Fotografía: www.deporcuna.com.
Tarde de septiembre. La Feria Real es un tenue aunque
cercano recuerdo, y ahora, caminamos bajo los torreones y contrafuertes de la
Casa de Piedra. Lo hacemos despacio, saboreando el entorno silencioso y los
aromas que preludian el otoño. El sol, pletórico, nos recibe con madura
fortaleza tras el recodo del camino antes de penetrar en la campiña por la antigua
senda polvorienta, y el horizonte se nos abre. Es natural, somos jóvenes y
además de los hatillos para la merienda, caminamos con todo el futuro por
delante.
De pronto apareces tú, sobresaliente titán entre
los olivos y nos brindas tu agradable sombra vespertina, a cambio, te ofrecemos
compañía y nuestras canciones reclinados sobre tu piel hosca y calcárea, pétrea
y sedimentada fruto de la fragua del tiempo y su paso lento e inexorable. Y conversamos
de nuestros proyectos entre el sosiego mudo de los olivos, de algún que otro
sueño y de nuestros estudios en aquellas ciudades con sabor inconfundible a
libertad: Sevilla, Madrid, Jaén, Granada, Cádiz... Y claro, inquietas las
miradas, buscamos el nacimiento de brotes amorosos con el mundo rendido a
nuestros pies en la tarde cómplice y dorada.
El sol declina. Retornamos al Paseo de Jesús.
Ahora, callamos al emprender la cuesta arriba. Cada paso nos acerca a nuestras
obligaciones en forma de análisis matemáticos, psicopedagogías, geometrías
descriptivas, derechos civiles, físicas cuánticas, resistencias de materiales,
botánicas...
En la Casetica
Amarilla llega la despedida. Lo hacemos sin prisa, poniendo a buen recaudo,
el recuerdo de la tarde vivida. Algunos, no hemos vuelto a ver el audaz y
obstinado desplante de tu presencia rocosa. Tu evocadora figura de arranque
bailón que hace justicia a tu nombre, poniendo en él, un acento de precisión en
honor al equilibrio de tu silueta de peñón: Peñón
Rebailaor.
Manuel Bellido Milla.
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