Club de Letras UCA (Cádiz, Jerez de la Frontera y Algeciras)
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sábado, 28 de mayo de 2022

LA DESPEDIDA. Homenaje a Adelaida Bordés, Centro de Congresos de San Fernando, 12-5-2022

 

LA DESPEDIDA

 

La alta funcionaria se sentó unos minutos en su despacho, ante su mesa de trabajo. Se tomó un pequeño descanso en la recogida de sus objetos personales: fotos, cartas privadas, algún libro dedicado… en realidad pocas cosas para tantos años de servicio. Pasó la vista brevemente por la decoración de las paredes, echó un vistazo a las estanterías y finalmente revisó de nuevo los cajones. Lo dejaba todo en orden.

Miró la pantalla de su móvil, en silencio desde hacía varias horas. Veintitantas llamadas pérdidas y decenas de mensajes sin leer. No recordaba desde cuándo no le daba un descanso como ése a sus comunicaciones.

Llamaron a la puerta cerrada, sacándola de sus reflexiones. No contestó. Una nueva llamada e inmediatamente después, y sin esperar respuesta, se asomó su secretaria.

-         10 minutos, señora.

-         Gracias Teresa.

 

10 minutos para despedirse de todo. Ya habrá tiempo para la melancolía. Ése era el sentimiento aplazado: melancolía. Ni siquiera sorpresa, porque en este puesto ya sabes lo que hay, por muy bueno que seas- Y tenía bien claro cómo eran ellos, cómo se comportaban, cómo hoy te adulaban y mañana no te devolvían el saludo, y cómo te criticaban a tus espaldas y qué cosas –verdades y mentiras- decían de tí. Lo sabía perfectamente, porque ese era su trabajo: saberlo todo.

 

Movió el ratón para activar de nuevo el ordenador. Se encendió la cámara de infrarrojos y ella miró fijamente a la lente, que con un destello escaneó su iris. Sólo entonces la máquina abrió una ventana para escribir una clave y le mostró su escritorio, confiada. Miró su reloj y a continuación eligió cuidadosamente una serie de archivos.

 

Salió por fin al pasillo con su maletín y le pidió a Teresa que recogiera la caja de cartón con sus cosas y un par de carpetas con papeles sin importancia que le traían buenos recuerdos y pasarían la revisión de seguridad sin problemas.

 

En el breve recorrido hasta el ascensor estrechó algunas manos y recibió palabras de despedida, algunas cariñosas y otras ya distantes porque aquí nunca se sabe quién está mirando.

 

Llegó hasta el control, dejó en depósito su móvil -que fue cuidadosamente introducido en una bolsa- y aguantó en silencio el paso por el escáner, la humillación del registro concienzudo de sus enseres y finalmente el educado cacheo del policía militar, que previamente se disculpó con vergüenza.

 

Era una profesional, y a pesar de eso, casi se le escapa una sonrisa maliciosa al despedirse del agente con un “no se preocupe, cumple Ud. con su obligación” y notarse bajo la lengua la microtarjeta cargada de datos.

 

 

     Agustín Fernández Reyes

 

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