El desván de la memoria, de Mª del Carmen Rodríguez
Reseña
por Juan Mena
Precedido de pensamientos de autores clásicos, una introducción de la autora, un prólogo del profesor de Teoría Literaria de la Universidad de Cádiz José Antonio Hernández Guerrero y un capítulo de agradecimientos de la misma autora, así como unas dedicatorias, los pensamientos se van sucediendo en un primer bloque de 600, en forma de dos líneas, una segunda parte titulada “El tiempo entre mis manos” y otra final que lleva por título “Otro pensamientos más extensos”.
Tanto en Occidente como en Oriente, la tradición aforística ha tenido autores renombrados, desde Lao-Tzé y Confucio en China, hasta los Presocráticos en Grecia y Séneca en Roma, si nos atenemos nada más que al mundo clásico.
No es nada fácil condensar en dos o tres líneas una idea que ha de tener una aquiescencia universal, y es que no hay pensamientos con marchamo de aforismo que sea subjetivo, sino, todo lo contrario, ha de presentar una validez que convenza a todos los individuos, incluso de civilizaciones distintas, incluso a gentes de diferentes épocas. Para ello la literatura gnómica se vale de la concisión. La economía verbal ha de ser rigurosa. Un pensamiento largo puede parecer que traspone el límite de lo preciso y entonces no satisface al buen degustador de la sentencia; de ahí que la justeza sea la divisa de ese género literario colindante con la filosofía, pero no confundido con él.
Si nos preguntamos sobre qué temas versan los pensamientos de la autora de El desván de la memoria, diríamos que sobre la índole humana, que es también un campo abonado para ese tipo de discurrir por medio de la palabra:
Dicen que la vida es muy injusta,
pero es el hombre quien no hace justicia en ella.
El único derecho humano que se cumple:
el que todo hombre tiene a expresar sus lágrimas.
Sé feliz mientras puedas,
que las desgracias nunca llaman a la puerta.
Los peores momentos de la vida
son los que nos vuelven más humanos.
Sufrir por lo que no se puede evitar,
hace que la vida sea doblemente dura.
Hay que valorar a las personas por lo mejor que tienen;
así cerraremos los ojos
a lo que les falta.
La vida se divide entre el bien y el mal:
el amor y la destrucción van siempre juntos.
La vida se divide entre el bien y el mal:
el amor y la destrucción van siempre juntos.
He aquí una muestra de esos
pensamientos que hablan de la sensibilidad de la autora y, como dice
el profesor Hernández Guerrero, es “Una amable invitación para que
reflexionemos serenamente sobre nuestro mundo…” De hecho, María del Carmen
Rodríguez no hace otra cosa que trasladar a la palabra sus reflexiones acerca
de la índole humana tanto en el orden social como en el íntimo, concibiendo el
libro, como dice el profesor Hernández Guerrero, bajo la
forma literaria de un “cuaderno de notas donde se recogen observaciones y bocetos sobre temas muy diversos”, recordando los consejos, a modo de proverbios, de Antonio Machado, como
recuerda el citado profesor y que ella sintetiza así:
No huyas del fuego que
te quema
y te escondas en la
solidaridad con otros.
Pon primero en orden la hoguera de tu casa.
Pon primero en orden la hoguera de tu casa.
El desván de la memoria es un libro que nos despierta pensamientos propios que quizás olvidamos en el
tumulto de las cosas diarias. Y con
repensarlos nos da la posibilidad de meditar sobre sus motivos, tan de la vida de cada
día. La autora condensa en estos pensamientos una jugosa experiencia de la vida
que la mayoría de la gente descuida y muy pocos son los que hacen honor a esa
experiencia y la visten de gala con una escritura sencilla y a la vez profunda
como ésta. Sus compañeras y compañeros de la tertulia Río Arillo nos sentimos
dichosos de que una de sus miembros deje a los que leyeren esta riqueza de
sensibilidad enriquecida por la experiencia en forma de lenguaje.
Juan Mena
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