La estación de ferrocarril estaba más llena de lo normal. Comenzaban las vacaciones estivales y mucha gente se iban a casa de otros familiares, o a hoteles elegidos con tiempo, en otras ciudades. También había quienes con la butaca, la nevera y la sombrilla simplemente se dirigían a la playa más cercana.
Por megafonía se oía una voz masculina que avisaba a cada cual de la llegada cercana del tren esperado. En un momento, algo llamó la atención de todos lo que ocupaban la estación, la policía entre gritos de órdenes, puso cerco al andén nº 4. Un misterioso paquete colocado entre las vías, había hecho saltar las alarmas de seguridad.
El susto entre los presentes, debido a tan inesperado abordamiento por parte de la policía y los bomberos, había hecho retroceder a todo el mundo hacia la salida. Un bombero, completamente cubierto con un traje ignífugo, se acercó al paquete. En ese momento, un sonido parecido a algo así como: ¡guau! hizo pegar un brinco al tembloroso bombero. El onomatopéyico sonido se repitió varias veces más: ¡guau, guau! Extrañado, el experto en incendios y explosiones, se arriesgó y abrió el paquete. Una pequeña camada de cachorros labradores negros y canela, surgieron de golpe y al asalto.
Mientras todo ocurría, el tren de turno esperaba parado a un par de kilómetros de la estación.
Cuando el bombero apareció con los cinco cachorrillos –a los que algún malvado animal había abandonado allí- por la puerta de salida de la estación, las caras de miedo de todos los efectivos presentes cambiaron a modo de asombro para terminar en un aliviado suspiro y un masivo aplauso.
Carmen Franco
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