Creo
que se llamaba Rosa o Julia, o quizás ni se presentó. No recuerdo. Qué más da.
Lo cierto es que la conocí una mañana fría de febrero. Cruzamos las miradas
justo cuando nuestros dedos índices coincidieron presionando el botón “subir”
del ascensor. Ya dentro, el desdichado espejo descubrió a dos mujeres muy
diferentes. Yo la estresada ama de casa que venía de dejar los niños en el
colegio, con aspecto descuidado y mirada triste. Ella parecía una mujer con
clase, con estilo y glamour. Parecía más feliz que yo. Cuando pulsé el quinto
piso y ella el ático, supuse que sería una mujer triunfadora y con dinero. Me atreví a romper
el hielo y le dije: Hola, me llamo Pilar y creo que soy su vecina del quinto,
¿es nueva en este edificio?
Ella,
con una mirada libidinosa, se abalanzó sobre mí y con premura pulsó el botón
“stop”. Tuve la sensación de que me desnudaba con la mente y por primera vez en
mi vida sentí una atracción inédita e intensa por otra mujer. Desprendía un
cierto tufo a marihuana, con trasfondo de perfume caro y un toque de sudor
fresco, pero trasnochado. Creo que iba colocada, pero hacía tiempo que nadie me
miraba con esa lascivia y me dejé llevar.
No
me dio tiempo casi a reaccionar cuando su lengua zigzagueante se apresuró a
penetrar en mi boca, a la vez que con su mano dibujó un corazón en mi espalda.
Torpe y novata, en esos momentos tan
lujuriosos, me dio por pensar a qué me sonaba lo del dibujito de marras.
¿Dónde lo habré escuchado? Ella seguía en plena acción. No es su primera vez,
pensé. Su técnica y desparpajo casi llegaban a abrumarme. Pero yo a lo mío, ¿dónde?, ¿dónde?… ah, ya,
Sabina y su “nos dieron las diez”… Cuando volví de mi elucubración musical, la
vecina intentaba abrirme la cremallera del anorak para bucear entre mis pechos y
mi sexo, entonces recordé que con
las prisas y con el frío, me había dejado puesto el pijama lleno de bolitas que
debía haber tirado hacía dos años y que desprendía un olor mezcla de colacao y tostadas con margarina. Mi
bochorno y estupor dio paso a unas risas compartidas y desternillantes, que
arruinaron nuestro fortuito encuentro. Prometimos quedar para otro día.
Yayo
Gómez
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