13.- Las dificultades para digerir las experiencias
desagradables, reducen nuestra capacidad para disfrutar de las agradables.
Aunque, efectivamente, amargarse la vida es fácil, desarrollar el “arte”
de amargarse la vida de una manera sistemática requiere cierto aprendizaje que
se adquiere desde la más tierna infancia. Es cierto que algunos episodios por
sí solos nos hacen sufrir y que algunas personas “hartibles” poseen especial
habilidad para estropearnos el día, pero también es verdad que, a veces, somos
nosotros mismos los que nos empeñamos en castigarnos y los que disfrutamos
mostrando al mundo entero lo sufridores que somos.
Todos conocemos a personas que pasan por normales, que se regocijan con
las penas o, al menos, con el relato de los dolores que, de manera permanente,
ellos padecen. Y es que quejarse es una de las maneras más frecuentes de llamar
la atención y de darnos importancia. De la misma manera que unos alardean de
guapos, de listos, de ricos o de fuertes, otros, por el contrario, presumen de
ser unos eternos mártires. Son aquellos que se convencen a sí mismos y nos
demuestran a los demás que, hasta las acciones más inocuas, encierran
componentes dañinos que nos hieren o nos ofenden.
¿Conoce usted a alguna de esas personas que, permanentemente, interpretan
los sucesos cotidianos como insoportables y los eventos triviales como
desmesurados? Aunque es cierto que, como ocurre en la mayoría de los hábitos,
esta singular manera de ser depende de los genes y de la educación que hemos
recibido, también es verdad que la psicología nos enseña que nosotros mismos
hemos de ser los creadores de nuestra propia felicidad limpiando de manera
permanente los molestos pedruscos del camino y fortaleciendo la piel del cuerpo
y del espíritu.
Tengo la impresión, sin embargo, de que en la actualidad la queja, igual
que los malos modos, goza de un brillante prestigio, sobre todo, en algunos
medios de comunicación. Si hace algún tiempo la prudencia y la discreción se
mostraban como un lujo, ahora es la protesta la que se exhibe como un signo de
distinción. Quizás sea una manera de expresar el rechazo de otros desórdenes
presentes o pasados, estimulados por la admiración de los reprimidos ante el
poder emocional de los que están justamente indignados. Pero puede ser también
el síntoma de un suave masoquismo, esa tendencia de algunas personas a
disfrutar sintiendo dolor, imaginando que sufren, o, quizás, su origen estribe
en el profundo convencimiento del valor salvífico de los sufrimientos por sí mismos.
José Antonio Hernández Guerrero
No hay comentarios:
Publicar un comentario