CARTA YERMA
A UN ROSAL
Su piano se apagó en un silencio de estrellas. Su ausencia te
mira en cada pensamiento. Y el olvido: imposible. Unos rayos de agosto se
perdieron en las sombras del patio y los rosales. Rosales de sabor amargo en la
tarde muerta, rosales que se ahogan en un cara al sol de sangre como sus bodas.
Rosales de ternura, de evocaciones en Central Park. Rosales de ideas, de
muerte, rosales comunes de un lugar maldito, rosales malditos de un lugar
común; rosales de peso y castigo por vivir su recuerdo. Rosales infinitos entre
rojos y azules. Rosales imposibles, rosales como herencias. Los rosales de Caín.
Estúpidos rosales como el eco de una voz hueca que huye entre rebotes.
Nadie impedirá el llanto de una madre, el miedo de una hermana,
la impotencia de un padre. Los tuyos. Títere de cachiporra, de la tragedia sin
título, que naciera en la comedia de un teatro para salvar a la mentira de sí
misma. Y el público, coral adepto a una frustración de amor y muerte, como el
maleficio de la mariposa. Vivirás para acordarte y sentir su perdón en cada
estrella, vivirás la amargura de tu impotencia y rendirás cuentas al amanecer
de agosto que él no vivió. Porque Rosales eres tú, cautivo y desarmado en su
recuerdo, tu único consuelo entre locuras y esperas.
Soñaremos un día de sol sin melodías a coro, sin saetas al
pecho, sin yugos de esclavos, sin pistolas al cinto. Sin amarguras. Sin hoces
ni martillos para despeñar la esperanza por el tajo de Ronda, sin fuegos de
plomo en la vega de Granada. Sin cunetas: los lugares comunes de todos los
bandos. Sin ausencias de miedo, sin la piel yerma de Bernarda y su casa. Así
pasen cinco y cinco mil años de teatro imposible. Esperaremos confiados la
llegada del alba.
Manuel Bellido Milla
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