ANATOMÍA
DE UN MINUTO
Este instante en un universo de pared, y
el contorno de un minuto rodeando el marco con tus fotos. Cinco improntas de ti
expuestas igual que su número en un dado. La imagen del centro es un cuadro
menor que a su vez enmarca cinco fotos tuyas a otra escala que, dispuestas con
la misma geometría, que plantea un jeroglífico de inconsciente matemático.
En total, nueve estampas tuyas por las que
me paseo entretenida en contar tus blancos y tus negros, tus luces y tus
sombras en papel. El plano general es intensamente oscuro por la fuerza vital
de tanta ausencia y por el paso de los años. Te salvo del reflejo artificial de
la luz sobre el cristal, y te vislumbro mejor, más nítido y presente. Aquí con
nuestro perro, junto a la verja de parque; allá con tu traje de trabajo, en la
otra esquina, me llevas en brazos, y en el extremo opuesto, medio oculta tras
la lámpara del rincón que se entromete, tu silueta larga recortada en vertical,
desquitada de otra gente. Cuatro son la impronta de tu rostro con los cambios
naturales de las décadas. Primeros planos de pasaporte, desde el sepia hasta el
casi blanco, fundidos de luz, de ocre y de tiempo. La del centro parece un
cameo del hombre que no fui, mucho antes de que yo llegase al mundo; mi yo joven
camuflado en tu propia juventud, disfrazada mi identidad de la tuya, o la tuya
de la mía, con mis blancos y mis negros; genética insalvable bajo la gorra de
alférez de otro siglo y en una moto vintage de los cuarenta. “Cómo te pareces a
tu padre”. Recuerdo la voz de mamá, colofón del embrujo del momento y fin de
este minuto de escritura.
María Calandria
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