Imagen: Grito de Ignatius Farray,
¿Te
estriñe la vida?
He
caído en el atrevimiento de analizar el mal ambiente en las redes sociales: los
insultos, las descalificaciones, incluso las alegrías ante las desgracias
ajenas o los deseos de que éstas se produzcan. Todo un muestrario de
consecuencias, en definitiva, del odio al otro. Desafortunadamente, no he
tardado ni media hora en recopilar un buen catálogo de insultos, pero, pensándolo
bien, he decidido no mostrar nada de eso. Y no lo haré porque enseguida he
meditado sobre quienes ejercen esa “libertad de expresión”. Y me he preguntado,
más bien os pregunto, señoras y señores insultantes, qué es lo que os mueve a
tanta mala baba. Recuerdo una escena, hace ya muchos años, poco tiempo después
de la inauguración de la Ciudad de las Artes y de las Ciencias de Valencia.
Estaba en la cola para comprar las entradas, rodeado de paisaje futurista y de elementos
arquitectónicos muy avanzados. El interés del público fue tan grande que se
formaron colas para entrar y tardamos más minutos de lo previsto, nada que no
se pudiera superar con un poco de paciencia. Sin embargo, el señor que me
precedía, ofuscado, no paró de decir en todo momento que “aquellas colas eran
tercermundistas”. Ese es el detalle. La forma de percibir lo que nos rodea. Hace
poco leí el resultado de un experimento en el que enseñaban un acuario a un
grupo de occidentales por un lado y a un grupo de orientales por otro para
pedirles luego un análisis de lo que habían visto. Los occidentales coincidían
en analizar la jerarquía de los peces, cuáles eran los más fuertes y cuáles los
más débiles. Los orientales, en cambio, hacían un planteamiento del equilibrio más complejo en todo el acuario, incluyendo paisaje, flora, colorido, etc. Curioso eso de la mirada ¿verdad? He padecido bastante de la espalda, hace algunos años sobre todo, y
en los peores momentos siempre acudió a mi mente una pregunta: ¿Qué me habría
pasado con esa dolencia si yo hubiera nacido unos kilómetros más al sur, al
otro lado del estrecho? ¿Dónde estaría yo ahora? La mayoría de las veces no
caemos en la cuenta de dónde estamos, no reflexionamos sobre nuestro paisaje
social, político y cultural. Hay que exigir a nuestros representantes, sí. Y
hay que exigir que nuestras instituciones funcionen con honestidad y pensando
en la ciudadanía. También. Pero menospreciar nuestra democracia, echar por
tierra todo lo que hemos logrado, comparar lo nuestro, nuestras instituciones,
nuestro sistema sanitario, y tantas y tantas cosas de nuestra sociedad, con las
de otros países tercermundistas es tener una visión muy distorsionada de la
realidad. Con demasiada facilidad, cada día más, estamos llegando a
valoraciones despectivas y, lo que es más grave, a la descalificación y el
odio. Usamos los insultos más extremos con demasiada facilidad. Llamamos fascista
y otras lindezas a cualquiera que no coincida con nuestra ideología. Hoy por
una señal de tráfico mal colocada, mañana por un letrero en un ayuntamiento,
pasado por cualquier pamplina en un centro de salud, y el otro por una idea política
o nacionalista de un lado o del otro. ¿Qué nos está pasando? No me gustaría ser
pesimista, pero el proceso de aumento del odio y el manejo de las masas a
través del mismo fue magistralmente descrito por Manuel Chaves Nogales en
algunos de sus libros y relatos. ¿Estamos llegando a eso mismo? Espero que no. Y repito
la pregunta a los insultantes: ¿Qué es lo que os mueve a tanta mala baba? ¿Qué
os ha pasado en vuestra infancia para que vuestra vida esté tan llena de
acritud? ¿No hay nadie que os acaricie de vez en cuando? ¿No habéis descubierto
aún la poesía de una puesta de sol o el estremecimiento ante la belleza de una
flor? ¿Necesitáis acaso un buen abrazo? ¿Qué os falta para que vuestras
neuronas se ocupen en tanta inquina y no de solucionar los problemas por una
vía más constructiva, razonable y discreta? ¿Serán los alimentos? ¿Coméis suficiente
fruta? ¿Alimentos ricos en fibra? Quizá sea eso, el estreñimiento. O quizá sea
la vida, la vida misma la que se os atraganta, la que os estriñe. No os
extrañe.
Antonio Díaz González
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