Club de Letras UCA (Cádiz, Jerez de la Frontera y Algeciras)
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viernes, 3 de julio de 2015

El Séneca de José María Pemán o cómo leer en español “a la manera de Séneca” (I)



Aquella tarde de verano ante el teatrillo de marionetas, nos divertíamos con las historietas de los “cristobalitos”. Sentado junto a nosotros, un señor mayor reía al mirar nuestras risas de niños. Era José María Pemán.


Refiere María Zambrano en el prólogo de su obra El pensamiento vivo de Séneca, que «hay nombres, permanentes, clásicos, que son como la constante que mantiene la continuidad de una cultura, […] son aquellos que tienen una cierta permanencia en la popularidad y una cierta capacidad de “renacimiento entre los [autores] cultos”». Cuando Ángel Ganivet (1865-1898) se refiere al filósofo cordobés, lo hace desde su arraigo en el pueblo que “hace que sea la esencia misma de su espíritu y que tenga la virtud de revelar la realidad a sus más preclaros hijos […]”. Convencido de ello, Ganivet defiende el españolismo de Séneca, aun habiendo nacido en un tiempo donde todavía no existía el territorio que conocemos como España: “Séneca no es un español hijo de España por azar; es español por esencia”.


Nace Pemán el 8 de mayo de 1897, un año antes del Desastre del 98. Aquella España vencida, golpeada en el talón de sus torres hercúleas, veía de nuevo abierta su perenne herida: la de su identidad como país, como nación. En medio del pesimismo general, se alzaron las voces de aquellos autores españoles “senequistas”, en un intento de hacer una apelación a la personificación genuina del pueblo español. Maeztu (1875-1936) sitúa la esencia del hombre español en las ideas expresadas por Séneca Los veinte libros de epístolas morales a Lucilio, basándose en los principios senequistas de que entre los hombres no debe de haber diferencias y de la importancia del amor a uno mismo y a los demás. Deduce de ellos, que el español, cuando pierde una guerra, debe de ser consciente de que “la superioridad del vencedor no concede derechos entre los hombres, ni juraremos odio eterno ni nos humillaremos ante su éxito”. Ganivet apela al espíritu que late dentro de la tierra patria que es quien dota a sus hijos de una “fuerza madre” que los hace indestructibles: “sean cuales fuesen los sucesos que caigan sobe ti, te mantienes firme y erguido”. Esa fuerza, esa esencia que para Ganivet es clarividente, es la que inspira a Séneca –quien la recoge para sí- y “le da forma perenne como corresponde a un hombre de genio”. La obra de este autor granadino Idearium español es una profesión de fe hacia la virtualidad de la raza española a la cual debía proteger “cerrando los cerrojos de todas las puertas abiertas hacia el exterior”. Ante aquella España vencida y sin rumbo, Ganivet propone una restauración espiritual aplaudida por Unamuno, quien, para su personal interpretación de nuestra intrahistoria, da una importancia primordial al sustrato primitivo ibérico en el que late intacta “la sustancia del pueblo español, lo íntimo de la raza española” a la que compara como una “roca viva” y que, según él, no han podido cuartear ni fenicios, ni griegos, ni romanos ni árabes.


El grito más agudo, desde la perspectiva contraria a estos que se creían legítimos hijos de esta tierra prometida, lo pronunció Américo Castro (1889-1972) en su obra La historia de España (1954), donde afirma que Séneca no les debe nada a sus paisanos cordobeses, que en tiempos de Nerón eran romanos, provincianos de Roma, y no españoles y si no, “eran algo informe e inasible”.


Menéndez Pelayo (1861-1921), desde una postura más objetiva y conciliadora, recuerda en su obra La ciencia española (1929), la influencia de Séneca en la moral práctica española y en su filosofía trascendental por su afirmación sobre la inmanencia de Dios en el fondo del alma humana, así como la influencia de proverbios y aforismos en autores del siglo XVI y XVII como Quevedo, “el gran senequista” y Gracián.



Ante esta creencia y querencia secular de que los españoles somos los depositarios legítimos del espíritu de Séneca, Pemán, al igual que María Zambrano, debió de considerar que Séneca representa de dulcificación de la razón, mediadora entre la esperanza y la desesperación. La razón como consuelo y remedio frente al desvalimiento ante la adversidad del vivir: “es nuestra necesidad, nuestra indigencia moral, la que activa la filosofía siempre viva del sabio cordobés”. Pemán lo demuestra en su obra de teatro El Séneca en la que, al margen de la importancia del dogma escrito, del legado de la cultura de los cultos, está el dogma vivo o la cultura del pueblo, en la que junto a un instintivo conformismo español de resignación ascética, se da el espíritu de lucha por sobrevivir, a veces adentrándose en el picarismo pero “si se hace con réplicas nobles, el dominio sobre sí, la tranquilidad del ánimo que nada anhela desde la pobreza del orgullo, desde la amistad y la clemencia, convierten al hombre humilde y vulgar en sabio por su propia voluntad”.





Aurora Romero

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