¿De cuál de las lecturas de aquel niño inocente,
escapaste esta noche a perturbar mi sueño?
¿En qué pasaje extraño del libro más oscuro
esperó agazapado este tigre de sombras
que a mi alma se asoma y la noche convoca?
Si pudiera mirarle sin perder el sentido
y al clamor de mil voces desafiarle en un duelo,
me armaría de valor y haría frente a la bestia.
Dominaría el instante que las dudas escombran,
y que moja mis manos y me seca la boca.
Huelo ese aliento infesto que susurra al oído
del dictador absurdo. Un murmullo de espectros
que esconden los harapos de la astrosa señora,
que el juicio de los siglos condenó a las tinieblas
y a vagar por la tierra hasta el final del mundo.
Veo como caen los templos de cúpulas doradas
y arden los hospitales con un dolor de muertos,
bibliotecas, hospicios y la casa paterna. Orden, trama,
equilibrio,
todo desaparece en una espesa niebla
de un confuso aquelarre que no tiene principio
¿Cómo
puede un hermano golpear a un hermano?
¿Cómo puede ese infame, sin perder la
razón,
mancillar la memoria de la tierra
materna?
¡Baila, insensato, baila!
¡Baila al son de la música que te
marca la bestia!
¡Conocerás con tu danza el infierno en
la tierra!
Va de nuevo la muerte en su
caballería,
hollando los caminos de la vieja
Europa, derramando los odres
y segando los campos en la rubia
eslavia.
Atestando de niños insendos vagones y
vaciando almas,
y quebrando cuerpos y calando yugos.
Pido todas las vísperas, a los dioses
más justos,
a aquellos que velaron las armas de
los héroes,
que sean luz en la noche y esperanza
en el alba,
amparo en el anciano que no empuña la
espada,
y sostén en el brazo que levanta el escudo.
Juan Manuel Díaz González
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