Coordinación del blog:
Antonio Díaz González
Ramón Luque Sánchez
Contacto y envío de textos:
clubdeletras.uca@gmail.com
El Séneca de José María Pemán o cómo leer en español “a la manera de Séneca” (I)
Aquella tarde de
verano ante el teatrillo de marionetas, nos divertíamos con las historietas de
los “cristobalitos”. Sentado junto a nosotros, un señor mayor reía al mirar
nuestras risas de niños. Era José María Pemán.
Refiere María
Zambrano en el prólogo de su obra El
pensamiento vivo de Séneca, que «hay nombres, permanentes, clásicos, que
son como la constante que mantiene la continuidad de una cultura, […] son
aquellos que tienen una cierta permanencia en la popularidad y una cierta
capacidad de “renacimiento entre los [autores] cultos”». Cuando Ángel Ganivet (1865-1898)
se refiere al filósofo cordobés, lo hace desde su arraigo en el pueblo que
“hace que sea la esencia misma de su espíritu y que tenga la virtud de revelar
la realidad a sus más preclaros hijos […]”. Convencido de ello, Ganivet
defiende el españolismo de Séneca, aun habiendo nacido en un tiempo donde
todavía no existía el territorio que conocemos como España: “Séneca no es un
español hijo de España por azar; es español por esencia”.
Nace Pemán el 8
de mayo de 1897, un año antes del Desastre del 98. Aquella España vencida,
golpeada en el talón de sus torres hercúleas, veía de nuevo abierta su perenne
herida: la de su identidad como país, como nación. En medio del pesimismo
general, se alzaron las voces de aquellos autores españoles “senequistas”, en
un intento de hacer una apelación a la personificación genuina del pueblo
español. Maeztu (1875-1936) sitúa la esencia del hombre español en las ideas
expresadas por Séneca Los veinte libros
de epístolas morales a Lucilio, basándose en los principios senequistas de
que entre los hombres no debe de haber diferencias y de la importancia del amor
a uno mismo y a los demás. Deduce de ellos, que el español, cuando pierde una
guerra, debe de ser consciente de que “la superioridad del vencedor no concede
derechos entre los hombres, ni juraremos odio eterno ni nos humillaremos ante
su éxito”. Ganivet apela al espíritu que late dentro de la tierra patria que es
quien dota a sus hijos de una “fuerza madre” que los hace indestructibles:
“sean cuales fuesen los sucesos que caigan sobe ti, te mantienes firme y
erguido”. Esa fuerza, esa esencia que para Ganivet es clarividente, es la que
inspira a Séneca –quien la recoge para sí- y “le da forma perenne como
corresponde a un hombre de genio”. La obra de este autor granadino Idearium español es una profesión de fe
hacia la virtualidad de la raza española a la cual debía proteger “cerrando los
cerrojos de todas las puertas abiertas hacia el exterior”. Ante aquella España
vencida y sin rumbo, Ganivet propone una restauración espiritual aplaudida por
Unamuno, quien, para su personal interpretación de nuestra intrahistoria, da
una importancia primordial al sustrato primitivo ibérico en el que late intacta
“la sustancia del pueblo español, lo íntimo de la raza española” a la que
compara como una “roca viva” y que, según él, no han podido cuartear ni
fenicios, ni griegos, ni romanos ni árabes.
El grito más
agudo, desde la perspectiva contraria a estos que se creían legítimos hijos de
esta tierra prometida, lo pronunció Américo Castro (1889-1972) en su obra La historia de España (1954), donde
afirma que Séneca no les debe nada a sus paisanos cordobeses, que en tiempos de
Nerón eran romanos, provincianos de Roma, y no españoles y si no, “eran algo
informe e inasible”.
Menéndez Pelayo
(1861-1921), desde una postura más objetiva y conciliadora, recuerda en su obra
La ciencia española (1929), la influencia
de Séneca en la moral práctica española y en su filosofía trascendental por su
afirmación sobre la inmanencia de Dios en el fondo del alma humana, así como la
influencia de proverbios y aforismos en autores del siglo XVI y XVII como
Quevedo, “el gran senequista” y Gracián.

Ante esta
creencia y querencia secular de que los españoles somos los depositarios
legítimos del espíritu de Séneca, Pemán, al igual que María Zambrano, debió de
considerar que Séneca representa de dulcificación de la razón, mediadora entre
la esperanza y la desesperación. La razón como consuelo y remedio frente al
desvalimiento ante la adversidad del vivir: “es nuestra necesidad, nuestra
indigencia moral, la que activa la filosofía siempre viva del sabio cordobés”.
Pemán lo demuestra en su obra de teatro El
Séneca en la que, al margen de la importancia del dogma escrito, del legado
de la cultura de los cultos, está el dogma vivo o la cultura del pueblo, en la
que junto a un instintivo conformismo español de resignación ascética, se da el
espíritu de lucha por sobrevivir, a veces adentrándose en el picarismo pero “si
se hace con réplicas nobles, el dominio sobre sí, la tranquilidad del ánimo que
nada anhela desde la pobreza del orgullo, desde la amistad y la clemencia,
convierten al hombre humilde y vulgar en sabio por su propia voluntad”.
Aurora Romero
Las opiniones vertidas en las publicaciones de este blog son responsabilidad exclusiva de cada firmante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario