La moda era diseñada por nombres impronunciables y
vivía en las revistas, sin que fuera un obstáculo para dejar de imaginar.
El mercurio empieza a subir. Lo hace
despacio, desafiando la fiereza de los temporales por la próxima estación,
dando olor a la humedad mientras la seca. Todo vuelve, el calendario es el
primero en indicarlo. Sin embargo, es en la moda donde más se aprecia por la
obra y la gracia del clima. Si no, demos un paseo a lomos del ratón,
detengámonos en un enlace cualquiera alusivo al tema y comprobaremos, por
ejemplo, la promoción de los pantalones de campana aún sin exagerar, las
sandalias destalonadas en piel similares a las de casa, las de goma de toda la
vida, chaquetas algo más largas, blusas bordadas y vestidos vaporosos con las
mangas de jamón. Son tendencia, no hay franquicia sin ellos, envolviendo a
modelos jóvenes cuya delgadez intenta disimularse con la caída del tejido y el
abullonado.
Se publicitan para la mujer de hoy con un cuerpo muy parecido
al de las preadolescentes de los setenta, decenio en que estos vestidos y estas
mangas sin exagerar fueron los reyes del armario. La diferencia está en el
estampado, tan pequeño que parecía moverse al son de los brazos dentro de
aquella holgura hecha de pliegues locos. Rosas de pitiminí sobre hojas verdes,
cuadros de vichí unidos con nido de abeja y dobladillos bordados con punta de
ojal colgaban de una percha sólo alcanzable con los ojos. Entonces la estética
sonaba a operación quirúrgica y la delgadez era sinónimo de enfermedad. Las
chicas de entonces soñábamos con las novelas de los cinco y el momento de
subirnos a los tacones, lo demás no iba más lejos del colegio, las notas y los
muñecos en la habitación, cumpliendo la condena al asiento perpetuo en sus
nalgas de plástico, vigilando nuestro crecimiento desde la repisa. La moda era
diseñada por nombres impronunciables y vivía en las revistas, sin que fuera un
obstáculo para dejar de imaginar.
Las creaciones de entonces han ido volviendo tras completar
un ciclo. Lo vemos en los pantalones de campana citados al comienzo.
Aparecieron con los hippies y se fueron estrechando hasta pegarse a las piernas
como el dedo de un guante, para luego ir ensanchándose de nuevo y comenzar el
ciclo en un escaparate, desmayados con cuidadoso desorden sobre las rayas de
ambas patas, ilusionando.
Vivimos observando y en la moda se descubre la unión entre la
amenidad y su propia historia, con minúscula, porque no forma parte de un
nombre propio, según la Fundéu. Es, por tanto, un mundo que va más allá del
diseño, el color y la evolución de las prendas de vestir.
Ánimo. Va quedando menos.
Adelaida Bordés Benítez
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