Mi madre –igual que la tuya- concibió y realizó su existencia como un irrenunciable compromiso a
vivir la propia vida y a llenar la vida de vida.
Mi madre
era -es- una mujer activa, modesta,
vital y gozosa. Pero su actividad no era un mero movimiento físico ni una
simple agitación psíquica; no era una necesidad gimnástica ni una inquietud
nerviosa, sino una manera, sencillamente humana, de dotar de sentido los
tiempos y los espacios -los tiempos cortos y los espacios reducidos-. Su
modestia era un modo realista de trazar los contornos de su bienestar de
acuerdo con las dimensiones exactas de su personalidad. Concibió y realizó su
existencia como un irrenunciable compromiso a vivir la propia vida y a llenar
la vida de vida. Cada problema constituía para ella una ocasión para conocerse
mejor y para crecer “un poquito”, y afrontaba cada dificultad como una
oportunidad para crear situaciones apacibles de bienestar momentáneo y de
felicidad compartida.
Vivía el momento con morosidad, con profundidad y con
intensidad. Saboreaba con fruición, por ejemplo, un pedazo de pan con aceite y
azúcar. “Prefiero los placeres pequeños -me decía- porque así puedo abarcarlos
en su totalidad y disfrutarlos en su intimidad”. Estaba convencida de que la
dignidad también consiste en conocer y en aceptar nuestros estrechos límites.
Mujer vitalista era –es- una amante
de las palabras menudas y de las conversaciones sosegadas. Dedicó su vida a
acompañar, a escuchar, a comprender, a animar y a querer a todos los que le
rodeaban. Su tarea principal fue construir un hogar y crear un ambiente de
alegría.
Le
alegraban las cosas sencillas y disfrutaba con los sucesos más ordinarios: se
ponía contenta con las luces de los amaneceres y con las sombras de los
crepúsculos; se recreaba con el eco de un cante bueno, con el resplandor de la
ropa “escamondá”, con el olor de un buen puchero, con el sabor del pan recién
hecho y con el aroma del vino añejo. Le gustaba charlar reposadamente para
degustar las anécdotas del pasado y para soñar con los proyectos del futuro.
“¿No te das cuenta -me decía- que hablar es recordar y, al mismo tiempo,
inventar? ¿No comprendes que a las cosas sólo las iluminan las luces de
nuestras miradas?” Al despertarme me animaba para que me dispusiera a paladear,
a digerir y a asimilar la vida.
Mi madre
amaba lo que era, lo poco que poseía y, también, lo mucho que imaginaba. Esta
era su manera de vivir a gusto con nosotros y consigo misma. No tenía
ambiciones y no le interesaban los lujos ni los humos; desdeñaba los brillos y
los resplandores -las pompas vanas y las vanas glorias- y se “chufleaba”, sobre
todo, de las palabras huecas y de los gestos ampulosos. Sufrió y disfrutó,
trabajó y descansó, lloró y rio, deseó y amó; pero no recuerdo haberla oído
quejarse del frío ni del calor. “Las quejas -decía ella- siempre son reproches,
y los reproches son dardos que hieren inútilmente, sobre todo, a quien los
lanza”. Ahora recuerdo una frase que nunca llegué a entender plenamente: “Lo
importante -me decía- es crear ambiente y llegar al fondo”. El espíritu de mi
madre sigue, sin disolverse, flotando en suspensión en este ambiente, en esta
tierra en la que habito y, en el fondo íntimo de mi conciencia, recibo con
gratitud la cálida sensación de su presencia y el estimulante soplo de su vida.
José Antonio Hernández Guerrero
2 comentarios:
Palabras de amor escritas con amor.
Gracias por tu bálsamo.
Es bueno y necesario recordar tanto amor a cambio de una sonrisa o un te quiero mamá. gracias José Antonio.
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