Club de Letras UCA (Cádiz, Jerez de la Frontera y Algeciras)
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domingo, 29 de mayo de 2022

Lunes. Homenaje a Adelaida Bordés, Centro de Congresos de San Fernando, 12-5-2022

 

Lunes


 

La noche se repite. El joven palpa las llaves en el bolsillo del interior de la cazadora. Fue un flash rápido: el olor a ron con ginebra y el humo llegaría al dormitorio de sus padres. Pero está incapacitado como para realizar otra tarea que no sea introducir la llave en la cerradura. Después de varios intentos se felicita como si hubiera abierto una caja fuerte. El padre al oírlo, se visualiza con las muelas apretadas, cogiendo a su hijo por el hombro, empujándolo por el pasillo. Tambaleos y monosílabos de borracho hasta sentarlo en una de las sillas del comedor; verterle whisky por la boca como si fuera un detergente líquido, pero sin suavizante. Fue la primera intención. Pensó que vomitaría como lo había visto en algunas películas. Vomitaría la insensatez. Su mujer, que nota que su marido se va a levantar, lo coge del brazo. Mañana hablas con él, le dice mientras le busca la mano debajo de los pliegues de la sábana. Están atentos a los ruidos que traspasan los tabiques, que imantan golpes metálicos del pasado de otro hijo.

 -Hay que cambiar de táctica, le replica el padre.

El joven sigue el pasillo. Se saca una manga de la cazadora. Pierde el equilibrio y desplaza la fotografía de su hermano de la pared. Cierra la puerta y siente la instantánea del aire seguro. El pantalón se resiste. Se ayuda con la alternancia de las piernas como cuando era pequeño, dejándolo arrugado en el suelo. La cama recibe su cuerpo de un golpe. Bocabajo. Durante unos minutos el joven siente la pesadez de los muslos, el esfuerzo al inhalar aire, el descanso del rostro ladeado y el hilillo de saliva que se desliza por la comisura de la boca hasta la anestesia general.

 

 

El martes anterior, la madre había ido a la cita tutorial con paso ligero y con el estómago contraído.

-Disculpe la tardanza  –se excusó la tutora mientras ponía una carpeta encima de la mesa. La abrió por el señalador fluorescente.

La clase vacía condensa el sudor ajetreado de los jóvenes. Se observa en la pizarra digital un esquema de palabras en mayúsculas: complejidad, intertextualidad, exageración… A la profesora le hace falta peinarse. Amablemente le habló de las posibilidades artísticas de su hijo y del sentido del humor que a veces asomaba. Esa última apreciación le asombró. Desde el accidente de su hermano, tiene hundido el pecho y contesta con monosílabos. Escapismo, es otra palabra que lee en la pizarra.

El lunes ordena la semana, se dijo la madre que se levantó activa. Quiere componer la ilusión de la normalización.  Su marido desayuna en el puerto con los compañeros de trabajo y les preguntará por sus hijos adolescentes. Pero sus comentarios no lo dejarán calmado. Sólo habrá escuchado otras historias de hijos e hijas que infringen los horarios, que no colaboran en las tareas de casa, que ruedan por la ciudad sin casco.  Su hijo ha pagado para tener un interrogante tatuado en la nuca y él no lo sabe, ni su madre tampoco.  A estas horas su madre prepara un bocadillo y el café para su hijo. Llegará tarde al trabajo, llegará tarde al instituto. Entra en la habitación, sube la persiana, y él responde con un grito exagerado tirándole el estuche de la férula. No puede ser que otro día faltes a clase, le reprende la madre que se siente blanda y acobardada. Cómo referirle además que la habitación apesta a tabaco y que su otro hijo vuelve implacable al territorio acotado por el escapismo y la hipérbole, y ella vuelve a doblarse por la cintura sin aliento, quebrada, otra vez quieta.



             Josefina Núñez Montoya

             24/04/2022

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