Club de Letras UCA (Cádiz, Jerez de la Frontera y Algeciras)
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martes, 2 de marzo de 2021

El pijama inoportuno


Creo que se llamaba Rosa o Julia, o quizás ni se presentó. No recuerdo. Qué más da. Lo cierto es que la conocí una mañana fría de febrero. Cruzamos las miradas justo cuando nuestros dedos índices coincidieron presionando el botón “subir” del ascensor. Ya dentro, el desdichado espejo descubrió a dos mujeres muy diferentes. Yo la estresada ama de casa que venía de dejar los niños en el colegio, con aspecto descuidado y mirada triste. Ella parecía una mujer con clase, con estilo y glamour. Parecía más feliz que yo. Cuando pulsé el quinto piso y ella el ático, supuse que sería una mujer  triunfadora y con dinero. Me atreví a romper el hielo y le dije: Hola, me llamo Pilar y creo que soy su vecina del quinto, ¿es nueva en este edificio?

Ella, con una mirada libidinosa, se abalanzó sobre mí y con premura pulsó el botón “stop”. Tuve la sensación de que me desnudaba con la mente y por primera vez en mi vida sentí una atracción inédita e intensa por otra mujer. Desprendía un cierto tufo a marihuana, con trasfondo de perfume caro y un toque de sudor fresco, pero trasnochado. Creo que iba colocada, pero hacía tiempo que nadie me miraba con esa lascivia y me dejé llevar.

No me dio tiempo casi a reaccionar cuando su lengua zigzagueante se apresuró a penetrar en mi boca, a la vez que con su mano dibujó un corazón en mi espalda. Torpe y novata, en esos momentos tan  lujuriosos, me dio por pensar a qué me sonaba lo del dibujito de marras. ¿Dónde lo habré escuchado? Ella seguía en plena acción. No es su primera vez, pensé. Su técnica y desparpajo casi llegaban a abrumarme.  Pero yo a lo mío, ¿dónde?, ¿dónde?… ah, ya, Sabina y su “nos dieron las diez”… Cuando volví de mi elucubración musical, la vecina intentaba abrirme la cremallera del anorak para bucear entre  mis pechos y  mi sexo,  entonces recordé que con las prisas y con el frío, me había dejado puesto el pijama lleno de bolitas que debía haber tirado hacía dos años y que desprendía un olor mezcla de colacao y tostadas con margarina. Mi bochorno y estupor dio paso a unas risas compartidas y desternillantes, que arruinaron nuestro fortuito encuentro. Prometimos quedar para otro día.


                Yayo Gómez

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