Lunes
La
noche se repite. El joven palpa las llaves en el bolsillo del interior de la
cazadora. Fue un flash rápido: el olor a ron con ginebra y el humo llegaría al
dormitorio de sus padres. Pero está incapacitado como para realizar otra tarea
que no sea introducir la llave en la cerradura. Después de varios intentos se
felicita como si hubiera abierto una caja fuerte. El padre al oírlo, se
visualiza con las muelas apretadas, cogiendo a su hijo por el hombro,
empujándolo por el pasillo. Tambaleos y monosílabos de borracho hasta sentarlo
en una de las sillas del comedor; verterle whisky por la boca como si fuera un
detergente líquido, pero sin suavizante. Fue la primera intención. Pensó que
vomitaría como lo había visto en algunas películas. Vomitaría la insensatez. Su
mujer, que nota que su marido se va a levantar, lo coge del brazo. Mañana hablas con él, le dice mientras
le busca la mano debajo de los pliegues de la sábana. Están atentos a los
ruidos que traspasan los tabiques, que imantan golpes metálicos del pasado de
otro hijo.
-Hay que cambiar de táctica, le replica el
padre.
El
joven sigue el pasillo. Se saca una manga de la cazadora. Pierde el equilibrio
y desplaza la fotografía de su hermano de la pared. Cierra la puerta y siente
la instantánea del aire seguro. El pantalón se resiste. Se ayuda con la
alternancia de las piernas como cuando era pequeño, dejándolo arrugado en el
suelo. La cama recibe su cuerpo de un golpe. Bocabajo. Durante unos minutos el
joven siente la pesadez de los muslos, el esfuerzo al inhalar aire, el descanso
del rostro ladeado y el hilillo de saliva que se desliza por la comisura de la
boca hasta la anestesia general.
…
El
martes anterior, la madre había ido a la cita tutorial con paso ligero y con el
estómago contraído.
-Disculpe
la tardanza –se excusó la tutora
mientras ponía una carpeta encima de la mesa. La abrió por el señalador
fluorescente.
La
clase vacía condensa el sudor ajetreado de los jóvenes. Se observa en la
pizarra digital un esquema de palabras en mayúsculas: complejidad,
intertextualidad, exageración… A la profesora le hace falta peinarse.
Amablemente le habló de las posibilidades artísticas de su hijo y del sentido
del humor que a veces asomaba. Esa última apreciación le asombró. Desde el
accidente de su hermano, tiene hundido el pecho y contesta con monosílabos.
Escapismo, es otra palabra que lee en la pizarra.
…
El lunes ordena la semana,
se dijo la madre que se levantó activa. Quiere componer la ilusión de la
normalización. Su marido desayuna en el
puerto con los compañeros de trabajo y les preguntará por sus hijos
adolescentes. Pero sus comentarios no lo dejarán calmado. Sólo habrá escuchado
otras historias de hijos e hijas que infringen los horarios, que no colaboran
en las tareas de casa, que ruedan por la ciudad sin casco. Su hijo ha pagado para tener un interrogante
tatuado en la nuca y él no lo sabe, ni su madre tampoco. A estas horas su madre prepara un bocadillo y
el café para su hijo. Llegará tarde al trabajo, llegará tarde al instituto.
Entra en la habitación, sube la persiana, y él responde con un grito exagerado
tirándole el estuche de la férula. No
puede ser que otro día faltes a clase, le reprende la madre que se siente
blanda y acobardada. Cómo referirle además que la habitación apesta a tabaco y que
su otro hijo vuelve implacable al territorio acotado por el escapismo y la
hipérbole, y ella vuelve a doblarse por la cintura sin aliento, quebrada, otra
vez quieta.
Josefina Núñez Montoya
24/04/2022
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