“La Recoleta”
Llegué a Buenos Aires;
iba a visitar a unos amigos que trabajaban en el teatro: Darío era dramaturgo y
Stella, actriz. Me recogieron en el aeropuerto y, durante el camino, me
explicaron: se ausentarían por dos días porque estaban terminando la temporada
fuera de Buenos Aires. Llegamos al portal, subimos al piso, me enseñaron la
casa, me asignaron una habitación, entregaron las llaves y se marcharon, no sin
antes insistir: "Veas lo que veas, sigue tu ritmo como si nada
pasara". Me quedaba sola en una casa desconocida, y cierta inseguridad.
Salí a dar un paseo por la ciudad. Estaba en La Recoleta, un barrio precioso
con parques, librerías y alguna cafetería con restauración. Al volver, llegué
cansada, opté por relajarme en el jacuzzi; mientras estaba tumbada, me pareció
ver una sombra negra. Asustada, me fui directamente a dormir. Dormí de forma
intermitente. Por la mañana me dirigí a la cocina, donde había una bandeja
preparada con vajilla y alimentos. Mientras elegía, volví a ver a la figura de
negro, una mujer mayor con moño canoso. La inquietud aumentó. Desayuné en el
comedor y, de nuevo, sentí su presencia. Terminé de desayunar, me preparé y
salí hacia el puerto, a La Boca.
A media tarde, regresé al
piso. Sonó el teléfono, pero no lo descolgué. Me fui a la habitación a
consultar en los mapas mi recorrido. Oí ruidos en la casa. Quedé inmóvil en el
sillón, mirando hacia la puerta, sintiendo que alguien estaba detrás, a punto
de entrar. Sentí cómo el miedo se apoderaba de mí, cerré con pestillo y me
encerré en la habitación a leer, hasta la mañana siguiente. Decidí tratar de
ignorar cualquier situación estresante, pero la ansiedad seguía allí:
taquicardia, sudoración, una sensación de desasosiego que no me abandonaba.
Durante el desayuno en la
cocina, ocurrió lo mismo que el día anterior. Intenté no prestarle atención.
Sonó el ascensor que daba al pasillo. Escuché a mis amigos, notaron mi
nerviosismo, brevemente les informé, fuimos a la cocina; emitieron un nombre y
la presencia apareció. La presencia, sin emitir sonido alguno, ayudó a los
propietarios, retirando las maletas y se marchó. La presentaron como la mujer
del conserje que trabajaba allí. Cogidos por los hombros entre risas, nos
fuimos al salón a tomar un café.
Isabel Canales Martínez
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