Poemas,
3
Llorad,
oh Venus y Cupidos, todos
cuantos
tenéis un corazón sensible.
Ha
muerto el pajarito de mi amada.
Hacía
las delicias de mi amada,
que
lo quería más que a sus pupilas.
Era
como la miel, y estaba siempre
como
una niña con su propia madre:
no
se alejaba nunca de sus brazos,
sino
que, retozando acá y allá,
sólo
a su dueña sin cesar piaba.
Y
ahora va por caminos tenebrosos,
a
la región de donde nadie vuelve.
Malditas
seáis, negras tinieblas de Orco,
que
devoráis todas las cosas bellas.
¡Me
arrebatáis un pájaro tan tierno!
¡Ay,
qué desdicha, pobrecito pájaro!
Por
ti se inflaman y se ponen rojos
de
llanto los ojitos de mi amada.
Traducción de Esteban Torre
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