11.- El derecho a sentirnos felices
Acabo de preguntar a varios amigos “hospedados” en la
Residencia de San Juan de Dios si, a pesar de los achaques de la cuarta edad, no
obstante a esa limitación de las capacidades de movimientos y, por lo tanto, reconociendo
de esas trabas para la libertad de acción, es posible mantener e, incluso,
aumentar el bienestar.
Las diferentes respuestas de los que se muestran
contentos y, también, de los que están algo tristes o enfadados coinciden en
que, aunque, a veces pasan por “momentos malos”, reclaman el derecho a sentirse
felices asumiendo dichas limitaciones.
Me explican que lo pasan muy bien, por ejemplo, cuando, con las visitas,
comprueban que no están solos, y, cuando, en las conversaciones, recuerdan y
reviven las experiencias importantes de sus vidas. Les asustan, me dicen
textualmente, “la soledad, las ausencias, el silencio, el aburrimiento, el
olvido o el desprecio”.
Todos
han comprobado que la vida humana, por muy completa que sea o parezca, tiene inevitables
carencias y múltiples problemas que es inútil que los ocultemos. Pero también
coinciden en que hemos de evitar el veneno de los permanentes recuerdos de
hechos malos del pasado, el exagerado énfasis de los aspectos negativos del
presente y la continua advertencia sobre los graves peligros del futuro. Temen
a los individuos, dolientes y afligidos, para quienes “todo tiempo pasado fue
peor”, si no fuera porque el presente les parece todavía más horrible que el
pasado y porque están convencidos de que caminamos veloz e irremisiblemente
hacia el caos fatal y hacia la catástrofe más aniquiladora.
Por
eso tratan de evitar a esos compañeros inconsolables que sólo nos recuerdan las
calamidades desoladoras, a esos “aguafiestas” para quienes el mundo es un
sórdido museo de penalidades, un infierno de padecimientos y un antro de
vergonzosas perversidades: “por favor –me piden- ayúdanos a defendernos y a
evitar que nos estropeen la función y nos amarguen la existencia”.
José Antonio Hernández Guerrero
2 comentarios:
Y es que la felicidad como todos los derechos ha de ser primero imaginada, deseada, después..., conquistada, defendida y finalmente compartida para ser gozada, me atrevo a decir ejercitada, por supuesto a cualquier edad.
Pidamos que esta noche los Reyes Magos del Oriente -esos que llevamos dentro de nosotros- nos dejen para siempre en nuestro sentir, una imperecedera apuesta, pequeña y humilde: la de mantener sin desmayo la búsqueda de la felicidad mucho más allá del tiempo, del espacio o de la enfermedad.
No permitamos que nada ni nadie nos quite la libertad de sentirnos bien y de ser felices.
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