38.- Disfrutar
Disfrutar es una de las
aspiraciones universales más ansiadas y, al mismo, más difíciles de satisfacer.
Depende, en gran medida, de que las situaciones en las que nos encontremos sean
favorables y, sobre todo, de que nuestras propias disposiciones personales sean
las adecuadas. Por eso, en estos primeros días del verano os deseo que aprovechéis esas condiciones ambientales
que ayudan a lograr la felicidad como, por ejemplo, el ocio, la salud, el descanso,
la diversión, el paseo, la lectura, el juego y la paz.
De manera más o menos
consciente la aspiración al disfrute forma parte de todos los demás objetivos
personales o solidarios que nos proponemos. Es posible que los prejuicios
contra el disfrute sensorial y, sobre todo, contra el goce sensual estén
determinados por aquella interpretación errónea de la ascética cristiana
ampliamente predicada durante los tres últimos siglos –y mucho más en la Edad
Media- o, quizás, por una reacción generalizada ante la ubicua y agresiva
publicidad consumista actual, pero el hecho cierto es que, en algunos ambientes
–sobre todo religiosos-, existe una seria resistencia a valorar positivamente
el disfrute de los sentidos. Quizás por eso, cuando nos referimos a la sensibilidad,
solemos definirla como una facultad despojada de sus sustanciales dimensiones corporales.
A veces, cuando reflexionamos
sobre el bienestar humano, nos olvidamos de que las resonancias corporales son
esenciales e inevitables en los diferentes ámbitos estéticos e, incluso,
morales. No siempre caemos en la cuenta de que, por muy íntimo que sea el
disfrute y por muy espiritual que sea el goce, siempre están compuestos de un significante
material y de significado mental, de una forma corporal y de un fondo
conceptual, emotivo e imaginario: hasta las melodías más sublimes y los cuadros
más nobles están ejecutados con sonidos y con colores que impresionan nuestros
oídos y nuestra vista. Por eso, si pretendemos pasar lo mejor posible la vida,
a pesar de sus inevitables amarguras, deberíamos esforzarnos para educar
nuestros sentidos –todos los sentidos- con el fin de disfrutar más con las
cosas sintiéndolas, palpándolas, saboreándolas y degustándolas.
Hemos de partir del
supuesto de que la belleza y el bienestar residen, todavía más que en las cosas
y en los episodios, en nosotros mismos, en nuestra manera de contemplarlas y de
digerirlas. Permitidme –queridos amigos- que os haga una confidencia: los días
que salgo a la calle dispuesto a ver cosas bonitas, las encuentro por todos los
lados: incluso en algunas personas menos favorecidas descubro diversos detalles
que me hacen disfrutar. Cuando, por el contrario, me encuentro en esos días en
los que experimento cierto desánimo, tengo la impresión de que la bruma
difumina los perfiles de los transeúntes y se oscurece el horizonte del
paisaje: me parece que todo es un poco más feo, más triste y más desangelado.
Estas consideraciones
adquieren relevancia –como es sabido- cuando nos referimos, por ejemplo, a las manifestaciones
amorosas o a las expresiones estéticas. Tanto cuando amamos como cuando creamos
obras bellas, lo hacemos con el cuerpo y con el espíritu: con la vista, con el
oído, con el olfato, con el gusto y con el tacto, y, también, con la
imaginación, con la esperanza, con el temor y con el amor. ¡Que disfrutéis
amigos!
José Antonio Hernández Guerrero
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