La
soledad es la otra piel que nos abriga, que nos aísla cuando leemos. Gozamos
del privilegio de visualizar lo invisible, de participar de la realidad que
vive y evoluciona mientras se arrastra por las páginas de un libro, una
realidad que se inmortaliza con las imágenes que celosamente tachonan la
memoria, que afloran cuando pensamos, cuando reflexionamos o nos miramos a un
espejo, por ejemplo. Es curioso cómo surgen sin reclamación alguna. Van a su
aire, vuelan sin prisa. Sin pausa rodean la imagen reflejada en él, la que todo
el mundo puede ver desde fuera. Sin embargo, sólo nosotros podemos vernos desde
dentro. Es el silencio de esta mirada la que propicia la magia para acceder al
interior. Un libro puede ser ese espejo y un poemario la herramienta mágica que
facilita la transformación de la soledad en la circunstancia, en el momento para
disfrutar de esa piel que nos abriga. Este mes de enero nos regala este momento
lírico tan necesario y que en esta ocasión iluminan los poemas de Ramón Luque.
Si escribir es un acto
de amor, leer es captar y ser partícipe de ese amor compartido, el que impregna
los versos, ese amor que nos liga a tantas cosas aunque sea de forma pasajera,
ese amor que sentimos crecer en nuestra individualidad, que se nos revela
entero y nos salva la vida. Ramón Luque nos regala “La soledad del héroe”, la
del ser que nos habita, que vive, se rebela, grita, cae y se levanta desde el
silencio de las palabras escritas para ser leídas, no para ser escuchadas. El
ave fabulosa que ilustra la portada está quieta, con las alas plegadas y las
patas sobre una superficie plana, una clara alusión a la realidad, al vuelo de
la imaginación que retorna siempre. Nos lo muestra en el poema “Hubiera querido
ser”. Desde lo más grande -un dios- a lo insignificante, Ramón recurre a una
gradación particular y original que va debilitándose según se leen las estrofas
–hubiera querido ser un dios /el dios/ el más omnipotente que jamás haya
existido-, unas estrofas destinadas a la amada, a quien dedica sus sentimientos
más puros y bellos. El cierre del poema induce a pensar en el anonimato que lo
condena por no ser capaz de ver que los sueños inalcanzables están formados por
elementos que permiten la posibilidad del intento.
Los poemas muestran los
rincones del alma, donde se esconden los recuerdos, late el desamor, ondea la
desazón, llora la nostalgia, arde la pasión, todo lo que mueve, lo que hace
sentir al ser humano. A partir del mundo exterior, Ramón Luque boceta la
descripción de un elemento real, elige un momento concreto para guiarnos a su
interior, a la soledad donde se encuentran los sentimientos que muestra versificando.
La lectura de este poemario va dibujando las líneas que perfilan la silueta de
quien ha realizado un ejercicio de
introspección, una hazaña admirable que propicia y de la que participa
la soledad, el camino al propio conocimiento, el espejo que la transforma en
circunstancia, en esa piel que nos abriga y nos aísla cuando leemos.
Aprovechemos este frío
que se nos pega con retraso, que nos facilita la decisión a quedarnos en casa.
Mirémonos en este espejo.
Adelaida Bordés Benítez, 15 de enero de
2017
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