Club de Letras UCA (Cádiz, Jerez de la Frontera y Algeciras)
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miércoles, 15 de octubre de 2025

La Recoleta, de Isabel Canales Martínez

 

“La Recoleta”

 

Llegué a Buenos Aires; iba a visitar a unos amigos que trabajaban en el teatro: Darío era dramaturgo y Stella, actriz. Me recogieron en el aeropuerto y, durante el camino, me explicaron: se ausentarían por dos días porque estaban terminando la temporada fuera de Buenos Aires. Llegamos al portal, subimos al piso, me enseñaron la casa, me asignaron una habitación, entregaron las llaves y se marcharon, no sin antes insistir: "Veas lo que veas, sigue tu ritmo como si nada pasara". Me quedaba sola en una casa desconocida, y cierta inseguridad. Salí a dar un paseo por la ciudad. Estaba en La Recoleta, un barrio precioso con parques, librerías y alguna cafetería con restauración. Al volver, llegué cansada, opté por relajarme en el jacuzzi; mientras estaba tumbada, me pareció ver una sombra negra. Asustada, me fui directamente a dormir. Dormí de forma intermitente. Por la mañana me dirigí a la cocina, donde había una bandeja preparada con vajilla y alimentos. Mientras elegía, volví a ver a la figura de negro, una mujer mayor con moño canoso. La inquietud aumentó. Desayuné en el comedor y, de nuevo, sentí su presencia. Terminé de desayunar, me preparé y salí hacia el puerto, a La Boca.

 

A media tarde, regresé al piso. Sonó el teléfono, pero no lo descolgué. Me fui a la habitación a consultar en los mapas mi recorrido. Oí ruidos en la casa. Quedé inmóvil en el sillón, mirando hacia la puerta, sintiendo que alguien estaba detrás, a punto de entrar. Sentí cómo el miedo se apoderaba de mí, cerré con pestillo y me encerré en la habitación a leer, hasta la mañana siguiente. Decidí tratar de ignorar cualquier situación estresante, pero la ansiedad seguía allí: taquicardia, sudoración, una sensación de desasosiego que no me abandonaba.

 

Durante el desayuno en la cocina, ocurrió lo mismo que el día anterior. Intenté no prestarle atención. Sonó el ascensor que daba al pasillo. Escuché a mis amigos, notaron mi nerviosismo, brevemente les informé, fuimos a la cocina; emitieron un nombre y la presencia apareció. La presencia, sin emitir sonido alguno, ayudó a los propietarios, retirando las maletas y se marchó. La presentaron como la mujer del conserje que trabajaba allí. Cogidos por los hombros entre risas, nos fuimos al salón a tomar un café.


Isabel Canales Martínez

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