41.- Malestar
Estoy
sorprendido por las interesantes preguntas que me han formulado y por las
sugerentes cuestiones que los lectores me han apuntado al hilo de las ideas
vertidas en el artículo sobre el bienestar. Como es natural, muchas de las
opiniones no coinciden con mis planteamientos, de la misma manera que las
experiencias en las que aquéllas se apoyan son diferentes e, incluso, opuestas
a las mías. No caeré en la pretensión -errónea e inútil- de defender con
argumentos una convicción basada, como ya indiqué, en mi experiencia personal
sólo válida para mí y para aquellos que la hayan vivido de manera análoga.
Aprovecho,
sin embargo, la oportunidad para aclarar algunas confusiones que en varios comentarios sobre los
obstáculos al bienestar se repiten en los mails
que he recibido. Hemos de reconocer, en primer lugar, que el malestar causado
por las enfermedades, por los dolores y por los sufrimientos -realidades
humanas estrechamente relacionadas entre sí- nos son manifestaciones
idénticas.
El
malestar generado por las enfermedades, que son afecciones comunes a todos los
seres vivientes -a las plantas, a los animales y a los humanos- son unos avisos
que, amenazadores, nos anuncian la muerte; son las advertencias que,
insistentes, nos recuerdan que somos débiles frente a la fuerza agresora de la
naturaleza, y son unos síntomas que, claramente, nos revelan que llevamos
encerrados en el interior de nuestras entrañas los enemigos de nuestra propia
supervivencia. Los dolores los padecemos todos y sólo los seres animados –no
las plantas- constituyen llamadas de atención de mal funcionamiento de las
piezas de nuestro complejo organismo; son las alertas que se encienden para
comunicar el fallo de algún órgano; son las señales que nos comunican que algún
mecanismo corporal está estropeado.
Los
sufrimientos, en el sentido estricto, son propiedades peculiares de los seres
humanos; son ambivalentes prerrogativas que nos distinguen de los demás
vivientes; son las resonancias negativas, los ecos profundos –racionales e
irracionales- de los dolores físicos, de las agresiones psicológicas o de los
ataques morales: los dolores atacan el cuerpo y los sufrimientos hieren el
alma. El sufrimiento es una operación de
la mente que interpreta el dolor y mide sus dimensiones; es una reacción de la
conciencia a los estímulos desagradables; es una respuesta humana en la que
interviene de manera directa la inteligencia, la imaginación y, sobre todo, la
emotividad. Pero el sufrimiento es, además, una de las vías más seguras y más directas
para penetrar en el fondo secreto de las realidades humanas, una clave segura
para conocer el sentido profundo de los sucesos. Baudelaire, con vigor,
entusiasmo y hondura, nos dice que la verdad reside en el sufrimiento, en el
dolor que es la nobleza más ilustre: la única aristocracia de este mundo, que
completa y humaniza turbadoramente la visión de las cosas.
José Antonio Hernández Guerrero
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