Esperanza
La carretera no quiere llegar a la cima, juguetea con
la montaña y el sol nos aprieta hasta morder la piel. Esta mañana paramos al desayuno,
desde entonces hemos visto muchos paisajes, jugando a ponerle nombre a las
personas al paso, imaginando los lugares más allá de las cumbres. —¿Sabías que
donde vamos la gente se pone desnuda al sol? —¿Para qué, mamá? —me ha dicho bajo
la sombra de una caja de galletas. —Para descansar y bañarse después —le digo. —Nosotras
también, ¿verdad? —¡Pues claro! —exclamo intentando olvidar que necesito una
parada para asearme. Nos bajamos hace un rato para el combustible y estirar las
piernas. Hasta refrescos tenían en la tienda: una camioneta bajo dos pinos. El
mar es inmenso visto desde aquí. Su aroma… Inspiro el regalo del viento, bálsamo
de mis pulmones, caricia sensual para mi piel. Ella imita mis movimientos y suspira
conmigo. —¿Dónde acaba el mar, mamá? Cada vez que pregunta algo, tengo la
sensación de que se guarda otras preguntas. Escucha, procesa mis respuestas y calla.
Paciencia
Hasta llegar a la playa hicimos un largo camino; eso
sucede, le explico, porque nuestro pueblo está muy lejos del mar. Me mira con los
ojos hambrientos de la niñez, asiente su pequeña cabecita y aprieta los labios.
Hoy se ha levantado con un anticipo de madurez.
¾¿Llegaremos
muy tarde?, estoy muy cansada—me dice al cabo del rato. —Lo mejor del viaje aún
queda por venir—le digo, y ella resopla como el fuelle del herrero. —Hoy nos
quedamos aquí, en este sitio tan bonito. Fíjate en todas las estrellas. —Son
muchas —me dice, y le propongo jugar a los nombres otra vez. —¿Ves aquella
pequeñita de allí? Se llama Polar, y señala nuestro camino. Al norte. —Se
calla, se acurruca en mi regazo y se queda dormida.
Eso me da una tregua. Al llegar me señalaron al hombre
con el que negociar el embarque de mañana. No podemos quedarnos en este sitio
una semana más. Solo necesito media hora. Menos mal que acabó la menstruación. He
vuelto después de una hora, cien euros menos y el billete asegurado. Ella sigue
dormida, con su cuaderno de dibujos en la mano. Nunca sabrá nada.
Alegría
¾¿Quién
mueve las olas? —restregándose los ojos con un bizcocho en la mano. Ha sido su
primera pregunta a punto de embarcar. Después le explico que debe comérselo
todo para no marearse, ver los delfines tejer arcos en el aire y reír sobre las
olas, observar el paso de los barcos de vela. —Quiero ser pintora del mar —me interrumpe.
Abstraída en las espumas y el silencio de los demás viajeros. —Podrás ser lo
que tú quieras —le digo. Se abraza a mí con fuerza y me da un beso. —Te quiero,
mamá. Los delfines pasan y ella los dibuja en el aire con su dedo.
Expectación
¾¿Ves?,
ya estamos llegando —le digo. El barco comienza a dar bandazos sobre las olas,
cerca de la orilla. Hay personas en la playa. —Mira, mamá, desnudas, como tú
decías. No le contesto. Estoy concentrada en el momento de dar el salto. Hay
gente buena que nos alarga su mano al salir. Otros nos empujan codeando, el agua
me llega a la cintura, intento no tropezar, resistir el empuje de las olas, salvar
nuestro escaso equipaje con una mano. La otra para ella, agarrada a mi cuello. En
la arena hay personas con chalecos rojos. Se acercan, nos abren sus manos y nos
cubren con mantas. También los desnudos nos ofrecen agua y otras cosas. Sus
caras agradables hablan de ternura, sus ojos no consiguen esconder la
compasión. El aire es limpio, la arena blanca, la hoguera de mi piel, las dos
fundidas en un abrazo. Temeroso.
Incertidumbre
¾¿Ya
hemos llegado, mamá? —Sí, hija mía. Ahora empieza todo. Este es el lugar donde
habita la estrella del norte. Sus ojos se encienden, sus hombros diminutos se
relajan en mucho tiempo. Alguien nos abraza. Más tarde me entero que es una
mujer policía, una guardia civil. —¿También puedo ser policía como esa
señora? —¡Claro! —le dice ella en
perfecto francés. Nos ha traído ropa seca, compresas, agua, comida y una
sonrisa envuelta en un futuro de esperanza.
¾¿Cuándo
vendrán los abuelos, mamá? —la ausencia de respuesta baña mis ojos y añade un
vacío a mi mente. Un vacío imposible de llenar.
Manuel Bellido Milla.
1 comentario:
Magnifico , sensible y realista relato Manuel,
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