Acto de Inauguración del Curso 2018-2019. La Línea de la Concepción.
Fue el olor a castañas asadas lo que
hizo aflorar a su pensamiento otros otoños, otros fríos, otro tiempo. Fue el
humo grisáceo envolviendo los contornos de la plaza lo que la transportó a
aquella tarde de dorondón, cuando el humo y la niebla se disputaban el espacio,
cuando el mundo parecía haberse reducido a los pocos metros que alcanzaba la
vista. Más allá todo quedaba velado y las personas surgían de aquel universo
indefinido como espectros fantasmales, incluso parecía que se movían con
dificultad, como si la bruma les impidiera avanzar. La niña agarró con fuerza
la mano de su tía y siguió caminando a su lado, muy pegada a su costado, como
si el contacto de sus cuerpos la protegiera de cualquier peligro que pudiera
emerger de aquella extraña cortina natural. Caminaron despacio, atravesando el
velo húmedo, la imagen le recordaba sus juegos ante el espejo cuando con el
vaho de su respiración caliente formaba una nube en la que se miraba sin verse.
Al llegar a la plaza de la Iglesia se oyó el toque de misa y, aunque el reloj
no se veía, dieron la vuelta porque era la hora de regresar a casa. Fueron
éstos, y otros, los recuerdos que la emocionaron al paso por la vendedora de
castañas, al sentir el olor de la candela y ver el chisporroteo que brotaba por
la boca del cañón de hojalata. Atraída por una fuerza irresistible se acercó al
puesto. El calor que desprendía el cucurucho de papel de estraza calentó sus
manos y sintió que su corazón latía con más fuerza provocándole una inmensa
satisfacción. A su lado, como en otros otoños, su tía caminaba protegiéndola de
cualquier amenaza.
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