No existe vínculo más
estrecho entre lectora y escritora que el común encuentro en los lugares
literarios ya vividos. Como Adelaida, también he paseado por el mirador de la
azotea entre pretiles soleados y humildes azucenas abiertas al estío, como hija
pródiga he retornado al brocal del pozo al encuentro con el agua madre envuelta
en sus gasas blancas de lunas de verano y he contemplado el paso largo del
viento salado sobre la marisma, sintiendo como mío la sacudida sobre la piel de
su murmullo en su afán de confidentes hablillas.
En una época en la que la
vorágine de los acontecimientos nos puede llegar a dejar casi sin respiración,
a veces tenemos la suerte de encontrarnos con alguien que posee el don de parar
el tiempo. Tomando la metáfora de un espejo desvencijado que, acostado en un
lateral de la calle, va reflejando el trasiego de las personas que caminan
indiferentes por su lado hasta que alguien repara en él, Adelaida Bordés, a
través de sus “Hablillas”, nos sugiere detenernos y nos dirige la mirada hacia
ese objeto desechado que pasa desapercibido porque no podemos permitirnos
romper nuestra realidad para contemplarnos un momento a nosotros mismos.
La vida se va componiendo
de un conjunto de fragmentos que tendemos a identificar con la excepcionalidad,
pero realmente es la cotidianidad la que cohesiona y moldea nuestra forma de
entender y de sentir el mundo. Así, desde su atalaya isleña, nuestra autora nos
muestra una colección de pequeños instantes que, desde su aparente sencillez,
nos pueden elevar a reflexiones trascendentales. Y muchas de ellas tienen que
ver con cómo la cultura se infiltra en nuestro ADN; una concatenación invisible
a nuestros ojos pero que nos define como ser. De ahí que en sus artículos
desborde su pasión por la literatura y las palabras las cuales, como
instintivas pinceladas impresionistas, nos consiguen transportar a la
plasticidad de momentos tan íntimos como el reencuentro con la portada de un
libro, el fogonazo con el que la lectura despierta el impulso a tomar la pluma
y escribir y, en definitiva, cómo el viaje de la voz impresa nos hace
conectar con la viveza del presente.
Aurora Romero Montalbán
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