Dejó
caer el plato de cartón sobre la mesa. Los tacos se asentaron al recibir el
golpe. El mobiliario de plástico lo patrocinó la cervecería, junto con
doscientos cartones de cuartito y hielos suficientes para mantener heladas las
botellas. Antes de poner el gordo trasero en la silla, Úrsula extendió el brazo
con dirección a las salsas y los limones. La gruesa capa de carne colgante de
su antebrazo osciló en el aire, mientras tomaba los platitos por el borde. Los
puso justo frente a su cena. El platito de salsa verde escupió al mantel blanco
-este sí pagado por los novios- y alcanzó a salpicar el dorso de la mano de
Úrsula, quien ignorando a Carreño, porque los tacos y las salsas mexicanas no
figuran en su manual de buenas costumbres, se llevó la mano a la boca y lamió
la piel ensalsada para limpiarla con su propia saliva. Los dieciocho ojos que
la miraban terminaron de saltarse cuando la enorme mujer respondió al reclamo
con un comentario coqueto: "¡Esta bien picosa!", soltó el cuerpo
sobre la silla y se dispuso a preparar los tacos.
Roxana Xamán
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