujo de detalles que tuvo que meter el cadáver en lo que quedaba de la caja fúnebre, con la ayuda de algún valiente y escuchando las recriminaciones de los curiosos: “que si iba muy deprisa, que si esto trae mala suerte, que si pobre hombre, que si qué dirán sus familiares...” En el primer pueblo se paró en una funeraria (por aquí las hay por todas partes) y como no tenía dinero para otro ataúd le repararon el que llevaba con unos tablones mientras el muerto se quedaba en el camión, tapado con una lona, un buen rato. Y así salió del paso como pudo, aguantando el chaparrón cuando finalmente entregó el cuerpo con su féretro desencajado y echándole la culpa a los que enviaron el paquete.

 

⸺Ya… y entonces ¿lo del espejo?

 

⸺Ah, es que desde entonces se me aparece el tipo, que es muy rencoroso. Se me sienta ahí detrás, en la trasera de la pick-up o el asiento, en cualquier carro que yo maneje, y no me quita la vista del cogote.

 

Yo tardé unos segundos hasta que miré hacia atrás, espantado. Afortunadamente entre los trastos que llevábamos no estaba el muerto con los huesos y la cara desencajada, mirándonos a los dos con su enfado de ultratumba.

 

⸺No hombre, se rio él. Con la vista no se le ve, sólo aparece en el reflejo del espejo. Así que yo no lo miro, aunque sé que está ahí. A veces si voy solo hasta hablo con él, aunque nunca contesta, sigue resentido. Pero eso sí, yo el espejo, ni mirarlo.

 

Dos o tres meses me pasé yo sin mirar el espejo interior del coche, y todavía me da un poco de susto, la verdad. Una vez se me olvidó que llevaba a la perra en el asiento de atrás; en un vistazo involuntario la vi de refilón y creí durante un segundo interminable que el bueno de Sebastián me había transmitido el malfario.


                Agustín Fernández Reyes


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