En la
actualidad escasean los líderes. En la política, abundan los eficientes
dirigentes; en la enseñanza, competentes profesores; en el periodismo, agudos
redactores; en los negocios, sagaces empresarios y, en la Iglesia, piadosos
sacerdotes, pero sin embargo, nos faltan esos seres humanos que, como por
ejemplo, Martin Luther King, Nelson Mandela, Vicente Ferrer, la Madre Teresa de
Calcuta o, en la actualidad, Francisco, sean capaces de devolvernos fundadas esperanzas
y de abrirnos nuevos horizontes a tantos ciudadanos pertenecientes a esta
sociedad desencantada y en ruinas.
¿Dónde
reside el fundamento de ese atractivo carismático de estos conciudadanos tan
diferentes en cualidades personales, tan distintos en ideologías políticas y
tan diversos en comportamientos profesionales? En mi opinión, el denominador
común reside en su decisión por “apostar” por los desheredados de la Tierra, por
la escoria del mundo, por los desahuciados, no sólo para consolarlos, sino
también para elevarlos social y culturalmente, para despertar en ellos la
fuerza de su dignidad como personas, para que defiendan sus derechos y para que
desarrollen su espíritu crítico.
Ésta
es la clave -a mi juicio- del atractivo generalizado que ellos despiertan y el
secreto de la revolución cultural, social y económica que ni los políticos, ni
los intelectuales, ni los economistas son capaces de efectuar. Hemos de
reconocer que estos comportamientos –verdaderamente humanos- definen unos
modelos teóricos y unas sendas prácticas totalmente opuestas a las que inspiran
las recetas de sacrificios y de recortes a los más débiles, y que estos ejemplos
dibujan unas “ideologías” que, apoyadas en los valores de la dignidad, de la
justicia, de la solidaridad y –digámoslo sin miedo- del amor, son incompatibles
con esa cizaña maligna tan extendida como la corrupción de políticos y de banqueros.
Aunque
es cierto que estas ideas y estas prácticas pueden generar serios temores a
algunos poderosos, también estoy convencido de que sólo de esta manera será
posible crear esperanzas en la mayoría de los ciudadanos y sacar a la sociedad
de ese peligroso y mortal anquilosamiento. Necesitamos, efectivamente, líderes
mundiales y locales que, viviendo humildemente los valores universales en
cualquiera de las profesiones, cargos u oficios, nos sirvan de referencias
vitales.
José Antonio Hernández Guerrero
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